No nos aclaró la situación pero tampoco la
enturbió, ni frío ni calor, nos dejó tal y como estábamos. Mike hizo llamar al
más antiguo de los licántropos del clan de Alfa, que resultó ser el mismo hombre
que pulía sus brillantes botas, que a su vez era el que dejó olvidada su
cazadora sobre el taburete de aquel pub oscuro y escondido.
Relató lo que se rumoreaba por aquellos años,
unos veintidós años tiempo atrás, incluso las fechas pueden hacer pensar en una
coincidencia muy forzada para ser solo los designios del azar, pero era toda
pura coincidencia.
El biznieto de ese licántropo casi momificado
era uno de sus favoritos, por no decir el único. El viejo vivía para él y por
él. Le mimaba y le consentía todo, y durante la infancia, el muchacho mostró un
carácter errático y antojadizo que se corrigió con la adolescencia
convirtiéndole en unos de los mejores líderes. Era justo y arropaba a todo aquel que pidiese su ayuda
sin mirar su procedencia. Bajo su liderazgo se reanudaron los contactos con los
humanos que en otros tiempos fueron sirvientes de su clan y su abuelo desterró,
según él por una falta de confianza. Todo iba bien y el muchacho cogía fuerza
fuera de su clan, cuando algo enturbió su buen camino. Una noche desapareció.
El anciano estaba como loco y con sus propias manos mató a más de uno de los
suyos por no traer señales de su paradero, nadie encontraba una sola pista de
dónde podía encontrarse.
Surgieron muchos rumores durante los meses
que estuvo en paradero desconocido, algunos le vieron embarcando en un barco
rumbo a América, otros camino de Siberia y otros escucharon que los Macqueen le
tenían prisionero. El anciano decidió hacer caso a todos, no comprobó la
veracidad de nada. Una parte de la manada la envió a América en su busca, otra
parte la destino a Siberia, sin escuchar a las manadas de esas tierras que negaban
que estuviera entre ellos. Y por último envió a Escocia a sus hombres de
confianza, porque de todas las voces la que era más verosímil era que se
encontraba preso en las tierras de una de las familias más antiguas de los
cazadores.
La falta de noticia de todos aquellos que
fueron enviados para traer de vuelta al nieto, les demostraba que andaban por
el buen camino pero aquellas tierras no contaba con una manada fuerte que
ayudase a los recién llegados, se encontraban solos, y desaparecían sin dejar
rastro.
El anciano perdía la esperanza de recuperarle
cuando las manadas del norte de Francia avisaron que estaba entre ellos, pero
que no venía solo, le acompañaba una hermosa mujer. Nadie sabía nada de la
desconocida y a ninguna de las preguntas contestaron ni uno ni otro. Llegaron a
Santander a mediados de agosto después de seis meses de cautiverio, él no negó
que estuvo preso pero tampoco reveló más. La mujer que le acompañaba venía en
estado avanzado de embarazo y su salud era delicada.
El nieto y el anciano se abrazaron con fuerza
y se encerraron en el despacho durante dos largas horas, no se escucharon ni
voces ni ruido alguno, pero cuando el joven salió tenía dibujada la
contrariedad en el rostro. El anciano por el contrario pidió que se tratase a
su visitante como una “ilustre huésped”. Era un juego de palabras muy bien
elegido, ella era un huésped, no podría
pasear a sus anchas ni salir de la habitación sin custodia, era una presa entre
barrotes de oro.
Con el tiempo se filtró quien era tan ilustre
dama, era la esposa de la cabeza visible de los cazadores de Escocia, la señora
de Macqueen. Abandonó no solo a su esposo también a un hijo de corta edad.
El anciano reveló de mala gana que ella había
ayudado a su nieto a escapar y a él no le quedó otra que cargar con ella para
evitar que su propio marido diera escarmiento a los suyos con su delicado
cuerpo para todo aquel que se le ocurriese traicionarle. Parece ser, que el tal
Maqueen tenía todo menos sentimientos nobles en sus venas, no albergaba ni amor
ni compasión ni por su propio hijo, al que con dos años estaba enseñando a
odiar a su madre.
La pregunta que todos se hacían era cuanto
tiempo tardarían los cazadores en atacar a los licántropos para lavar ese honor
mancillado. El anciano aguardó el ataqué pero no hubo tal. Al cabo del tiempo
lo que si llegó a sus manos fue una carta donde se perdonaban todas las
afrentas si entregaba a la mujer, pensó que desearía la criatura que estaba por
nacer, dudaba mucho que con la reputación que le precedía perdonase a la esposa
que huyó con un enemigo. No tuvo ningún remordimiento en aceptar el acuerdo,
con tal de liberar a su manada de una lucha por alguien que ni le iba ni le
venía. Aceptó con una sola condición:”No tocar ni un solo perlo a su biznieto”,
lo cual Macqueen no tuvo ningún problema en firmar. Lo difícil sería engañar a
su biznieto, alejarle de ella, que la custodiaba a todas horas y por hombres de
su más absoluta lealtad. Era cierto que el anciano debería sentir algún tipo de
deuda con ella, y así era, por eso no la entregó sin más. La convenció de que
estaría mejor si vivía en una cabaña cerca de la mansión, donde ella tendría
toda la libertad del mundo y no estaría desamparada en ningún momento, pero eso
sí, la dijo que la idea debía partir de ella, si no su biznieto no la dejaría
vivir en la cabaña. Con esto el anciano la daba la oportunidad de huir y no
esperar a su verdugo, era libre de quedarse o irse. Cansada de estar encerrada
en una habitación sin ver la luz del sol más que por una ventana en el último
mes, aseguró al joven que para el bebe y ella era lo mejor, se sentía deprimida
en aquellas cuatro paredes, y muchas veces ni comía. El muchacho aceptó sin ver
la mano negra de su abuelo.
La segunda argucia vino cuando convenció al
biznieto de una falsa rebelión en las montañas de Asturias: acusaban a los
lobos de la muerte del ganado y estaban haciendo batidas para acabar con ellos,
necesitaban desvelar la verdad y salvar a sus congéneres. Se marchó una mañana
pero algo de todo aquello no le dejaba dormir y le intranquilizaba, sin avisar
al anciano, apostó en las sombras a dos de sus hombres y un plan de escape por
si era necesario. Dos noches más tarde se puso en marcha el plan, cuando el
anciano recibió la llamada de la llegada de su biznieto a tierras de Asturias.
Ella dormía cuando los dos hombres entraron
en la cabaña y la sacaron a la carrera sin preparar maleta alguna, dejaba tras
ella un futuro que se deslizaba por sus dedos; sabía que de allí solo su bebe
tendría un largo camino por delante. Los dolores del parto amenazaban la huida.
Tenían que llegar a un pueblo de Valladolid donde se ocultarían en casa de un
aliado cuyo apellido se entrelazaba a lo largo de los siglos en inigualables
ocasiones. En la huida los hombres se separaron para borrar sus huellas. El
último la acompañó durante dos días y la dejó a su suerte una noche sin luna:
“Dos kilómetros más allá te espera un hombre con tres libros en la mano, tus
tres novelas preferidas. Él te acompañará el resto del camino hasta dejarte en
un lugar a salvo.” Mi madre, porque sin duda era ella, suplicó que no la
dejase; pero su misión no terminaba en aquel cruce de caminos, él debía
despistar a los que no logró engañar su compañero y les pisaban los talones. Mi
madre nunca recorrió tal distancia, se desmayó en algún punto del polvoriento
camino y aquel hombre cansado de esperar fue en su busca y la encontró con los
primeros signos de mi llegada.
De ella nada más se supo, declaró el miembro
de la manada de Alfa. Del biznieto se sabe que regresó tan deprisa como pudo y
que cayó en las garras de un flemático Macqueen que había perdido el rastro de
su esposa en un cruce de caminos. Estaba encolerizado y aunque había jurado que
nada haría a la manada ni al biznieto del anciano, el hecho era que tenía que
descargar aquella rabia e ira con alguien, aparte de limpiar su honor y
recuperar su estatus. Le dio muerte en mitad de un campo, de una forma dolorosa
y sangrienta, luego guardó los trozos en una caja y se los envió al anciano con
una nota: “No le he tocado ni un solo pelo”. La cabeza estaba intacta, dicen
que los ojos abiertos como platos y la boca crispada por el dolor, pero su
rostro no tenía ni un solo arañazo ni un golpe, el resto de su cuerpo era un
amasijo de carne sanguinolento y huesos quebrados.