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Capítulo 67




No llegó a delatarme por falta de ganas, sino por la alarma que dieron los vigías del castillo. Macqueen no pudo ignorar la llamada y aunque hubiese dilatado unos segundos más la reunión para saber mi nombre, Gamma desapareció sin dar tiempo a un reproche.
Y allí de pie me quedé yo mirándome a mí misma, a mi juventud atormentada al verse rodeada de gente que solo desea su muerte. Alfa se movía inquieto alrededor mío, sin dejar de mirarla a ella. Creo que aquel gran lobo reconocía en la joven asustada a su verdadero amor. Aquella Adelis, hermosa y adolescente, no tenía nada en común conmigo, éramos tan diferentes físicamente como en todo lo demás, no me reconocía en ella. Seguro que si Gamma hacía la prueba de la sangre con la que corría por mis venas, la luna mostraría su cara oscura. No tenía magia en mí.
Vimos como Adelis desaparecía corriendo por entre las sombras de los árboles una vez que la determinación de seguir viviendo, a pesar de todo venció a la derrota. Alfa se disponía a seguirla cuando le detuve.
-¿Sabes dónde está el lago donde se refleja la luna?-no me hizo preguntas, se limitó a mostrarme el camino.
Aquel lago lo había visto en otro sueño. Aquel hombre que huía con su hija y se encontró en el lago con Alfa y Beta en su versión más adolescente. Recordaba una mujer vestida con blanca túnica saliendo del agua y recogiendo entre sus brazos el cuerpo sin vida de un bebe en su capazo. Miré al profundo lago y vi la luna reflejándose en ella. Era desproporcionado el tamaño cubría todo el lago. Y allí viendo la luna de mis labios salieron palabras que yo no pronuncié.
-Cuenta la leyenda, que todos quieren ocultar, que la luna se enamoró del lobo. Que con su poder se trasformó en una bella loba de pelo plateado, que sedujo al animal. Que para protegerle de la envidia que desató en el firmamento tan profundo amor, le cedió parte de sus poderes y le ocultó de los celos que se desataron en el astro sol, que creía que la luna era de una de sus preciadas posesiones como las estrellas y los planetas. De día caminaba como hombre y de noche ambos corrían por el monte con la apariencia del lobo. Creyéndose a salvo dejaron de ocultarse, ni como hombres ni como animales.  El amor fue bendecido con el nacimiento de una criatura única, y hermosa. Su cabello era oscuro como la noche, su tez blanca como la de su madre y la mirada profunda de su padre. Cuando la madre tuvo a la criatura en sus brazos se dio cuenta lo terrible que sería todo aquello si alguien descubría que sobre la faz de la tierra caminaba un ser con los poderes de la luna. Una criatura capaz de controlar las mareas, el crecimiento de las plantas, su poder sanatorio sobre el hombre y tantas otras. Había obrado con egoísmo, no se dio cuenta las consecuencias de su amor. Y ambos decidieron ocultarla entre los hombres. Buscaron a un matrimonio bueno que desease desesperadamente una criatura para colmarla de amor. Y en una granja perdida hallaron una pareja entrada en años que cada noche encendía una vela con una promesa: “Un hijo que llenase sus vidas”. Y allí en un huerto de coles, la luna y el lobo dejaron a su amada hija. El llanto de la criatura despertó al matrimonio que vio cumplido su deseo. Una hija nacida entre las hojas de una frondosa col. Una historia que la contaría cada noche antes de acostarla. –Alfa respiró profundamente- El sol con el tiempo se enteró de lo sucedido. Su poder es infinitamente mayor que el de la luna pero su ingenió es mucho menor. No se le ocurrió nada para descubrir dónde se ocultaba la criatura y creó a cientos de cazadores para exterminar al lobo, entre todos los que caían cada noche, entre todas las pieles que se le ofrecían al alba, entre todas ellas, algún día estaría la del amado lobo de la luna. Y así debió ser pues una noche la luna se ocultó, sumiendo la tierra en la oscuridad más absoluta y al hombre en la desesperación y el llanto más profundo. No calmó los deseos de venganza del sol saber que la luna lloraba la pérdida de su lobo, quería arrebatarle a la criatura. Pero se veía incapaz de encontrarla.
Un fuerte estruendo me sacó de ese entraño trance. Un humo negro se levantaba por encima de la arboleda. Provenía del castillo y sin yo desearlo me alejé del lago y me vi arrastrada con Alfa por una fuerza magnética que me llevaba al centro del patio de armas. Todo el lugar era un caos, la gente corría de un lado a otro sin ningún sentido aparente. El humo negro que salía de las profundidades del castillo era nauseabundo e irrespirable, hacía llorar los ojos y quemaba la garganta. Vi a Mike en su forma medio humana salir de las entrañas de la tierra con el cuerpo sin vida de mi hermano. Vi a mi padre perseguirle con una espada en alto amenazante pero sin fuerzas para asestar el golpe, vi llegar a Macqueen casi sin aliento y perder la razón al observar el rostro trasformado de aquel al que llamó aliado. Y entre tanta revelación indeseada, en un rincón apartado, estaba la joven Adelis que había perdido toda familia con el último aliento de su hermano. Sentí su pecho desgarrarse por dentro, su cabeza dar vueltas ante la idea de la ausencia de su hermano, no había más familia que aquel hombre que la buscaba por el deseo de un loco para beber su sangre y eludir su castigo por una vida de maldad. Y de su boca medio abierta conteniendo el sollozo salió un lamento profundo seguido de un grito desgarrador. Mike se llevó las manos a la cabeza y se apretó con fuerza las sienes, y a medida que las lágrimas se resbalaban por su rostro pálido y su grito se intensificaba con el dolor de ver a su hermano sin vida, se escucharon en la lejanía la respuesta a tanto dolor en forma de aullido.
Cualquier intento de Mike por evitar la trasformación fue inútil, su llanto le arrastraba como le inundaba el poder de la luna las noches donde estaba en su máxima belleza.
La bestia corrió hacia la joven y los que quedaron paralizados ante tan espantosa trasformación esperaron un atroz desenlace; la boca abierta mostrando sus blancos dientes, su mirada rabiosa y sus gruñidos fieros. Pero en el último segundo ella extendió la mano y el feroz lobo saltó por los aires sobre su cabeza y escapó a la carrera por la puerta del patio de armas camino del bosque.
 Una nueva explosión hizo temblar la tierra y una grieta abrió el patio de armas. Aquel humo denso y negro se intensificó. Todos reconocieron el olor. Azufre. Macqueen miró a mi padre y de sus gargantas secas por el humo, nació la amenaza que me dio muerte: “Domina las bestias porque es la hija del mismo demonio. Abre los infierno para que nosotros, gente de bien, perezcamos, ¡quiere este mundo para sus engendros!”

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