Ir al contenido principal

Capítulo 45




No deseaba seguir, me levanté sobresaltada y me alejé de Alfa y sus amigos, así como de los lobos que se habían aproximado. Caminé en zigzag por la explanada evitando pisar los charcos y procurando mantener mis zapatillas limpias, por qué hacía esto, ni idea pero ese ejercicio de concentración hizo que recuperase mis pulsaciones y comprendiese que si deseaba salir de allí y recuperar las riendas de mi vida, yo debía conocer la verdad de mí misma, porque estábamos hablando de mí y no de una de mis amigas de las que no sabía nada.
Regresé sobre mis pasos y me senté junto a Gamma, que esquivaba la cabeza cuando yo intentaba acariciarle entre las orejas.
-Yo no te caigo bien, lo sé, pero quiero que entiendas que el sentimiento es mutuo, pareces disgustado con mi presencia.- Alfa mostró ligeramente los dientes, sin gruñido ni resoplido y Gamma agachó las orejas, dándome la ocasión de acariciarlo.
Le acariciaba suavemente mientras observaba como me clavaba la vista por encima de sus ojos, era inquietante la agresividad que mostraban simplemente con la mirada. Manteníamos un pulso mientras por el rabillo del ojo el paisaje cambiaba. La explanada húmeda daba paso a la cubierta de un enorme barco. Sus grandes chimeneas lanzaban enormes volutas de humo mientras la gente se agolpaba en la barandilla para despedirse de amigos y familiares. Parpadeé y al abrir mis ojos de nuevo, ante mí no estaba Gamma, sino una de mis amigas, Sara. Sara lanzaba besos a una pareja de ancianos que enjugaban sus lágrimas en un pañuelo blanco que se pasaban el uno al otro.
-¿Crees que volveré a ver a mis abuelos?- encogí los hombros y aguardé, sabía que mi silencio me protegía aunque ver a mi amiga Sara formar parte de mis muchas vidas, era doloroso.- Volvemos al viejo mundo, a la tierra que dejaron nuestros abuelos, volvemos sobre nuestros pasos. ¿No lo ves tú así?- sonreí y seguí guardando silencio.- Dentro de una hora servirán la comida,  ¿Quieres que vayamos al camarote a descansar?- negué, estaba contemplando como nos alejábamos del puerto, veía a la gente abandonando el muelle camino de sus vidas y sentía envidia de lo sencilla que parecían sus existencias.
-¿Querías emprender este viaje?-me atreví a preguntarla cuando nuestro silencio era más de desconocidas que de buenas amigas.
-Bueno…- vi duda en sus ojos. Era un viaje obligado.- Soy el único miembro vivo con salud para viajar a Europa. Si no voy y firmo esos papeles mis abuelos perderán las tierras que heredaron de sus padres. –mentía. Sara tenía un tic nerviosos, cuando contaba alguna mentirijilla fruncía la nariz y se rascaba la frente como borrando la culpa que se dibujaba en su ceño al engañar a alguien que apreciaba. – La suerte que tengo es que hayas decidido acompañarme… aunque te pusiera entre la espada y la pared.- me cogió las manos entre las suyas y giramos como una peonza mientras tenía mis ojos fijos en los suyos.- ¿Estás bien?
-Algo mareada.-sin soltarme de las manos me llevó hacía una tumbona y me obligó a sentarme.
-Voy a por un vaso de agua.- se metió por un pasillo y me dejó allí sola viendo pasear a la gente mientras que charlaban de banalidades.
Escuché una tos suave a mi derecha y al girarme vi el rostro taciturno de Gamma, mal disimulando el interés que le producía mi persona. No encontré a ninguno de los otros miembros, parecía estar solo y esperando algo.
-Bebe sin rechistar.- mi amiga regresaba con un vaso de agua. Bebí un pequeño sorbo y note un sabor amargo. Un mohín de disgusto la hizo sonreír.- Me han dado una medicina para evitar los mareos y los vómitos. Son muchos días de viaje para estar encerrada en la habitación con la cabeza dentro de un cubo. ¡Confía en mí!
¡Madre mía! Que difícil era confiar en nadie en estos momentos. Miré con disimulo a Gamma y le pillé manteniendo un intercambio de miradas con mi amiga Sara. Mi alma rodó por el suelo y se perdió camino del fondo del mar. “¡Confía en mí!” me decía mi amiga con esos ojitos tiernos y esa voz melosa y dulce.
-Me voy a retirar al camarote, nos vemos a la hora de la cena.- Sara se levantó también dispuesta a acompañarme.- ¡No, no! Tú quédate y disfruta de las vistas y de la compañía.- y le indiqué con la cabeza al apuesto Gamma que mal disimulaba su desconcierto ante una jovencita tan desvergonzada en una época donde las mujeres viajábamos con carabina y con vestido que cubrían sus tobillos. Nunca he sido buena en historia y no podía precisar el año pero… 1920, más o menos. –Disculpe.- me dirigí a Gamma.- Tengo que ausentarme por una ligera indisposición, ¿le importa hacer compañía a mi amiga?
No podía hacerlo mejor, desconocía sus nombres en esta vida. Sara estaba pasmada de mi soltura y Gamma consiguió articular cuatro palabras muy caballerosas ofreciendo su brazo para dar un paseo por cubierta. ¡Genial! Desaparecí por donde lo hizo Sara pero no me alejé mucho, mi idea era seguirles y enterarme de lo que pudiese.
Les perseguí a una distancia de dos metros, tras un grupo de mujeres mayores ruidosas y chismosas que iban despellejando a unas y otras sin pudor alguno. Una de ellas llevaba un rato observándome sin yo poder evitarlo, era exponerme para que me vieran mis dos presas o parecer una joven perturbada.
-Señorita, anda muy encorvada y eso es malo para la espalda, ¡yérgase!- fingí un fuerte dolor de riñones y la mujer me dedicó una sonrisa clemente y echó sobre mis hombros una capa de piel negra con una gran capucha. Quise rehusarla pero la mujer me acarició la mejilla y quitó importancia al hecho.- En la cena, me busca y me la devuelve. Nosotras nos vamos a cambiar y no la necesito.
Se lo agradecí y me cubrí con ella. Al pasar junto a una gran tumbona donde descansaba una anciana adormilada, cogí prestado su bastón y me di una apariencia de mujer entrada en años desvalida. Ni yo reconocí la imagen que me devolvía uno de los muchos espejos que había sobre las puertas de entrada. Con un paso lento pero algo precipitado di alcance a la feliz pareja que se había olvidado que se conocían de hacía escasos dos minutos e iban conversando tan amigablemente.
-Estoy esperando un telegrama que nos confirme que él llegó a Londres sin ningún contratiempo. Viajaba con nuestros amigos pero nos enteramos que dos cazadores seguían su rastro; uno de ellos es el hermano de ella. - por las palabras  de Gamma deduje que todo era una trama orquestada para llevarme junto a Alfa al viejo mundo y que mi hermano en esta vida intentaba acabar con su vida.
-¿Qué necesidad tenía de alejarse de la seguridad de la manada?- Sara estaba inquieta y preocupada por el viaje tan arriesgado que emprendíamos.
-Su hermano está metido en algún problema, le llamó diciendo que había encontrado unos documentos que parecen veraces y que dicen que una de las cualidades de la luna es la clarividencia, la liberación. – Sara detuvo el paso y cogió a Gamma de las dos manos.
-Es mi amiga desde niña, no quiero que la suceda nada, la quiero.- Gamma acarició su mejilla y acercaron sus frentes hasta rozarlas ligeramente, luego disimularon aquel breve roce.- Tiene sueños extraños y ve cosas donde los demás sólo apreciamos oscuridad pero nada que destaque su personalidad como un ser astral ni divino ni nada.
-Es ella, sin ninguna duda. Nosotros lo sabemos. – Gamma besó los labios de Sara tan fugazmente que no estaba segura de lo que había visto.- Quiero ser libre y casarme contigo y formar una familia. No quiero ser un monstruo.
-Para mí no eres un monstruo. ¡Te amo!- mi amiga sujetó el rostro de él con sus manos y lo meció suavemente.
-Y yo a ti pero si hay una ligera oportunidad de conseguirlo, lo intentaré.
-Mi padre dice que estamos equivocados,…- él se separó bruscamente.
-Tú padre es un sabio, un hombre que lleva años dedicado a los libros y al estudio pero no creo que esto se trate de un simple maleficio sobre una pareja que se ama y por celos no puede estar junta, no me creo que esta vida cíclica que llevamos terminé cuando ellos dos logren estar unidos. Eso es un cuento para dormir a una niñita. – se cogieron del brazo y reanudaron el paseo.
Un muchacho les dio alcance y le tendió una carta sobre una bandeja de plata. Tomó el sobre y le lanzó una moneda por los aires que el mozo cogió con presteza y sonrió divertido desapareciendo feliz. Abrió el sobre con rapidez y leyó con voracidad dos renglones escuetos. Su rostro se mudó pálido y Sara se cubrió la cara con las manos sollozando sin consuelo.
-Tengo que encontrarla. ¡Lo siento mucho!- mi amiga sujetó con ambas manos su brazo y sacudió triste la cabeza.- No hay otro camino. Si esperamos el tiempo quedará desfasado y…
No hacía falta ser un lince para comprender que estaban debatiendo matarme o no, y era evidente por su confianza y seguridad que el dejarme viva era un perjuicio mayor en temas temporales. Mis pasos los encaminé a una escalera que descendía a una cubierta inferior, algo más vacía que  en la que dejaba a mis supuestos amigos. Caminé como siempre, sin saber cuál era el mejor sitio para alguien como yo.  Pero no tardé mucho en sentir una mano sobre mí hombro. Me giré sin disimular ser quien no era. Los ojos de Gamma eran oscuros, sus dos fosas nasales estaban dilatadas y sus orejas sobresalían por su oscura melena.
-¿Nos has estado espiando?- puse cara de niña buena pero no me dio tiempo a explicación alguna.
Me empujó hacia la barandilla y me lanzó al mar. Escuché el grito de Sara en la distancia antes de que mi cuerpo se hundiera en las frías aguas. La angustia de la muerte es lo que hace que me despierte con odio hacía ellos, siento el dolor del momento. Las otras muertes fueron rápidas y algo dulces. Morir ahogada fue angustioso y  atormentado. Mi vestido pesaba como si llevase piedras en los bolsillos, aquella capa se enredó en mis piernas impidiéndome nadar a la superficie. Cuando el aire que retuve en mis pulmones se convirtió en una presión insostenible y los liberé, me di cuenta la angustia que era respirar agua salada sin encontrar una bocanada de aire fresco, y luego las punzadas dolorosas en unos pulmones encharcados y la explosión que padeció mi corazón antes de pararse. Y cuando padecí todo lo que había que padecer, llegó la caída al pozo.

Entradas populares de este blog

TIBIO TÉMPANO DE NUESTRA CALIDEZ.

Con esta novela me sucedió como con otro escritor que voy leyendo a cachitos, porque son amantes de los diálogos monologuistas, largos y con pocos puntos y aparte. Qué ocurre con esto, pues que se trasforman en páginas y páginas en el eBook, agota la vista y distrae. Empecé leyéndola en el móvil porque me quedé sin luz en mi eBook, pero era muy largo los textos, se hacía pesado, lo dejé por cansancio ocular, ahora sigo las órdenes tajantes de mi familia y amigos, << ¡Cuídate la vista!>>. Llegué a casa y la descargué en el libro electrónico, pero tengo una costumbre, la primera imagen que público es cuando comienzo la lectura, no repito la foto, por eso la imagen no encaja con mi habitual protector florido tan característico en mí. Me enganchó mucho ese primer discurso que nos narra el escritor en boca de Moreno Cabello, que no le gusta nada los medios y se nos presenta como una mujer ruda, profesional y solitaria. Es cierto que la perseverancia de esta investigad...

MOLINOS DE VIENTO.

Me gusta la narrativa de Luján Fraix, en muchas ocasiones su prosa es poética y llena de matices, detalles que te muestran una imagen sin estar cargada de molestas descripciones. Muchas veces me dice que mis lecturas, las que me gustan y emocionan, no corresponden con sus obras, yo discrepo pues disfruto con sus palabras. Me apasiona la historia, y siempre da maravillosas pinceladas, reflejo de su pasión por este tema; en estos cuentos breves nos narra las vicisitudes de dos inmigrantes franceses que huyen de la guerra franco-prusiana, y nos describe sutilmente la situación sociopolítica que se encuentra en la patria que les acoge, Argentina. Aparece también ese personaje tan querido por mí, del que me quedé prendado en La   nodriza esclava, y que he visto en más ocasiones en sus cuentos, creo recordar que en Los duendes de la casa dulce, Isabel Law, y aquí nos vuelve a meter de lleno en la corte de Enrique VIII, una vida dramática en un momento convulso de la historia. En la ...

El otro hijo