Desperté en una habitación del castillo del
señor Macqueen, mi hermano dormitaba en una silla a los pies de una inmensa
cama con dosel. Miré su rostro magullado y sus arruguillas en la frente, se le
veía envejecido por la preocupación, me imaginé su noche corriendo intentando
despertar a toda una aldea que dormía sin preocupaciones sin imaginarse si
quiera el infierno que se iba a abrir bajo sus pies. La última vez que lo vi,
estaba agarrado a la espalda de una de aquellas bestias. Bestias.
No recordaba cómo había llegado allí pero
tampoco recordaba mucho de lo sucedido durante la noche. Intenté serenar mi
respiración que se aceleraba ante mi ausencia de recuerdos y con los ojos
cerrados regresé. Imposible, nada. Sentí una mano fría en mi frente y al abrir los
ojos vi sobre mi rostro el de mi hermano. Su mirada siempre vivaz y divertida,
estaba ausentes de vida y cargada de tristeza.
-¡Cómo me alegra que hayas despertado!- y me
besó en la frente pero no con el ardor de antes.
-No recuerdo nada de lo que sucedió anoche.
-Afortunada tú que has olvidado las horas
vividas.- que angustia tan grande portaban sus palabras.
Sin tiempo a preguntar nada más, la puerta se
abrió con un gran estruendo y los tres últimos hombres que esperaba ver entrar
hicieron acto de presencia. Mi madre era a la persona que ansiaba ver.
-¡Ya era hora! Llevamos tres días aguardando
que despertases de ese estado moribundo.- mi padre no albergaba cariño por
nadie ni por el mismo.
-¿Qué recuerdas de la otra noche?- me
preguntó Macqueen a boca jarro.
-No recuerda nada.- dijo mi hermano
rápidamente.
-¿Te he preguntado a ti?- le espetó con
desprecio.
-¡Cállate muchacho! -mi padre acompañó sus
palabras con un fuerte golpe en su cabeza.
-No recuerdo nada.- balbuceé.
Sus rostros y sus gestos eran los de dos
personas desequilibradas y peligrosas. Ni por el hecho de que aquel hombre era
mi padre me sentía protegida ni segura. Macqueen empezó a relatarme lo que
había acontecido la noche anterior, mi hermano intentó varias veces impedir que
se me relatasen los actos con tanta crueldad pero no dudó en soltar todo sin
valorar la consecuencia que iba a tener sobre mí el hecho de que mi madre
muriese a manos de uno de aquello hombres lobo. Los brazos de mi hermano me
rodearon cuando mi cuerpo se convulsionó al saber que nunca más vería a mi
amada madre. Cuando me hube recuperado de la noticia y tras los gritos
enfurecidos de mi padre ante tal muestra pusilánime de debilidad para los hijos
de un cazador como él. Les miré a los tres con desprecio. No sabía por qué albergaba
tanta rabia hacía ellos, una cólera que yo jamás había tenido hacia un padre
cruel como el mío. Fue al mirar a Mike y ver su semblante sereno y todo se
reveló ante mí. Abrí desmesuradamente los ojos y quise ver un entendimiento
entre aquel hombre lobo escondido entre cazadores y mi hermano. Mi padre
pareció apreciar un recelo oculto en mi hermano que protegió mi cabeza con su
pecho, disimulando un nuevo sollozo. Rompí nuevamente a llorar cuando fui
consciente de que mi madre estaba muerta por culpa de aquellos dos hombres. Mi
padre cansado de tanto lagrimeo y pérdida de tiempo, fue el primero en abandonar
la habitación, tras él se fue Macqueen y el último Mike que mantuvo la mirada a
mi hermano durante unos segundos.
Creo que fueron los minutos más angustiosos
que vivió mi pobre hermano relatándome como encontraron a la mañana siguiente
el cuerpo desgarrado y sin vida de mi madre bajo unos tablones de un gallinero desvencijado.
Acudieron en nuestra ayuda los vecinos de los pueblos cercanos, entre ellos los
campesinos de aquel pueblo que recibieron el aviso de los hombres lobo. Todos sospecharon
de mi padre y de Macqueen hasta que encontraron el cuerpo de mi madre sin vida,
mi padre rompió a llorar arrancándose la camisa con sus manos y pidiendo a los
dioses que se lo llevaran a él dejando a mi madre en este mundo donde tanta
falta hacia a sus hijos. Fue su mejor actuación, me confesé mi hermano con los
sentimientos encontrados, por un lado el amor que mi madre nos obligaba a tener
a un padre despiadado, y por otro el odio que siempre germinó hacia él y que
sin ella se desataba como una tormenta en plena mar. Me relató que el siguiente
cuerpo que encontraron fue el del hijo de Macqueen y sus tres amigos. Sus cuerpos
estaban irreconocibles y sólo el medallón que portaba en el cuello con el
emblema de la familia, reveló al padre el nombre de aquel amasijo de piel,
carne y huesos. Lo terrorífico de todo aquello es que uno de ellos todavía
vivía y gracias a un campesino con ojo avispado pudieron evitar echarle a un
carromato donde se acumulaban todos los cadáveres.
Macqueen contaba a todo el que quería
escucharle como su hijo dio la señal de alarma al ver desde su habitación las
llamas en la aldea. Como salió a la carrera con sus amigos para socorrer a todo
los que pudiese y como cuando ellos llegaron se dieron cuenta que todo aquello
no era cosa del infortunio sino de la mano del hombre lobo. Nadie dudo de las
palabras de un padre destrozado aunque todos conocían la naturaleza cobarde del
muchacho y sorprendía aquel arrojo de valor lazándose a las llamas para salvar
a unas gentes de las que no soportaba ni su contacto.
Todo el mundo dio por buena la historia. Y los
rumores se extendieron como la espuma. El hombre lobo con la luna llena se trasforma
en la bestia que es y arrasa con todo ser vivo con la esperanza de saciar su
sed de sangre que no tiene límite.
Un par de días después, casi recuperada de
todo. Me adentré por el castillo sin saber dónde iba, aquello era un laberinto
de pasillos y escaleras que no llevaban a ningún lado, por lo menos para mí. Escuché
la voz de mi hermano hablar entre susurros en una de las habitaciones y pegué la
oreja a la puerta. Discutía con Mike, pero no como la harían dos enemigos, sino
dos íntimos amigos, había cariño en la voz de Mike y respeto en la de mi
hermano. Allí acurrucada y con todo mi cuerpo pegado a la puerta de madera, oí
lo que ya sabía pero había olvidado.
Alfa y Beta acudieron en mi ayuda, yo tenía
sobre sus hijos un poder que él no entendía, mi lamento y mi voz les ataba a
mis palabras convirtiéndolas en órdenes. Cuando él llegó, tras escuchar el
aullido de sus dos hijos, encontró a cada uno de ellos agarrado a la yugular de
un cazador, al joven Macqueen desnucado tras una caída de la que sus hijos no
tuvieron nada que ver y al cuarto desmayado por miedo. Así dejaron a los
cazadores y él se sorprendió tanto como los aldeanos al encontrar al día
siguiente los cuerpos descuartizados. En aquellos actos estaba la mano de mi
padre y la del viejo Macqueen que lloraba entre rabia la pérdida de su hijo, no
así mi padre que gimoteaba para la galería pero en la intimidad se felicitaba
por el buen éxito de su plan. Mike
recordaba el disfraz que todos ellos portaban y a la mañana siguiente tenían
sus habituales trajes de cuero.
El único cabo suelto para aquel plan casi
perfecto, era el superviviente que se debatía entre la vida y la muerte. Tenía fiebres
altas y se pasaba las noches entre alaridos y gritos. La gente le tenía miedo
pues a más de uno que intentaba curarle las heridas le habían agarrado por el
cuello y clavado aquella mirada perturbada con una sonrisa siniestra. Mike dudaba
que fuera una sonrisa pues le habían arrancado el labio superior y lo que se veía
era el hueso de su mandíbula, era más un gesto agresivo verle mover la boca que
una sonrisa desquiciada. Mike advirtió a mi hermano que mi padre tramaba algo
para aquel desgraciado pero él no contaba con la confianza de este y no podía
enterarse de nada, mi hermano entristecido le confesó que mi padre le había
alejado definitivamente de su lado por incumplir su orden, sacarnos de allí
antes de media noche. No es que amase a mi madre, él mismo la quitó la vida
como descubrimos tiempo después, era que tenía que andar fingiendo entre
sollozos y lagrimeos un dolor que no sentía y una debilidad que no tenía, todo
para que nadie sospechase que todo aquello era una patraña para que no se
convirtieran en leyenda los hombres lobo. El mismo reconocía el golpe de suerte
que fue la muerte de mi madre y del joven Macqueen para la perfecta ejecución
de su plan, nadie podía sospechar que un amado esposo y un dolido padre fueran
capaces de todo aquello.
Mike no se confundía lo más mínimo. Al día
siguiente mi padre fue a visitar al moribundo y cuando salió de la habitación
portaba la cabeza del cazador entre sus manos. El rostro de aquel hombre tenía
unos colmillos ensangrentados en su boca de un tamaño desproporcionado. Las mujeres
que vigilaban su sueño y curaban sus heridas se cubrieron la boca con horror
cuando mi padre les reveló que sentado junto a él le vio sufrir unas
convulsiones, que acudió en su ayuda pero al abrir el enfermo los ojos vio la
noche cerrada en ellos y al abrir la boca aquellos dos colmillos crecieron a amenazando
su garganta. Se tiró sobre él y le intentó clavar los dientes, pero que al no
poder le lanzó una garra afilada con la que rompió su abrigo de cuero gordo sin
llegar a dañarle la piel.
Nuevamente los rumores corrieron como la
espuma, el hombre lobo si te mordía te convertía en uno de ellos y sólo
cortando su cabeza se liberaba encontrando la muerte. Fin de un cabo suelto.