-¿Qué hacemos aquí?- era una habitación
oscura y fría. Permanecíamos de pie ante una cama donde una mujer entregaba un
bulto a mi madre, inconfundible ella para mí en cualquier de las vidas que
tuviese.
-Es mi nacimiento.- respondí a Mike sin
apartar la vista de cada detalle que se mostraba ante mí. Tenía ganas de
abrazarla, pero volvíamos a ser espectadores.
-¿Yo no estuve en tu nacimiento?
-Tú no, pero yo sí.- juro que no sé como lo
hice pero paré la imagen como si hubiese apretado el “stop” del reproductor,
con el movimiento de mi mano, y miré a
Mike que estaba tan descolocado como yo.- Tenéis magia por vuestras venas y me
aprovecho de ella.
-¿Estamos en tus recuerdos?- asentí sin dejar
de mirar la cara de mi verdadera madre. Un rostro entre miles, sin nada
diferente, quizá su extrema palidez fruto del esfuerzo de las últimas horas.
Nada que la hiciera distinta, ni sobresaliente.
Intenté reanudar la proyección como si se
tratase de una película, moví la mano hacía delante y hacia atrás, incluso
salté, pero seguían congelados en el tiempo. Maldije entre dientes y sentí la
sangre agolparse en mi cabeza, había perdido lo que fuera que tuviese, la
concentración, la chispa o lo que sea. Mike colocó su mano sobre la mía y me
pidió calma. Ambos volvimos a mirar hacia el interior de la habitación y sentí
una corriente de energía que llegaba a mí mano entrelazada a la de él. Con la
confianza de dominar la situación, moví la mano libre y todo cobró vida. La voz
de mi verdadera madre sonaba lejana, con el último aliento.
-Llévala lejos. No le digas nunca su
verdadero origen.-tragó saliva con dificultad y mi madre se sentó junto a ella
en la cama conmigo entre sus brazos, evitando que levantase la voz y ahorrase
las fuerzas.- Un día llegará alguien a tu casa, confía en aquellos que ella te
diga.
Una tos convulsiono su cuerpo. A la
habitación entraron dos mujeres embarazadas, las conocía a ambas, eran las
madres de mis amigas Sara y Laura. Mi verdadera madre intentó incorporarse para
continuar hablando, apartó el vaso de agua que la madre de Sara la ofrecía y
regañó con la mirada a la madre de Laura que no dejaba de llorar.
-Confía en ellas.- señaló a ambas mujeres.-
Esta vez escribiremos la historia en otro orden. Conseguiremos que se cierre el
círculo.
Su cabeza cayó sobre la almohada sin casi
vida. Levantó una mano delgada con finos y largos dedos, como los que tenía
Macqueen y me acarició la frente, de ese delicado contacto un brillo iluminó mi
frente infantil que con el último aliento se extinguió. Las madres de mis
amigas se tiraron sobre la cama llorando sin consuelo. Mi madre se puso en pie
incomoda. Mi hermano la aguardaba dormido en el banco de una estación de tren.
La imagen quedó congelada.
-Y ¿ahora?- Mike me preguntó como si supiera
lo que estaba haciendo y en realidad no tenía ni idea.
Miré al suelo cuando sentí una vibración bajo
mis pies, la tarima de madera desaparecía para dar paso a una calle adoquinada.
Dos pies pasaron corriendo junto a los míos, unas pequeñas zapatillas de
bailarina y unas raídas zapatillas de deporte.
-No llegarás a tiempo en tu primer día de
clase.- mi hermano me arrastraba por la calle Mayor camino de mi primera clase
de ballet, yo solo quería mirarme en los escaparates.
-No quiero ir. – refunfuñé ante tanta prisa.
-¿Pero si eras tú la que suplicabas a mamá
que te apuntase?
-Quería que me comprase el maillot.- mi
hermano se echó a reír pero no dejo de correr.
-¡¡Uff!! Pues tienes un largo mes por
delante, mamá ha pagado la matricula y este mes.- protesté con un par de
resoplidos cuando un hombre se interpuso en el camino de ambos.
-¿Te acuerdas de mí?- mi hermano pareció
dudar pero luego se tensó mirando a un lado y otro, como buscando una
escapatoria.
Vi como ocultaba mi delgado y diminuto cuerpo
tras el suyo. Yo tendría cinco años y él unos doce más o menos. Mike y yo
reconocimos el rostro de aquel hombre mucho más joven pero igual de mal encarado.
-Sé quién eres.- se atrevió a decir después de
mucho meditar si correr o aparentar un coraje que no tenía.
-¿Quién es ella?- mi hermano iba a contestar
cuando movió la mano para hacerle callar, como Macqueen en nuestra primera y
última conversación.- Supongo que tu madre continuo con su vida. Eres un
muchacho bastante enclenque…
-Eso lo serás tú.- grité enfrentándome a ese
extraño. Mi hermano me reprendió con la mirada.
-Creo que ella tiene más agallas que tú. Serías
una buena Osorio.- dijo riendo e intentando tocarme la mejilla con su mano áspera.
-Soy González.- saqué pecho y me puse de
puntillas.
-Queda poco tiempo para que venga a buscarte.
Vas a sorprenderte de lo que voy a mostrarte. Avisa a tu madre.- revolvió el
flequillo de mi hermano y continuó su camino.- Me costó encontraros pero llevo
años conociendo vuestro paradero.
Mi hermano tomó mi mano y emprendimos la
carrera. Rehusó contestar al aluvión de preguntas que le llovieron hasta que me
dejó en mi clase de ballet, y una vez
que terminé estaba tan emocionada con mis primeros pinitos como cisne en la
obra que representaríamos a final de curso que se me olvidó para siempre la
figura de un hombre osco y mal encarado que alteraría mis noches muchos años
más tarde.
-¿Vino a buscarle?- preguntó Mike
sorprendido.
-No adelantemos acontecimientos.
La habitación se oscureció y aparecimos en
otro momento de mi vida. Mi madre y yo cocinábamos en la cocina cuando la voz
cantarina de mi hermano nos avisaba de su llegada a casa, con una sorpresa.
Sabía cuál era la sorpresa, la presentación oficial de un Mike diez años más joven pero con el mismo pelo
canoso.
Mi madre salió corriendo de la cocina,
mientras yo sacudía mi espalda.
-Recuerdo el escalofrío.- sentí el mismo frío
recorrer mi espalda.- Y entonces…
La pequeña Adelis bajó de su taburete y se
quedó pensativa mirando la ventana de la cocina.
-¿Qué miras?- estaba absorta mirando a través
del cristal.
-Por el rabillo del ojo vi dos perros
gigantes correr por el bosque, uno era negro y otro blanco. Recuerdo que miré
varias veces y la imagen se repetía una y otra vez. Entonces los dos perros
dejaron de correr y se quedaron mirándome como yo a ellos.- nos acercamos a la
ventana. Allí estaba la imagen que terminaba de describir a Mike. Ahora veía
que no eran grandes perros, sino Alfa y Beta en su forma de lobo.
-Yo sentí una corriente de energía cuando
coloqué el pie en el umbral de la puerta. Supe que te había encontrado.