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Capítulo 64




Desperté en una habitación del castillo del señor Macqueen, mi hermano dormitaba en una silla a los pies de una inmensa cama con dosel. Miré su rostro magullado y sus arruguillas en la frente, se le veía envejecido por la preocupación, me imaginé su noche corriendo intentando despertar a toda una aldea que dormía sin preocupaciones sin imaginarse si quiera el infierno que se iba a abrir bajo sus pies. La última vez que lo vi, estaba agarrado a la espalda de una de aquellas bestias. Bestias.
No recordaba cómo había llegado allí pero tampoco recordaba mucho de lo sucedido durante la noche. Intenté serenar mi respiración que se aceleraba ante mi ausencia de recuerdos y con los ojos cerrados regresé. Imposible, nada. Sentí una mano fría en mi frente y al abrir los ojos vi sobre mi rostro el de mi hermano. Su mirada siempre vivaz y divertida, estaba ausentes de vida y cargada de tristeza.
-¡Cómo me alegra que hayas despertado!- y me besó en la frente pero no con el ardor de antes.
-No recuerdo nada de lo que sucedió anoche.
-Afortunada tú que has olvidado las horas vividas.- que angustia tan grande portaban sus palabras.
Sin tiempo a preguntar nada más, la puerta se abrió con un gran estruendo y los tres últimos hombres que esperaba ver entrar hicieron acto de presencia. Mi madre era a la persona que ansiaba ver.
-¡Ya era hora! Llevamos tres días aguardando que despertases de ese estado moribundo.- mi padre no albergaba cariño por nadie ni por el mismo.
-¿Qué recuerdas de la otra noche?- me preguntó Macqueen a boca jarro.
-No recuerda nada.- dijo mi hermano rápidamente.
-¿Te he preguntado a ti?- le espetó con desprecio.
-¡Cállate muchacho! -mi padre acompañó sus palabras con un fuerte golpe en su cabeza.
-No recuerdo nada.- balbuceé.
Sus rostros y sus gestos eran los de dos personas desequilibradas y peligrosas. Ni por el hecho de que aquel hombre era mi padre me sentía protegida ni segura. Macqueen empezó a relatarme lo que había acontecido la noche anterior, mi hermano intentó varias veces impedir que se me relatasen los actos con tanta crueldad pero no dudó en soltar todo sin valorar la consecuencia que iba a tener sobre mí el hecho de que mi madre muriese a manos de uno de aquello hombres lobo. Los brazos de mi hermano me rodearon cuando mi cuerpo se convulsionó al saber que nunca más vería a mi amada madre. Cuando me hube recuperado de la noticia y tras los gritos enfurecidos de mi padre ante tal muestra pusilánime de debilidad para los hijos de un cazador como él. Les miré a los tres con desprecio. No sabía por qué albergaba tanta rabia hacía ellos, una cólera que yo jamás había tenido hacia un padre cruel como el mío. Fue al mirar a Mike y ver su semblante sereno y todo se reveló ante mí. Abrí desmesuradamente los ojos y quise ver un entendimiento entre aquel hombre lobo escondido entre cazadores y mi hermano. Mi padre pareció apreciar un recelo oculto en mi hermano que protegió mi cabeza con su pecho, disimulando un nuevo sollozo. Rompí nuevamente a llorar cuando fui consciente de que mi madre estaba muerta por culpa de aquellos dos hombres. Mi padre cansado de tanto lagrimeo y pérdida de tiempo, fue el primero en abandonar la habitación, tras él se fue Macqueen y el último Mike que mantuvo la mirada a mi hermano durante unos segundos.
Creo que fueron los minutos más angustiosos que vivió mi pobre hermano relatándome como encontraron a la mañana siguiente el cuerpo desgarrado y sin vida de mi madre bajo unos tablones de un gallinero desvencijado. Acudieron en nuestra ayuda los vecinos de los pueblos cercanos, entre ellos los campesinos de aquel pueblo que recibieron el aviso de los hombres lobo. Todos sospecharon de mi padre y de Macqueen hasta que encontraron el cuerpo de mi madre sin vida, mi padre rompió a llorar arrancándose la camisa con sus manos y pidiendo a los dioses que se lo llevaran a él dejando a mi madre en este mundo donde tanta falta hacia a sus hijos. Fue su mejor actuación, me confesé mi hermano con los sentimientos encontrados, por un lado el amor que mi madre nos obligaba a tener a un padre despiadado, y por otro el odio que siempre germinó hacia él y que sin ella se desataba como una tormenta en plena mar. Me relató que el siguiente cuerpo que encontraron fue el del hijo de Macqueen y sus tres amigos. Sus cuerpos estaban irreconocibles y sólo el medallón que portaba en el cuello con el emblema de la familia, reveló al padre el nombre de aquel amasijo de piel, carne y huesos. Lo terrorífico de todo aquello es que uno de ellos todavía vivía y gracias a un campesino con ojo avispado pudieron evitar echarle a un carromato donde se acumulaban todos los cadáveres.
Macqueen contaba a todo el que quería escucharle como su hijo dio la señal de alarma al ver desde su habitación las llamas en la aldea. Como salió a la carrera con sus amigos para socorrer a todo los que pudiese y como cuando ellos llegaron se dieron cuenta que todo aquello no era cosa del infortunio sino de la mano del hombre lobo. Nadie dudo de las palabras de un padre destrozado aunque todos conocían la naturaleza cobarde del muchacho y sorprendía aquel arrojo de valor lazándose a las llamas para salvar a unas gentes de las que no soportaba ni su contacto.
Todo el mundo dio por buena la historia. Y los rumores se extendieron como la espuma. El hombre lobo con la luna llena se trasforma en la bestia que es y arrasa con todo ser vivo con la esperanza de saciar su sed de sangre que no tiene límite.
Un par de días después, casi recuperada de todo. Me adentré por el castillo sin saber dónde iba, aquello era un laberinto de pasillos y escaleras que no llevaban a ningún lado, por lo menos para mí. Escuché la voz de mi hermano hablar entre susurros en una de las habitaciones y pegué la oreja a la puerta. Discutía con Mike, pero no como la harían dos enemigos, sino dos íntimos amigos, había cariño en la voz de Mike y respeto en la de mi hermano. Allí acurrucada y con todo mi cuerpo pegado a la puerta de madera, oí lo que ya sabía pero había olvidado.
Alfa y Beta acudieron en mi ayuda, yo tenía sobre sus hijos un poder que él no entendía, mi lamento y mi voz les ataba a mis palabras convirtiéndolas en órdenes. Cuando él llegó, tras escuchar el aullido de sus dos hijos, encontró a cada uno de ellos agarrado a la yugular de un cazador, al joven Macqueen desnucado tras una caída de la que sus hijos no tuvieron nada que ver y al cuarto desmayado por miedo. Así dejaron a los cazadores y él se sorprendió tanto como los aldeanos al encontrar al día siguiente los cuerpos descuartizados. En aquellos actos estaba la mano de mi padre y la del viejo Macqueen que lloraba entre rabia la pérdida de su hijo, no así mi padre que gimoteaba para la galería pero en la intimidad se felicitaba por el buen éxito de su plan.  Mike recordaba el disfraz que todos ellos portaban y a la mañana siguiente tenían sus habituales trajes de cuero.
El único cabo suelto para aquel plan casi perfecto, era el superviviente que se debatía entre la vida y la muerte. Tenía fiebres altas y se pasaba las noches entre alaridos y gritos. La gente le tenía miedo pues a más de uno que intentaba curarle las heridas le habían agarrado por el cuello y clavado aquella mirada perturbada con una sonrisa siniestra. Mike dudaba que fuera una sonrisa pues le habían arrancado el labio superior y lo que se veía era el hueso de su mandíbula, era más un gesto agresivo verle mover la boca que una sonrisa desquiciada. Mike advirtió a mi hermano que mi padre tramaba algo para aquel desgraciado pero él no contaba con la confianza de este y no podía enterarse de nada, mi hermano entristecido le confesó que mi padre le había alejado definitivamente de su lado por incumplir su orden, sacarnos de allí antes de media noche. No es que amase a mi madre, él mismo la quitó la vida como descubrimos tiempo después, era que tenía que andar fingiendo entre sollozos y lagrimeos un dolor que no sentía y una debilidad que no tenía, todo para que nadie sospechase que todo aquello era una patraña para que no se convirtieran en leyenda los hombres lobo. El mismo reconocía el golpe de suerte que fue la muerte de mi madre y del joven Macqueen para la perfecta ejecución de su plan, nadie podía sospechar que un amado esposo y un dolido padre fueran capaces de todo aquello.
Mike no se confundía lo más mínimo. Al día siguiente mi padre fue a visitar al moribundo y cuando salió de la habitación portaba la cabeza del cazador entre sus manos. El rostro de aquel hombre tenía unos colmillos ensangrentados en su boca de un tamaño desproporcionado. Las mujeres que vigilaban su sueño y curaban sus heridas se cubrieron la boca con horror cuando mi padre les reveló que sentado junto a él le vio sufrir unas convulsiones, que acudió en su ayuda pero al abrir el enfermo los ojos vio la noche cerrada en ellos y al abrir la boca aquellos dos colmillos crecieron a amenazando su garganta. Se tiró sobre él y le intentó clavar los dientes, pero que al no poder le lanzó una garra afilada con la que rompió su abrigo de cuero gordo sin llegar a dañarle la piel.  
Nuevamente los rumores corrieron como la espuma, el hombre lobo si te mordía te convertía en uno de ellos y sólo cortando su cabeza se liberaba encontrando la muerte. Fin de un cabo suelto.

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