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Capítulo 42




Los ojos de Zeta los tenía frente a los míos a una distancia nada violenta, su rostro reflejaba la turbación de la persona que observa a otra entrar en trance y desaparecer en la bruma de los tiempos.
-¿Estás bien? Durante unos minutos parecías estar ausente, pero más allá del ensimismamiento, diría que eras un cuerpo sin alma.- su voz reflejaba preocupación.
-No ha sido nada, no te angusties.- le dije extendiendo la mano para acariciar su brazo, pero cuando mi mano iba a tomar contacto atravesó su cuerpo como cuando toco el humo del humidificador de mi vieja habitación. Los dedos sintieron el rocío en mi mano y en ella quedaron diminutas gotas de agua. Di un paso atrás asustada, sin dejar de mirar mi mano húmeda. Entonces pase mi vista de mi mano a Zeta intentando entender lo que acababa de suceder.
Zeta tenía sus ojos oscuros y su cuerpo se desvanecía. A través de su silueta veía los árboles del monte y las zarzas que limitaban el sendero por donde habíamos ascendido, por su cuerpo traslucido veía a López observándome desde la distancia. Se hizo el silencio en la explanada, incluso los lobeznos nos miraron curiosos. Creo que el aire se podía cortar con un cuchillo. Pasados esos minutos de asombro, la intensidad del cuerpo casi desvanecido de Zeta cobró fuerza y se alejó un paso de mí.
-El lobo es un ser mágico, con una capacidad mental inimaginable.- el lobo con el pelaje rojizo se aproximó a Zeta.- Él soy yo y yo soy él. Soy una proyección de mi mismo. En nuestra forma de lobos hablamos telepáticamente pero en la distancia usamos el aullido, contigo la telepatía no funciona y lo mejor era un holograma.- se señaló a si mismo.- Alfa intenta acercarte a nosotros para que recuerdes, pero…- pareció vacilar en lo que iba a decir.
-Entre Alfa y yo no hay comunicación.- Zeta movió la cabeza negativamente pero sin perder esa sonrisa picarona.
-Nos llamó, cuando le dijiste algo de contenedores vacios…- me golpeé la frente con la palma de la mano, tenía que pensar antes de abrir la bocota. Ni yo misma me había creído tal absurdez. – No te preocupes, es ir dando palos de ciego hasta acertar.
-Ni siquiera es eso, es una pizca de meterme con él y otra de no entender lo que está sucediendo,  esperáis demasiado de mí y eso es una gran carga. – Alfa tenía la mirada severa, nada de lo que hablábamos era relevante y el tiempo apremiaba.- ¿Por qué no lo hizo él?- señalé a Alfa.
-Está muy débil, es un gran esfuerzo el que está haciendo, debía permanecer en reposo. Nuestras heridas se curan mejor en la forma de lobo, no volverás a ver al humano en unos días. –Alfa gruñó.- Se impacienta.
Alfa comenzó a andar camino del centro de la explanada donde los lobeznos habían reanudados sus persecuciones y gruñidos. Se revolcaban por el suelo y se mordían los unos a los otros entre gruñidos y zarpazos, era un juego que observado por unos ojos inexpertos podían parecer algo agresivos pero las madres estaban tan relajadas como yo inquieta.
-El juego es el desarrollo físico, cognitivo y emocional de cualquier ser vivo. Aquí están aprendiendo a cazar bajo la atenta mirada de sus madres, evitando que se hagan daño y se enfrentan a posibles situaciones sin que ellos corran ningún riesgo, los juegos irán aumentando el desafío y con ello el aprendizaje. –los lobeznos rodaron por el suelo hasta que uno de ellos empujado por sus hermanos cayó junto a mi zapatilla.

Con sus patas hacía arriba y su tripita totalmente expuesta, sentí un impulso irrefrenable por acariciar aquella carne sonrosada. Me agaché y con las yemas de los dedos toqué la suavidad de su piel. No hizo falta más que un segundo para comprender que me alejaba de aquella pradera para desaparecer en un bosque oscuro. Sentía sobre mi pecho la fatiga de la carrera y sobre mi espalda el peso de un bulto que llevaba abrazado entre mis brazos. Miré hacia abajo y vi los ojos marrones de una cría de lobo que me observaba con miedo, ambos escuchábamos los ladridos de los perros y los gritos de los cazadores que nos daban alcance. Resbalé por una pendiente que daba a un río, no tenía tiempo que perder y a pesar del frío que nos envolvía no dudé en meter mis botas de piel en las heladas aguas y correr por la orilla, intentando que mi rastro se perdiera, haciendo creer a todos que había cruzado a la otra orilla. Era imposible correr con aquellas botas húmedas, pesaban demasiado pero dejarlas tiradas. Titubeé unos minutos pero al final lo mejor era dejar que la corriente se las llevase tan lejos como pudiese. Correr con los pies descalzos por encima de los cantos resbaladizos, tampoco era una tarea sencilla pero debía salvar la vida de el cachorro y de mí misma, había traicionado a los míos por los lobos, había engañado a mi hermano y manipulado a todos desviando su atención. ¡¿Qué locura había cometido por unos seres que no eran hijos de Dios?!
Ya no escuchaba los ladridos ni los gritos de los cazadores; se perdían en la lejanía. Era momento de salir del agua y tomar aliento antes de seguir huyendo. Con el lobezno en mi regazo, secaba mis pies con las mangas de mi jersey de lana gruesa, ahora tenía helados los pies y las manos, y mojados los antebrazos, iba de mal en peor. El lobezno se revolvió inquieto y levanté la mirada por donde había venido con miedo a ver a mis perseguidores dándome alcance, pero allí no había nada. Una sombra oscura cubrió mi cuerpo. El lobezno saltó de mi regazo y se fue en busca de la sombra. Me giré despacio y un hombre con el torso desnudo y pantalones raidos se agachaba a coger entre sus brazos al pequeño lobo, su pelo canoso era inconfundible. La diferencia con la primera vez que viaje en el tiempo era que no tenía control de lo que pasaba en mi cuerpo aunque desconocía lascircustancias que me llevaban como en ese caso, a correr por un río con aguas heladas, no era una mera espectadora, ahora era yo en un momento concreto de una de mis muchas vidas.
-¿Mike?- me miró sin comprender, en esta vida no se llamaba Mike pero era él, sin ninguna duda. -¿Qué está sucediendo?
Mike me miraba con aquellos ojos negros, profundos y vacios, fríos y letales. Con un rápido movimiento sacó de la parte trasera de su pantalón un cuchillo que clavó en mi pecho. No hubo vacilación ni dolor en sus ojos al causarme la muerte. Volví a caer en un profundo pozo y el rostro de Mike desaparecía en un pequeño aguerro de luz.
Cuando regresé al momento actual me puse en pie tan deprisa que el lobezno salió al refugio de su madre que había erizado su pelo y achinado sus ojos. Grité, grité. Grité tan alto y tan fuerte que los pájaros emprendieron el vuelo, el viento sopló con fuerza moviendo la rama de los árboles y el sol se ocultó tras las nubes. Todos los lobos dieron un paso atrás y enseñaron sus colmillos. Zeta desapareció como los pétalos de la flor del cerezo cuando sopla el viento. Y mis ojos se llenaron de lágrimas que se deslizaron por mi mejilla y el cielo comenzó a llover.

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