Los ojos de Zeta los tenía frente a los míos
a una distancia nada violenta, su rostro reflejaba la turbación de la persona
que observa a otra entrar en trance y desaparecer en la bruma de los tiempos.
-¿Estás bien? Durante unos minutos parecías
estar ausente, pero más allá del ensimismamiento, diría que eras un cuerpo sin
alma.- su voz reflejaba preocupación.
-No ha sido nada, no te angusties.- le dije
extendiendo la mano para acariciar su brazo, pero cuando mi mano iba a tomar
contacto atravesó su cuerpo como cuando toco el humo del humidificador de mi
vieja habitación. Los dedos sintieron el rocío en mi mano y en ella quedaron
diminutas gotas de agua. Di un paso atrás asustada, sin dejar de mirar mi mano
húmeda. Entonces pase mi vista de mi mano a Zeta intentando entender lo que
acababa de suceder.
Zeta tenía sus ojos oscuros y su cuerpo se
desvanecía. A través de su silueta veía los árboles del monte y las zarzas que
limitaban el sendero por donde habíamos ascendido, por su cuerpo traslucido
veía a López observándome desde la distancia. Se hizo el silencio en la
explanada, incluso los lobeznos nos miraron curiosos. Creo que el aire se podía
cortar con un cuchillo. Pasados esos minutos de asombro, la intensidad del
cuerpo casi desvanecido de Zeta cobró fuerza y se alejó un paso de mí.
-El lobo es un ser mágico, con una capacidad
mental inimaginable.- el lobo con el pelaje rojizo se aproximó a Zeta.- Él soy
yo y yo soy él. Soy una proyección de mi mismo. En nuestra forma de lobos
hablamos telepáticamente pero en la distancia usamos el aullido, contigo la
telepatía no funciona y lo mejor era un holograma.- se señaló a si mismo.- Alfa
intenta acercarte a nosotros para que recuerdes, pero…- pareció vacilar en lo
que iba a decir.
-Entre Alfa y yo no hay comunicación.- Zeta
movió la cabeza negativamente pero sin perder esa sonrisa picarona.
-Nos llamó, cuando le dijiste algo de
contenedores vacios…- me golpeé la frente con la palma de la mano, tenía que
pensar antes de abrir la bocota. Ni yo misma me había creído tal absurdez. – No
te preocupes, es ir dando palos de ciego hasta acertar.
-Ni siquiera es eso, es una pizca de meterme
con él y otra de no entender lo que está sucediendo, esperáis demasiado de mí y eso es una gran
carga. – Alfa tenía la mirada severa, nada de lo que hablábamos era relevante y
el tiempo apremiaba.- ¿Por qué no lo hizo él?- señalé a Alfa.
-Está muy débil, es un gran esfuerzo el que
está haciendo, debía permanecer en reposo. Nuestras heridas se curan mejor en
la forma de lobo, no volverás a ver al humano en unos días. –Alfa gruñó.- Se
impacienta.
Alfa comenzó a andar camino del centro de la
explanada donde los lobeznos habían reanudados sus persecuciones y gruñidos. Se
revolcaban por el suelo y se mordían los unos a los otros entre gruñidos y
zarpazos, era un juego que observado por unos ojos inexpertos podían parecer
algo agresivos pero las madres estaban tan relajadas como yo inquieta.
-El juego es el desarrollo físico, cognitivo
y emocional de cualquier ser vivo. Aquí están aprendiendo a cazar bajo la
atenta mirada de sus madres, evitando que se hagan daño y se enfrentan a
posibles situaciones sin que ellos corran ningún riesgo, los juegos irán
aumentando el desafío y con ello el aprendizaje. –los lobeznos rodaron por el
suelo hasta que uno de ellos empujado por sus hermanos cayó junto a mi
zapatilla.
Con sus patas hacía arriba y su tripita
totalmente expuesta, sentí un impulso irrefrenable por acariciar aquella carne
sonrosada. Me agaché y con las yemas de los dedos toqué la suavidad de su piel.
No hizo falta más que un segundo para comprender que me alejaba de aquella
pradera para desaparecer en un bosque oscuro. Sentía sobre mi pecho la fatiga
de la carrera y sobre mi espalda el peso de un bulto que llevaba abrazado entre
mis brazos. Miré hacia abajo y vi los ojos marrones de una cría de lobo que me
observaba con miedo, ambos escuchábamos los ladridos de los perros y los gritos
de los cazadores que nos daban alcance. Resbalé por una pendiente que daba a un
río, no tenía tiempo que perder y a pesar del frío que nos envolvía no dudé en
meter mis botas de piel en las heladas aguas y correr por la orilla, intentando
que mi rastro se perdiera, haciendo creer a todos que había cruzado a la otra
orilla. Era imposible correr con aquellas botas húmedas, pesaban demasiado pero
dejarlas tiradas. Titubeé unos minutos pero al final lo mejor era dejar que la
corriente se las llevase tan lejos como pudiese. Correr con los pies descalzos
por encima de los cantos resbaladizos, tampoco era una tarea sencilla pero
debía salvar la vida de el cachorro y de mí misma, había traicionado a los míos
por los lobos, había engañado a mi hermano y manipulado a todos desviando su
atención. ¡¿Qué locura había cometido por unos seres que no eran hijos de
Dios?!
Ya no escuchaba los ladridos ni los gritos de
los cazadores; se perdían en la lejanía. Era momento de salir del agua y tomar
aliento antes de seguir huyendo. Con el lobezno en mi regazo, secaba mis pies
con las mangas de mi jersey de lana gruesa, ahora tenía helados los pies y las
manos, y mojados los antebrazos, iba de mal en peor. El lobezno se revolvió
inquieto y levanté la mirada por donde había venido con miedo a ver a mis
perseguidores dándome alcance, pero allí no había nada. Una sombra oscura
cubrió mi cuerpo. El lobezno saltó de mi regazo y se fue en busca de la sombra.
Me giré despacio y un hombre con el torso desnudo y pantalones raidos se
agachaba a coger entre sus brazos al pequeño lobo, su pelo canoso era
inconfundible. La diferencia con la primera vez que viaje en el tiempo era que
no tenía control de lo que pasaba en mi cuerpo aunque desconocía lascircustancias que me llevaban como en ese caso, a correr por un río con aguas heladas, no era una mera espectadora,
ahora era yo en un momento concreto de una de mis muchas vidas.
-¿Mike?- me miró sin comprender, en esta vida
no se llamaba Mike pero era él, sin ninguna duda. -¿Qué está sucediendo?
Mike me miraba con aquellos ojos negros,
profundos y vacios, fríos y letales. Con un rápido movimiento sacó de la parte
trasera de su pantalón un cuchillo que clavó en mi pecho. No hubo vacilación ni
dolor en sus ojos al causarme la muerte. Volví a caer en un profundo pozo y el
rostro de Mike desaparecía en un pequeño aguerro de luz.
Cuando regresé al momento actual me puse en
pie tan deprisa que el lobezno salió al refugio de su madre que había erizado
su pelo y achinado sus ojos. Grité, grité. Grité tan alto y tan fuerte que los
pájaros emprendieron el vuelo, el viento sopló con fuerza moviendo la rama de
los árboles y el sol se ocultó tras las nubes. Todos los lobos dieron un paso
atrás y enseñaron sus colmillos. Zeta desapareció como los pétalos de la flor
del cerezo cuando sopla el viento. Y mis ojos se llenaron de lágrimas que se
deslizaron por mi mejilla y el cielo comenzó a llover.