Estaba tumbada en el suelo, la lluvia caía
sobre mi cara. Me senté con dificultad, tenía los músculos entumecidos y me dolía
el pecho al respirar. El cielo era piadoso con nosotros y dejaba caer alguna
gota suelta sobre mi cara, gotas que se mezclaban con mis lágrimas. Alfa
permanecía quieto, por el contrario los otros se movían sobre el sitio como si
el suelo quemase.
-Llama a Beta y Mike, necesito entender.- era
una orden. Alfa aulló. Un sonido profundo y hondo que apremiaba a su
destinatario. No era un sonido sin más. –Es ilógico pero ahora te necesito más
de lo que nunca hubiese imaginado.
Con la palma de la mano me limpié las
lágrimas que se habían secado en mi mejilla tensando mi piel, recordándome que mi ánimo sucumbía con cada fragmento
horrible de mis otros “yo”. Y la voz de Alfa sonó débil y preocupada.
-Si lo que está rebelándose ante ti, es tan
doloroso que no puedes soportarlo… no te castigues más.- la imagen de Alfa era
tan etérea como la de un fantasma que regresa del otro mundo.-Mi vida se me
mostró confusa cuando te tuve cerca, imprecisa y dolorosa. He visto a mi
hermano dispararme al pecho y a mis amigos…- su voz se ahogó en su garganta.
-Regresa a tu forma de lobo.-intenté
acariciarle las manos pero como en el caso de Zeta mi gesto se perdió en el
aire.-Te necesito vivo.
No tuve que insistir, su imagen se fue
debilitando hasta desaparecer. Me dejé caer de rodillas y le observé en la
distancia, quién me iba a decir a mí…
-¿Qué está sucediendo?- la mirada de Mike era
severa, como la de un padre y no la de un enemigo. En su forma humana se
reflejaba la fatiga de las últimas horas, por el contrario Beta caminaba sobre
sus cuatro patas acercándose sin vacilación hacía mi mano extendida.
-Hemos abierto la caja de Pandora y ahora no
puedo detenerme.- en su mirada se dibujaba la duda de mis palabras, él tampoco
sabía que significaba todo aquello.- El hombre de la biblioteca era mi padre.-
los ojos de Mike se abrieron desmesuradamente.
-Eso no puede ser. Alfa le mató cuando se
trasformaba en unos de los nuestros…- pero una ligera vacilación le distrajo de
mi mano que buscaba el pelaje de Beta que aguardaba a escasos centímetros de
mí.
Fue rozarle y desaparecer de la explanada
para encontrarme sobre un carromato en un camino lleno de baches. Me sujetaba
con fuerza a las tablas de madera mal pulidas que hacían de banco y a mi lado
la figura de mi padre azuzaba unos caballos por una tierra árida. Su gesto era
hosco con el ceño arrugado y los labios fruncidos en un gesto de asco, no
dudaba en levantar el látigo y dejarlo caer con fuerza sobre el lomo de unos
exhaustos caballos. Unas figuras se recortaron en el horizonte cabalgando con
tanta prisa como la nuestra. Me pareció escuchar una maldición pero estaba tan
concentrada en sujetarme para evitar caer que hasta que no sentí el puñetazo
sobre mi costado no me percaté de que me hablaba a mí.
-¡Eres tonta! ¡Escóndete ahí atrás y no te
dejes ver ni salgas hasta que yo no te lo ordene! ¡No estropees mis trofeos!-
no sabía cómo levantarme sin precipitarme bajo las ruedas del carromato, no
sabía cómo pasar por aquella pequeña apertura de tela con aquel vaivén
peligroso. Pero al mirar sus ojos me di cuenta que o lo hacía yo o el mismo me arrojaría
a la parte trasera de un puntapié.
Fue un milagro que lograse tan gran proeza
pero ya estaba tapando mi cabeza con una tela de saco cuando el carro se detuvo.
-Estáis muy cerca del límite. - el tono de
desprecio que usaba mi padre con los otros jinetes me hizo estremecer, destilaba
odio.
-Estamos dentro de ellos y podemos hacer uso
de los caminos como lo haces tú.- era la voz de Alfa desafiante, detrás Beta.
Asomé mi cabeza sin que mi padre me pillase desobedeciendo
su orden pero necesitaba verle, saber cómo era. Seguía teniendo la piel oscura
y aquello penetrantes ojos negros, era un formidable adolescente, ya no era el
niño con el que hablaba en la piedra cuando mi madre nos sorprendió. Me recriminó
con la mirada aunque pareció divertido ante mi osadía.
-¿Qué andáis buscando?- ninguno de los dos
contestó.- Si es un lobo de esos que protegéis, será del que antes lo
encuentre.
La mirada de Alfa se endureció, miró a Beta
que aguardaba tras él y ambos se tensaron. Una vena tenue se marcó en sus
cuellos y cambios sutiles se hicieron visibles para mi ojo experto, sus
profundos ojos negros, sus dientes blancos y sus orejas prominentes. Mi padre
saltaba del carromato con el rifle en mano. Yo salí de mi escondrijo y miré por
la apertura trasera de la tela que cubría lo que mi padre llamaba sus trofeos,
que no era otra cosa que las pieles de los lobos que mataba. Alfa y Beta desde
sus monturas miraban por encima de los arbustos con la esperanza de encontrarlo
antes que su cazador, iniciaron un trote suave hacía lo alto de la montaña, alejándose
de nosotros; mi padre se perdió siguiendo unas huellas apartándose del
carromato. Yo bajé con sigilo y me agazapé tras la rueda para no ser
descubierta y en aquella posición vi entre unos matorrales unos ojos que
pasaban de la profundidad del lobo al miedo de los humanos ante lo desconocido.
Me arrastré sin recelo hacía él, sin pensarlo dos veces, sin darme cuenta que nos
poníamos en riesgo. Acaricié su pata que asomaba entre las zarzas, bajó su
morro y me olfateo. Toda su fisionomía no dejaba de cambiar de un bello lobo
con pelaje gris a un rostro de muchacho asustado. Y comprendí que era su
primera trasformación que había corrido huyendo de sí mismo, que Alfa y Beta
eran sus guardianes y no habían sabido ayudarle con sus temores. Acariciaba su
pata cuando alguien tiró de mi cabello hacía arriba.
-¡Mira que eres boba!- la voz de mi padre
atronó.- Te dije que no salieras pero… por lo menos has valido para encontrar a
la bestia.
-No es una bestia… ¡¡¡Aaaaa!!!- grité cuando
agitó mi melena con tanta violencia que mis rodillas se doblaron, tensando aun
más mí pelo enredado en su mano.- Es un muchacho asustado.
-¿Cómo sabes tú eso?- un fuerte tirón hizo
que me pusiera en pie y mi cara se colocase a escasos cinco centímetros de la
suya. Me miraba con curiosidad y algo había en mi expresión que delató mi
suplantación.- ¿Quién eres tú?
Me quedé muda ante tanta violencia, no le
importaba hacerme daño a pesar de que unos segundos antes me creyó su hija. Como
de mi boca no salía ni una sola palabra dejó caer el rifle al suelo y con el
puño cerrado golpeó mis costillas hasta que el aire salió precipitadamente por
mi boca. De su cinturón sacó un enorme cuchillo que movió delante de mi cara,
no le hubiera hecho falta tal muestra de bravuconería pues estaba más que asustada.
El filo acarició mi mejilla produciéndome un corte. Grité y el lobo se puso en
pie y enseñó sus blancos dientes. Mi padre decidió que yo no merecía la pena o
que podía ocuparse de mí más tarde pues me empujó contra la zarza que había
abandonado el lobo para enfrentarse a su cazador. Miré a mí alrededor en busca
de Alfa y Beta y les vi cabalgar desde la distancia hacia nosotros, pero no
llegarían a tiempo. Mi padre era experto en el manejo del cuchillo y el lobo era
un extraño en su cuerpo. Saltó por los aires cayendo sobre el pobre animal que
gimió asustado, vi el cuchillo por los aires y caer a gran velocidad. Los reflejos
del sol en el rifle me cegaron, no lo pensé, cogí el arma entre mis brazos,
apunté y con mi dedo índice toqué ligeramente el gatillo que se disparó sin ser
consciente de lo que estaba haciendo. Mi padre se volvió hacia mí con el odio
dibujado en su cara, dio dos pasos y cayó muerto en el suelo. Un abrazo me
retiró la imagen de mi padre desangrándose.
-Está muerto.- escuché la voz de Beta.-
Tardarán poco en encontrarle…
-Tiremos el carromato por el desfiladero.- la
voz de Alfa sonaba hueca. Me tenía entre sus brazos y con mi cabeza apoyada en
su pecho. No abrigaba pena por mi padre; había matado a un hombre y me sentía
indiferente, en qué ser me estaba transformando.
-¿Y qué hacemos con ella?- señaló Beta.- La habrán
visto salir con su padre.
-Llévala a la reserva. Yo borraré nuestras
huellas y en una hora nos vemos allí.
-Todo esto es por mi culpa.- la voz de un
muchacho tan asustado como yo, hizo que Alfa me soltara para abrazarle a él.
-Todos nos asustamos e intentamos huir de
nosotros mismos.- le acarició la cabeza con ternura. Su cuerpo estaba totalmente
desnudo. Beta cubrió sus piernas con la tela que descansaba en el lomo de su
caballo.- ¡Ve!
Subí en la grupa del caballo de Beta junto
con el muchacho y cabalgamos hasta llegar a una grieta en una gran montaña. Al otro
lado del desfiladero se abría un valle. En medio del valle un lago y en ese
lago fui espectadora de otro encuentro anterior de mis otros yo, pero aquel fue
fugaz. Me perdí en la profundidad de sus aguas cuando sentí el roce de un
hocico húmedo en mis tobillos, bajé la mirada y vi al lobezno que llevaba en mi
regazo minutos antes de que Mike me clavara un puñal en el pecho. Y dejé ese
mundo sin dolor pero con la angustia en el pecho. Alfa moría en el desfiladero a
manos de los otros cazadores y yo minutos después en la orilla de un río
helado.