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Opal. Asociación Galgo Español. |
Décima entrada en
mi blog.
Seguía al Greñas por el pasillo de los
cheniles, con los ojos puestos en su trasero, ¡bendito trasero!, mientras iba abriendo puertas y sacando a uno
y otro indistintamente; es un hombre seguro y tiene una complexión digna de estudio para cualquier antropólogo,
forense, o mujer de noches largas y solitarias, aunque yo paso de todo eso,… Muy
tatuado el cuerpo para mi gusto, pero no le quedan mal, son palabras japonesas,
creo reconocer alguna frase del Hagakure: El camino del Samurái de Ysunetomo
Yamamoto. Tiene tatuado en el omoplato derecho el Ying-yang, se trasparenta a través
de su fina camiseta, un galgo en el antebrazo izquierdo y una especie de Ave
Fénix en el derecho. Me ha pillado un par de veces echándole fugaces miradas y
se sonríe malicioso, se le ve cómodo ante mi escrutinio; este está
acostumbrado a las miraditas.
Me desvío; de que hablábamos… eso es, iba
sacando a uno y otro. A mí me han dado
unas pautas y no las rompo, soy muy de reglas y normas cuando la seguridad de
otros depende de mis actos, para lo que se refiere a mí, me pongo el mundo por
montera, cuanto más me digan que no haga una cosa más me encabezono en llevarla
a cabo aunque con ello pierda la vida.
-Tú coges dos y yo estos dos. Vamos a tener
sesión fotográfica.- coge una réflex anticuada de una mochila raída que está
tirada de cualquier forma en un rincón.
Cuando he visto la cámara balancearse en su
pecho mientras andábamos a paso rápido hacía la pista 7, he sentido un escalofrío
en mi espalda y sudorosas mis manos. Llevo sin usar una cámara desde hace un
año. Desde mi regreso.
La retina de mi ojo guarda todavía la foto
que mostraba el visor de mi vieja Nikon, antes de que el horizonte se cubriera
con aquella luz anaranjada que avanzaba como una lengua de fuego quemando el
valle en pocos segundos. Dos días mirando al cielo, viendo como las luces se
acercaban, eran hipnóticas, mezclas de rojos, naranjas y amarillos brillantes,
como algo tan hermoso podía ser tan devastador. Nadie quería dejar sus hogares,
tenían fe en un posible milagro, en que el Todo Poderoso despertase de su
letargo y ayudase a los más desfavorecidos.
-¡¡Eh, 1324!! Regresa al mundo de los vivos.-
me grita el Greñas; paralizada a un metro y medio de la puerta, debe pensar que
estoy lerda, creo que tenía la boca abierta y la saliva colgando.
-Perdona.- entro en el recinto y suelto a mis
dos flacos que salen a la carrera tras los otros dos que brincan y ladran
felices.
Le veo ir de un lado a otro con la cámara tapándole
la cara y girando a un lado y otro el objetivo; se agacha, se levanta, dando la
espalda al sol y proyectando su sombra sobre la cara de los galgos. Aficionado.
-Esto no se me da muy bien pero siempre de
cien, una merece la pena.- “Ni que lo jures” digo entre dientes.- ¿Tú entiendes
de esto?
Levanta la réflex estirando de la corea como
un ahorcado y me la muestra como si no la hubiese visto antes. Meneo la cabeza
negando. Miento. Y él continua de aquí para allá sacando fotos, la mitad de
ellas a la arena. Suelta algún taco, su dedo es más lento que los rápidos
movimientos de los flacos. Y por fin se rinde y viene a sentarse junto a mí en
un banco de plástico medio mordisqueado.
Coloca la cámara entre él y yo y la cinta cae
sobre mis dedos. La acaricio. Y ese gusanillo que todo este tiempo ha estado
callado, se mueve lentamente en mi interior. Voy subiendo por la correa con las
letras impresas de CANON y llego hasta el disparador. Sigo mirando a los perros
jugando con un palo baboso pero mis sentidos están puestos en la cámara que un
día me enseñó otra forma de ver el mundo, a través de un objetivo, marcando los
detalles y suavizando los defectos,para realzar lo que nunca debió ser portada, las lágrimas, la sangre, el dolor de la gente que padece la guerra. Siento
el impulso de cogerla entre mis manos y apretar el disparador una y otra vez,
captar esos saltos, esas carreras, esas caras que empiezan a encontrar la paz
en una residencia canina. Pero tengo miedo, miedo a mirar por el visor y ver la
realidad. Mis ojos me engañan, mienten, la cámara recoge la verdad del momento
en una instantánea. Sus cuerpos flacos cubiertos de cicatrices, sus miradas
perdidas en una espiral del tiempo lleno de dolor, sus bocas sin sonido porque
ahogaron sus gritos en horas de angustia sin tregua. ¡¡¡Noooooo!!! Grito alejando
la cámara de mis dedos sobresaltando al Greñas.
-Todo está bien 1324.- me dice sin acercarse.
Continúa de rodillas acariciando el lomo de uno de ellos.
-Se parece a mí.- le digo sin pensar.
Siento la tensión que mana de su cuerpo bajo las caricias del Greñas, sus pupilas dilatadas, y sus continuos bostezos, no son de aburrimiento, muy lejos de la realidad, son el esfuerzo que hace su cerebro para conseguir la calma, es un conflicto constante entre el querer disfrutar del momento y el miedo a que todo se acabe y esa mano que hoy es de seda se convierta en hierro. Mis dedos quieren apretar el disparador pero mi ojo tiene miedo al visor, añoro la cámara sobre mi pecho, las horas de felidad que obtuve con ella. ¿Cuándo deje de ser feliz?
Siento la tensión que mana de su cuerpo bajo las caricias del Greñas, sus pupilas dilatadas, y sus continuos bostezos, no son de aburrimiento, muy lejos de la realidad, son el esfuerzo que hace su cerebro para conseguir la calma, es un conflicto constante entre el querer disfrutar del momento y el miedo a que todo se acabe y esa mano que hoy es de seda se convierta en hierro. Mis dedos quieren apretar el disparador pero mi ojo tiene miedo al visor, añoro la cámara sobre mi pecho, las horas de felidad que obtuve con ella. ¿Cuándo deje de ser feliz?
-Lo sé.- contesta el Greñas y me hacer regresar al presente. Sonríe suavemente sin dejar de calmar al galgo que mira al suelo con el rabo entre las patas. Yo también miro
al suelo y escondo mis manos entre mis piernas, rehuyó de los ojos marrones del
Greñas que escrudiñan mi alma.
Es hora de cerrar el blog por hoy. Terminé la
tarde, como empecé la mañana, escuchando el tic-tac de mi reloj de mesilla mientras
cuento las imperfecciones del techo.
Suena mi móvil, es el Greñas. Creo que la
Rubia vino a demandar sus atenciones con un contoneo de caderas y unos labios carmesí,
y él salió solícito tras ella. Creo, porque me engaño para alimentar ese lobo
malo que todos tenemos en nuestro interior. Recogí y me fui de allí sin
despedirme. No estaba enfadada, tampoco estoy muy segura de cuales eran mis
sentimientos reales. Desde que acaricié el disparador de la cámara, no me
encuentro bien.
Son siete imágenes mías con los galgos.
¿Cuándo me las tomó?
No parezco yo.
Soy yo. Pero no me reconozco. Desenfadada. Feliz.
-¡Buenas noches 1324!
Y en mi mente vacia aparece la cara de mi examiga que se superpone con la Rubia, y la Rubia sonríe al Greñas y el Greñas le acaricia la mejilla, pero esto no es real, esto no ha sucedido, pero da igual es una espiral de rabia que penetra por mis entrañas y desata mi furia, estoy enfadada con ellas, con él por dejarse encandilar por unas tetas de silicona y conmigo por no saber parar esta oleada de celos que no tienen sentido. Y miro las foto que tengo abierta, y ya no veo la imagen de una mujer que sonrie feliz, sino la de una mujer que fue traicionada y abandonada, despojada de todo lo que daba sentido a su vida y ahora no encontra la paz.
Y en mi mente vacia aparece la cara de mi examiga que se superpone con la Rubia, y la Rubia sonríe al Greñas y el Greñas le acaricia la mejilla, pero esto no es real, esto no ha sucedido, pero da igual es una espiral de rabia que penetra por mis entrañas y desata mi furia, estoy enfadada con ellas, con él por dejarse encandilar por unas tetas de silicona y conmigo por no saber parar esta oleada de celos que no tienen sentido. Y miro las foto que tengo abierta, y ya no veo la imagen de una mujer que sonrie feliz, sino la de una mujer que fue traicionada y abandonada, despojada de todo lo que daba sentido a su vida y ahora no encontra la paz.