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Tormenta de Galgos. 12



Senda. Asociación Galgo Español.

Duodécima entrada de mi blog.

El resto de la semana, si es que merece la pena ubicarnos en el tiempo, que creo que no, ha pasado sin pena ni gloria. No he ido a la residencia, no es cobardía ni miedo a la sonrisita triunfal de la Rubia, sino porque estaban las mañanas y las tardes cubiertas. Pero si es cierto que siento mono, me gusta pasear con ellos, sentir sus hocicos rozando mi muslo y acariciar sus orejas suaves y delgadas. ¿Son adictivos los galgos? Mañana empieza otra semana y retomaré mis visitas. ¡Sí lo son!
¿Cómo puedo enterarme cuando no va la Rubia?
Suena mi teléfono y me sorprende su sonido en el silencio de mi casa. Pero la auténtica sorpresa llega cuando miro la pantalla y veo la imagen de mi exmarido sonriéndome feliz; esa foto se la tome en la ribera francesa y llevábamos los dos una buena melopea. El móvil sigue sonando y mostrando ese rostro que fue un día mi último pensamiento al acostarme y el primero al levantarme. Suben mis pulsaciones. No estoy preparada para escuchar disculpas ni explicaciones que llegan tarde, no quiero saber las razones ni que invente excusas para justificar estos tres años de silencio. Y el móvil calla, mi contestador se encarga de mediar en este conflicto que tengo en mi interior, me muero por saber lo que desea de mí después de tanto tiempo pero no quiero oír su voz. Querrá el divorcio para casarse con la nueva furcia, y qué voy a hacer, me pongo en plan cabronaza y le saco hasta los higadillos, o firmo y me olvido de toda la historia, quedando como una tía pusilánime. ¿Cómo pude olvidar que no estaba divorciada?
Duda. ¿Qué hago? ¿Lo escucho o lo borro sin más? ¡Qué indecisión constante! ¿Qué me tiene que importar lo que este tipejo tenga que decirme después de tres años? Vacilo en apretar o no el icono de mensajes que parpadea nervioso.
Como me pida que regrese con él: ¿Qué le contesto?
¡Pues que ¡no!! me digo convencida y rotundamente, yo no quiero regresar a los brazos de un hombre que metió entre mis sabanas a mi mejor amiga, aquellos labios carnosos que tanto me gustaba morder, besando otros labios; su cuerpo desnudo rozando otra piel que no era la mía,… ¿le haría las cosquillas en el cuello con la punta de la lengua? ¿Mordería sus pezones?
¡Fuera de mi cabeza! ¡Aléjate de mí, maldito pensamiento!
Esto ya lo he vivido; este castigo, ya lo he sufrido; no puedo acallar tantas imágenes que se me vienen a la cabeza, les veo haciendo el amor en mi habitación, en mi ducha, sobre la encimera de la cocina, en todos aquellos lugares donde un día yo disfrutaba con el contacto de un hombre al que amaba e idolatraba.
Y pulso el icono y se oye un carraspeo suave, alguien que toma aliento y su voz se extiende por mi piso vacío, su tono cálido y familiar me envuelve como lo hacía cada noche antes de dormir.
“”¡Hola princesa! Te sorprenderá tanto como a mí esta llamada. Te juro que no tenía nada planeado, sólo escuchar tu voz y saber que estás bien. Tus padres no responden a mis llamadas… no los acuso, lo comprendo. Te ruego que me llames cuando escuches el mensaje. (Un silencio prolongado). Nunca te he dejado de amar y quiero que sepas que para mí sigues siendo mi esposa. Necesito volver a verte.””
Mi cuerpo tiritar cuando dejo el móvil sobre el sofá. Mis piernas tiemblan. Mis barreras se desmoronan. Y su voz tan masculina y barítona sigue sonando en mi cabeza. No puedo volver a verle, no, no. Un abrazo suyo y todo el dolor que me infringió en este tiempo… no puede borrarse tan fácilmente. No puedo convertirme en una muñeca de trapo que se coge y se tira al antojo. Pero sé que cerca de él no habrá defensa alguna. Soy débil.
¡Dios mío! ¡Qué cruel es la memoria!
Tanto tiempo sin recordar el contorno de sus labios y ahora los siento sobre mi cuello besándome lentamente. Su mano izquierda acariciando mi pelo mientras que con la derecha sube mi falda ajustada dejando a la vista mi diminuto tanga de encaje negro. Que excitación sentía entre mis piernas  pensando que alguien pudiese entrar y nos pillase en tal postura. El deseo tanto tiempo reprimido. Las insinuaciones. Las manos que se rozan y las miradas cruzadas. Y por fin daba el paso. Me sujeto la mano cuando salía y en decimas de segundo nos encontrábamos en tal postura. Desabrochó mi camisa con la misma destreza que lo haría un amante empedernido, pero no me importaba con cuantas se había acostado antes que yo, ahora era a mí a la que deseaba. Dejó caer mi camisa por los hombros y miró mis pequeños pechos apretados en mi sujetador negro. Los beso sobre la tela, aumentando mi deseo. Tenía miedo de que todo se acabase pero deseaba tenerle desnudo sobre mi cuerpo, que acelerara el ritmo de nuestras respiraciones y ahogásemos los gemidos con prolongados besos para no ser interrumpidos. Pero no tenía prisa, parecía saber algo que yo desconocía, que aquella puerta nunca se abría.
Bajó uno de mis tirantes con sus dedos suaves y después el otro. Besó y mordió mis pezones, jurándome que nunca vio nada tan joven y firme, tan sonrosado y hermoso. Yo sonreía bobalicona. Deseaba que me hiciera suya. Deseaba ser complaciente. Retiró mi tanga y acarició allí donde su nombre se repetía con más fuerza, donde la ausencia de su tacto era por momentos más  dolorosa. Abrí mis piernas y me aproximé más a él. Sonrió complacido y…

Me reuniré con él y acabaré en la cama de cualquier hotel. No puedo creer que mi cuerpo todavía le desee, que parte de mi alma le pertenezca. No puedo dejarme arrastrar. ¿Qué sucederá cuando se canse de mí? ¿Cuándo se dé cuenta que estos tres años de locura han pasado factura a mi cuerpo?
Y ahora que soy: la qué sustituye a la jovencita del tiempo, o la qué arrebata el amante a su examiga.
Soy la mujer. Dice esa parte del cerebro que intenta arrastrarme hacía una cita que no traerá nada bueno.
Que claro se tiene el destino cuando no hay piedras en el camino. Ahora la cuestión es: salto, bordeo o retiro.

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