-Imagínate el infierno que se desató.
Macqueen regresó a su casa con la prueba en su rostro de la crueldad del hombre
lobo. Omitió en sus relatos el asesinato de aquellos dos niños para provocar a
su padre, aunque tampoco hubiera hecho falta que lo contase ya que los ánimos
estaban caldeados con la muerte de las familias de los cazadores que le acompañaron,
cada uno de los que asistió al sepelio iba añadiendo de su cosecha un detalle
más desgarrador y cruel que el anterior. El resultado final fue toda una
comarca puesta en pie para ir en busca de los licántropos y darles muerte sin
dejar a ninguno sobre la faz de la tierra.
“El cielo se cubrió de negras nubes que no
dejaron de descargar agua durante todo un año, los campos se pudrieron y se convirtieron
en terrenos de malas hierbas cuando los agricultores cambiaron la azada por los
rifles; las granjas se dejaban al cuidado de las mujeres y las reses se
vendieron para sufragar los gastos de la guerra entre hombre y licántropos;
todo esto sumió al pueblo en una hambruna y una desesperación de la que
supieron aprovecharse los hombres lobos, ofreciendo a las familias su dinero a
cambio de su silencio y su servicio, ocultándoles o informándoles.
“Los
ríos se tiñeron de rojo con la sangre de unos y de otros. Las pérdidas se
contaban por millones. Macqueen se arruinaba económica y físicamente, manteniendo una lucha encarnizada con los
licántropos, ya no recordaba cómo empezó todo solo sentía odio, un odio que
aumentaba cada mañana cuando veía su reflejo. Por el contrario, los licántropos
habían aprendido a ocultarse entre los hombres, dejaron de vivir en manadas
aisladas para confundirse entre los mismísimos cazadores. Era más difícil
encontrarlos, requería de más espías a los que tenía que pagar bien para que
ningún licántropo pudiese mejorar su oferta. Lo que no sabía Macqueen es que el
enemigo ya estaba en su casa alojado y era su mano derecha.
“En una de muchas batallas Macqueen quedó
aislado de su grupo y cuando se dio cuenta que no tenía ni balas, ni cuchillo
con el que defender su vida ante dos grandes lobos, se encomendó a los dioses
que no escuchaban sus ruegos. De las sombras surgió un hombre de más o menos su
edad que se lanzó por los aires cayendo sobre los lobos con un enorme cuchillo
entre las manos, rodaron por la ladera desapareciendo entre los matorrales y
arbustos. Escuchaba los sonidos de la refriega cuando todo fue silencio,
imaginó que aquel hombre que no conocía de nada había muerto y en lugar de
correr sus pies quedaron pegados al suelo esperando la llegada de los lobos.
Pero apareció el hombre malherido, su ropa cubierta de sangre mostraba entre
los jirones de la camisa una fea raja en el pecho, le faltaban una oreja y los
dedos de una mano; se desmayó a los pies
de Macqueen, no dudó que estaba en deuda con aquel hombre desconocido, si
salvaba la vida. - Alfa se sorprendió al ver el rostro inconsciente de Mike
cubierto de sangre en los brazos de un cazador.- Mike, llamémosle así aunque
tenía en aquel entonces otro nombre diferente, se convirtió en un maravilloso
topo, que fue introduciendo entre los hombres de Macqueen a muchos de sus amigos.
– nuestra vista se paseó por el patio de armas donde los hombres entrenaban,
allí afilando sus espadas pudimos ver al biznieto del licántropo momificado.-
Le vamos a llamar Omega.
“Creo que Mike no esperaba que Omega y la adorable señora Macqueen que
demostraba su dulzura con todo el mundo y su piedad con los presos que su
marido torturaba para su disfrute, se enamorasen. Puede ser que lo intuyese en
sus miradas y sus roces furtivos, y puede que intentara impedir tal relación,
pero no hay cosa peor que la prohibición.
“Diez meses después, Mike había alcanzado un
puesto de confianza en la jerarquía de los cazadores, el señor Macqueen no hacía
nada sin consultárselo, logró que la lucha se inclinase al lado de los hombres
lobos, pero… aquí llega nuestro “pero”; una noche Omega llamó a su puerta con
el rostro desencajado, dando al traste con todos sus planes. Entre paseos y
golpes a los muebles, le confesó que la señora Macqueen estaba embarazada y que
la criatura era de él. Quería huir con
ella, desaparecer y convertirse en un hombre anodino con una familia anodina.
Mike le aseguro que aquello no era posible, que debía dejar la relación, que
ella no podía confesar quien era el padre de la criatura y seguir con su
esposo, quedaba muy poco para eliminar a todos los cazadores y por fin aquella
persecución terminaría y podrían regresar a sus vidas antes de todo aquel
infierno. Pero aquello suponía mucho tiempo, en el cual nacería la criatura y
podía mostrar algún rastro que hiciera sospechar al cazador, y Omega sabía que
la última fase del plan era eliminar a la descendencia de Macqueen. La mirada
de Mike hizo temblar a Omega que fingió aceptar los deseos de este. Salió con
el firme propósito de poner a su amada a salvo de su marido y de su clan.
“La cubrió con un manto rojo, tapándole la
cabeza para que al atravesar el patio de armas en la oscuridad de la noche
nadie la reconociera, vestida como muchas de las doncellas que iban al pueblo a
comprar, pasaría entre ellos sin levantar sospechas. La indicó que cogiese el
camino del bosque, en mitad de él había una cabaña donde la esperaría y de allí
escaparían por el río, muy lejos. Salió a la carrera sin mirar atrás. Mike
sospechaba que Omega iba a desobedecer sus órdenes y se apostó en la oscuridad
del patio de armas al abrigo de las columnas, en el fondo esperaba no tener que
hacer lo que estaba a punto de suceder. La siguió a una distancia considerable.
El propio Macqueen observaba desde la torre la figura de su esposa perdiéndose
en el bosque y la de Mike en su persecución, luego vio correr tras ellos a
Omega. Llevaba tiempo sospechando de la infidelidad de su esposa, al observar
su felicidad y sus canturreos incesantes sin contar con aquel estado continuo
en Babia. Decidió seguirles a todos sin saber muy bien que se tramaba.
“Mike supo enseguida a donde se dirigía y
atajó llegando antes a la cabaña, espero en la oscuridad de la sala la llegada
de la esposa infiel. Al entrar ella y ver la figura recortada de Mike, le
confundió con la de su amado pero cuando se acercó y vio de quien se trataba no
hubo escapatoria. Forcejeó pero no tenía posibilidades de liberarse de su
captor, sintió un cuchillo atravesar su espalda y un dolor profundo en su
costado, su criatura se movió inquieta en su interior y un dolor agudo se
intensificó en su bajo vientre. Mike no la retuvo y la dejo ir dando tumbos
camino del río que Omega le dijo que les daría la libertad.
“Macqueen atravesó el castillo y salió por la
puerta que daba al bosque, con lo que consiguió adelantar unos metros al
asustado amante. Omega olfateó el aire con su hocico prominente, agudizo sus
oídos de lobo y sus ojos se oscurecieron ante el peligro que se cernía. El aroma
de Mike inconfundible tras los pasos de ella. Corrió desesperado sin darse
cuenta que en la sombra de los árboles le aguardaba el cazador con el rifle en
alto. No esperó a que se acercase, en un principio se asustó al sentir la
presión sobre el gatillo, por qué lo había hecho, por qué disparó.
“El disparo acertó en el centro de su pecho,
cayó al suelo pero a los pocos minutos se levantó con un rostro contraído por
la furia, ojos oscuros y mandíbula prominente. Macqueen comprendió al instante que
no acabaría con él una sola bala y cuando cargó de nuevo el arma, el hombre
lobo se adentraba en el bosque huyendo de él y de su rifle. Omega no temía al
cazador, temía a Mike que era implacable, siempre tan rigurosa con los detalles
y la ejecución de los planes, ellos no eran más que dos piedras en el camino.
“Corrió malherido por el bosque detrás del
aroma de ella, llegó a la cabaña y al entrar sintió la muerte cerca, salió
dando tumbos por la puerta camino de un río que se tenía de rojo con la sangre
de su amada. La encontró moribunda en la orilla con una criatura hermosa en su
regazo. El tiempo apremiaba, la dio un beso en los labios y desapareció por el
agua helada. Necesitaba borrar su rastro y poner a salvo a su hija que dormía
plácidamente entre sus brazos. Cuantos minutos pasaron de carrera desesperada y
desconsuelo al no encontrar a nadie al que confiar a su hija, no lo sabemos,
pero la muerte también se acercaba para él, casi no quedaba tiempo. Unos metros
por delante, escuchó las risas de un niño que chapoteaba en la orilla bajo la
atenta mirada de su madre que lavaba la ropa.
Tenía que ahorrar fuerza para una vez que dejase a su preciosa hija
pudiese continuar corriendo unos kilómetros más alejando a sus perseguidores.
“La mujer asustada cogió a su hijo y lo
protegió a sus espaldas, Omega se acercó despacio con una mano en alto mientras
con la otra ofrecía a su hija envuelta en el manto rojo de su madre. La mujer
dudo unos segundos pero por fin se decidió a coger el bulto, el hombre se lo
agradeció y salió a la carrera. Ella abrió con cuidado y cuál fue su sorpresa
al encontrarse el rostro de una bella niña durmiendo plácidamente.
“Al ver mi rostro en los brazos de la que
para mí siempre ha sido mi madre, sentí la necesidad de estar al lado de ambas
y protegerlas de esta historia macabra. Entonces nos vimos arrastrados hacia la
pantalla y lanzados al otro lado de la orilla.
“Cuando me hube recuperado del sobresalto
miré a Alfa: Curiosa la similitud de nuestra historia con Caperucita. Hemos ido
siguiendo miguitas… ¿pero?