“Cuando nos quedamos solos en la orilla, acostumbrándonos
a nuestro nueva situación de espectadores privilegiados, decidimos seguir el
curso del río en busca del cadáver de Omega.
“Ver el cuerpo del que era mi padre tirado en
la orilla de un río recibiendo patadas y golpes por hombres oscos y crueles;
mientras le observaba un cazador que babeaba mientras gritaba a sus hombres que
aquel que yacía muerto por su disparo era un maldito hombre lobo, me heló la
sangre. Un deseo de venganza nacía en mí, unas ganas de sacudir con fuerza
aquel rostro desfigurado me invadía como lo hace la mala hierba en una pradera
abandonada. El cuerpo sin vida de mi madre lo arrastraba Mike cogido de un pie
por el sendero que discurría al lado del río.
- Mike nos trae a la adultera.- había algo
más en sus palabras, aparte del desprecio o el asco, la ira o la rabia que
formaba parte de su ser, algo más que era incapaz de definir.- Este hombre es
un amigo fiel y un sirviente leal que se dio cuenta de todo. Ella contaba
nuestros planes a los hombres lobos y por eso esta racha de mala suerte nos ha
acompañado todos estos meses, ahora todo va a cambiar.
“Un hombre se acercó y levanto con cuidado la
enorme falda de mi madre, observando la sangre que cubría los bajos y la
espalda de su cuerpo. Con el pie hizo girar el cuerpo y aunque Mike lo intentó
evitar fue tarde. Aquel hombre en otros tiempos había asistido como médico a
numerosas parturientas, ahora remendaba girones de carne y amputaba miembros
mordidos por los licántropos.
-La criatura que ha nacido, ¿dónde está?-
Macqueen miró a Mike sin comprender y este encogió los hombros como respuesta.
-No vi ninguna criatura.- empujó al hombre
que olía ligeramente a aguardiente.- Apestas a alcohol, tus reflejos están
dormidos con esos brebajes que fabricáis en las mazmorras.
“Pero ya era tarde, la curiosidad de Macqueen
hizo que palpase el vientre hinchado de mi madre.
-¡¡Buscad al recién nacido y dadle muerte!!-
de una patada arrojó el cuerpo de mi madre al río y luego el de mi padre. Me
invadió una ola de felicidad, ambos cuerpos se entrelazaron y bajaron por las
frías aguas camino de un lugar donde yacer juntos. Nada les separaría.
“Los hombres salieron a la carrera, cada uno
en una dirección. Junto a la orilla observando los cuerpos desaparecer, se
quedaban Macqueen y Mike.
-Esa criatura debe desaparecer, el nacimiento
de un ser entre ambas especies está en contra de los dioses. Humaniza a los
hombres lobos y no son más que bestias.- negaba con la cabeza mientras golpeaba
con su bota las piedras de la orilla.- Mike, júrame que la encontrarás y la
darás muerte.
“En los ojos de Mike quise ver vacilación, la
que no tuvo al matar a mi madre, la que no observé mientras formaba parte como
espectador del maltrato al cuerpo sin vida de Omega. Macqueen le zarandeó,
buscaba una respuesta y la quería ya.
-Yo mismo daré muerte al recién nacido.- sonó
como una promesa o una visión de lo que
estaba por acontecer.
“Esa seguridad de la que hacía gala, le
envolvió en cada una de las palabras pronunciadas. Un escalofrío recorrió mi
cuerpo y la certeza de quién me quitó la vida en mi primer “yo” se reveló ante
mí como en una visión. Fue él le dije a Alfa que me observó con sus profundos
ojos negros, confirmando lo que ya sabíamos pero habíamos olvidado.
“Mike se separó con un fuerte apretón de
brazos de Macqueen y remontó el río con la certeza de saber el camino que
tomar. Alfa y yo anduvimos como en un sueño, quizá no fuese necesario seguir
sus pasos y podríamos a ver pasado a otra fracción del tiempo pero… anduvimos.
“Mike se puso a caminar con el cuerpo
tensionado y los sentidos en alerta, parecía no saber donde iba, tan pronto
subía como bajaba, giraba para la derecha como dos pasos más allá lo hacía a la
izquierda, se paraba y miraba a su alrededor para seguir a un paso más
decidido. Y entonces llegó a un bosque espeso lleno de zarzas y maleza y
levantó una rama estratégicamente oculta y al alzarla un camino se abrió ante
nosotros, atravesamos deprisa como si unas cuantas ramas pudiesen poner freno a
dos entes, como éramos Alfa y yo. Esperamos observando la claridad del bosque
al otro lado de mientras él olfateaba el aire, en busca de enemigos en las
sombras.
“Cerró el paso y le seguimos. Llegamos a un
claro donde se levantaban unas pequeñas cabañas de madera. Las mujeres
charlaban animadas ante un pozo del que extraían agua y los niños jugaban con
palos y arcos entre las casas. Un niño dio la señal de alarma ante la presencia
de Mike. Las risas cesaron y las miradas se tornaron tristes. Mike no disimuló
que traía malas noticias. Una mujer anciana se acercó a él con paso rápido. Él
se agachó y le dijo unas sutiles palabras en el oído y después la abrazó con
fuerza, la mujer rompió a llorar. Un hombre en la distancia al ver la imagen
dudó en acercarse pero al final lo hizo y arrancó de los brazos de Mike a la
mujer que se desvanecía de pena, sin antes dedicarle una mirada gélida. Siguió
andando entre la gente camino de la casa más alejada. Una mujer esperaba en la
entrada. No se dijeron nada, se miraron y él entró. Todo era tan frío.
“Entramos tras ella y vimos como ponía ante
la mesa donde se había sentado un vaso de vino y un plato de carne guisada. Se
sentó en la silla más alejada.
-Murió Omega, hace unas horas.- ella asintió,
en su mirada no había nada, ni alegría ni tristeza, era indiferente ante la
presencia de él. No albergaba cariño ni odio; resignación, creo que eso era lo
que había en su gesto y en su postura.- Se lo buscó él solito.
“Ella se movió incomoda en la silla, estaba
claro que Mike había impuesto su voluntad de líder y nadie estaba de acuerdo
con sus decisiones. La puerta se volvió a abrir y dos niños pequeños entraron a
la carrera y se arrojaron sobre los brazos abiertos de Mike. Inconfundibles los
niños, inconfundibles sus miradas y sus cabellos. Un niño moreno y otro rubio.
Alfa me miró al comprender que aquel niño de ojos negros y profundos con
cabellos oscuros no era otro que él y el rubio su siempre amigo Beta. Eran
mellizos, por eso a lo largo de todas sus vidas habían estado siempre tan
unidos.
“Allí nos quedamos sin escuchar, como ante
una pantalla muda, observando los juegos de un hombre con sus dos hijos.
Estábamos tan sorprendidos.
-Beta y tú siempre habéis sentido un profundo
respeto por Mike. Tú eres el alfa de tu manada pero has permitido que su
presencia tenga tanto peso como la tuya, sus órdenes se respetan, se obedecen
como si fueran tuyas. Mike no ha vuelto a ser alfa en ninguna de sus vidas, ha
insistido que fueras tú, incluso cuando le correspondía a él por nacimiento y
lo rechazó a tu favor, a pesar de tú negativa. Siempre os ha protegido y
mantenido juntos a Beta y a ti. Pero nunca volvió a ser vuestro padre en otra
vida, ha sido amigo, hermano y pariente cercano… Ni alfa ni padre.- pensé y
pensé en esta idea y seguía teniendo claro que Mike era el único que recordaba
mucho más de lo que aseguraba.
“Una sacudida nos sacó de la habitación
empujándonos al vacío cuando Mike se dio la vuelta y nos miró a los ojos:
“¡Iros!” nos gritó. Sentí tanto miedo que cogí con fuerza el pelaje del cuello
de Alfa, este gruñó ligeramente pero no a mí sino al Mike que se perdía en una
habitación oscura.