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Capítulo 49




-¿Qué hacemos aquí?- era una habitación oscura y fría. Permanecíamos de pie ante una cama donde una mujer entregaba un bulto a mi madre, inconfundible ella para mí en cualquier de las vidas que tuviese.
-Es mi nacimiento.- respondí a Mike sin apartar la vista de cada detalle que se mostraba ante mí. Tenía ganas de abrazarla, pero volvíamos a ser espectadores.
-¿Yo no estuve en tu nacimiento?
-Tú no, pero yo sí.- juro que no sé como lo hice pero paré la imagen como si hubiese apretado el “stop” del reproductor, con el movimiento de mi mano,  y miré a Mike que estaba tan descolocado como yo.- Tenéis magia por vuestras venas y me aprovecho de ella.
-¿Estamos en tus recuerdos?- asentí sin dejar de mirar la cara de mi verdadera madre. Un rostro entre miles, sin nada diferente, quizá su extrema palidez fruto del esfuerzo de las últimas horas. Nada que la hiciera distinta, ni sobresaliente.
Intenté reanudar la proyección como si se tratase de una película, moví la mano hacía delante y hacia atrás, incluso salté, pero seguían congelados en el tiempo. Maldije entre dientes y sentí la sangre agolparse en mi cabeza, había perdido lo que fuera que tuviese, la concentración, la chispa o lo que sea. Mike colocó su mano sobre la mía y me pidió calma. Ambos volvimos a mirar hacia el interior de la habitación y sentí una corriente de energía que llegaba a mí mano entrelazada a la de él. Con la confianza de dominar la situación, moví la mano libre y todo cobró vida. La voz de mi verdadera madre sonaba lejana, con el último aliento.
-Llévala lejos. No le digas nunca su verdadero origen.-tragó saliva con dificultad y mi madre se sentó junto a ella en la cama conmigo entre sus brazos, evitando que levantase la voz y ahorrase las fuerzas.- Un día llegará alguien a tu casa, confía en aquellos que ella te diga.
Una tos convulsiono su cuerpo. A la habitación entraron dos mujeres embarazadas, las conocía a ambas, eran las madres de mis amigas Sara y Laura. Mi verdadera madre intentó incorporarse para continuar hablando, apartó el vaso de agua que la madre de Sara la ofrecía y regañó con la mirada a la madre de Laura que no dejaba de llorar.
-Confía en ellas.- señaló a ambas mujeres.- Esta vez escribiremos la historia en otro orden. Conseguiremos que se cierre el círculo.
Su cabeza cayó sobre la almohada sin casi vida. Levantó una mano delgada con finos y largos dedos, como los que tenía Macqueen y me acarició la frente, de ese delicado contacto un brillo iluminó mi frente infantil que con el último aliento se extinguió. Las madres de mis amigas se tiraron sobre la cama llorando sin consuelo. Mi madre se puso en pie incomoda. Mi hermano la aguardaba dormido en el banco de una estación de tren.
La imagen quedó congelada.
-Y ¿ahora?- Mike me preguntó como si supiera lo que estaba haciendo y en realidad no tenía ni idea.
Miré al suelo cuando sentí una vibración bajo mis pies, la tarima de madera desaparecía para dar paso a una calle adoquinada. Dos pies pasaron corriendo junto a los míos, unas pequeñas zapatillas de bailarina y unas raídas zapatillas de deporte.
-No llegarás a tiempo en tu primer día de clase.- mi hermano me arrastraba por la calle Mayor camino de mi primera clase de ballet, yo solo quería mirarme en los escaparates.
-No quiero ir. – refunfuñé ante tanta prisa.
-¿Pero si eras tú la que suplicabas a mamá que te apuntase?
-Quería que me comprase el maillot.- mi hermano se echó a reír pero no dejo de correr.
-¡¡Uff!! Pues tienes un largo mes por delante, mamá ha pagado la matricula y este mes.- protesté con un par de resoplidos cuando un hombre se interpuso en el camino de ambos.
-¿Te acuerdas de mí?- mi hermano pareció dudar pero luego se tensó mirando a un lado y otro, como buscando una escapatoria.
Vi como ocultaba mi delgado y diminuto cuerpo tras el suyo. Yo tendría cinco años y él unos doce más o menos. Mike y yo reconocimos el rostro de aquel hombre mucho más joven pero igual de mal encarado.
-Sé quién eres.- se atrevió a decir después de mucho meditar si correr o aparentar un coraje que no tenía.
-¿Quién es ella?- mi hermano iba a contestar cuando movió la mano para hacerle callar, como Macqueen en nuestra primera y última conversación.- Supongo que tu madre continuo con su vida. Eres un muchacho bastante enclenque…
-Eso lo serás tú.- grité enfrentándome a ese extraño. Mi hermano me reprendió con la mirada.
-Creo que ella tiene más agallas que tú. Serías una buena Osorio.- dijo riendo e intentando tocarme la mejilla con su mano áspera.
-Soy González.- saqué pecho y me puse de puntillas.
-Queda poco tiempo para que venga a buscarte. Vas a sorprenderte de lo que voy a mostrarte. Avisa a tu madre.- revolvió el flequillo de mi hermano y continuó su camino.- Me costó encontraros pero llevo años conociendo vuestro paradero.
Mi hermano tomó mi mano y emprendimos la carrera. Rehusó contestar al aluvión de preguntas que le llovieron hasta que me dejó  en mi clase de ballet, y una vez que terminé estaba tan emocionada con mis primeros pinitos como cisne en la obra que representaríamos a final de curso que se me olvidó para siempre la figura de un hombre osco y mal encarado que alteraría mis noches muchos años más tarde.
-¿Vino a buscarle?- preguntó Mike sorprendido.
-No adelantemos acontecimientos.

La habitación se oscureció y aparecimos en otro momento de mi vida. Mi madre y yo cocinábamos en la cocina cuando la voz cantarina de mi hermano nos avisaba de su llegada a casa, con una sorpresa. Sabía cuál era la sorpresa, la presentación oficial de un Mike  diez años más joven pero con el mismo pelo canoso.
Mi madre salió corriendo de la cocina, mientras yo sacudía mi espalda.
-Recuerdo el escalofrío.- sentí el mismo frío recorrer mi espalda.- Y entonces…
La pequeña Adelis bajó de su taburete y se quedó pensativa mirando la ventana de la cocina.
-¿Qué miras?- estaba absorta mirando a través del cristal.
-Por el rabillo del ojo vi dos perros gigantes correr por el bosque, uno era negro y otro blanco. Recuerdo que miré varias veces y la imagen se repetía una y otra vez. Entonces los dos perros dejaron de correr y se quedaron mirándome como yo a ellos.- nos acercamos a la ventana. Allí estaba la imagen que terminaba de describir a Mike. Ahora veía que no eran grandes perros, sino Alfa y Beta en su forma de lobo.
-Yo sentí una corriente de energía cuando coloqué el pie en el umbral de la puerta. Supe que te había encontrado.

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