Llegamos a una amplia explanada. López hacía
varios minutos que había desaparecido tras un rastro que se perdía ladera
abajo, tan pronto iba tres metros por delante como cuatro por detrás. Seguía
caminando con la vista fija en el suelo, pendiente de los pasos de Alfa pero
sobre todo de mi lindo pulgoso, ya no consideraba que fuera el perro de Mike, y
no era porque él me hubiera dicho que dentro de esa maraña de pelo y nervio se
escondía el alma de mi hermano, era porque su compañía era lo más parecido a un
hogar, me sentía segura y acompañada, alejaba esa sensación de soledad que me
acompañaba desde que abandoné mi Valladolid querido.
Levanté la mirada del suelo y vi la
impaciencia de Alfa en sus profundos ojos negros. Miré hacía donde me invitaba
a mirar y me quedé sin palabras. En aquella enorme explanada se veía unos
veintitantos lobos observándonos, entre ellos podía contar unos cinco o seis
lobeznos que se impacientaban por continuar con sus juegos.
-¡Santo cielos! – aquello fue un shock para
mí. -¿Son todos hombres lobo?
La mirada reprobadora de Alfa suponía un mayor esfuerzo
para intentar averiguar qué era lo que quería mostrarme o enseñarme. La figura
de aquel enorme lobo negro que esperaba a mí lado, imponía respeto a todos
aquellos lobos, todos ellos de menor tamaño pero igual de bellos. Aguardaba mi
pregunta, aunque más que pregunta esperaba de mí una comprensión que no
llegaba. Ya era difícil asimilar la existencia del hombre lobo, como para
pretender entender que era lo que deseaba explicarme.
-¿Son contenedores como López?- aquello le desconcertó
tanto como a mí, mi pregunta salió por mi boca sin pasar por el cerebro.- Olvídalo.
Del otro extremo de la pradera, de entre las
sombras de los árboles, surgieron las figuras de tres lobos muy familiares,
Zeta con su precioso pelaje rojo, Gamma con su andar obligado y Delta, “estoy
pero de ojeador”. Les observé acercarse hasta donde estábamos, se pararon a
escasos dos metros y aguardaron. Entre ellos hubo un intercambio de miradas
cargadas de información, algún reproche y mucha irritación. Me dolían los
gemelos del ascenso y dudaba si sentarme en el suelo cuando la voz de Zeta a mi
espalda me descolocó, las ideas y lo que tenía casi seguro, ¿aquel lobo rojizo
no era entonces Zeta?
-No son hombres lobos.- dijo a modo de
saludo. Estaba parado a mi espalda a un metro de mí, ni lo escuché llegar ni
Alfa tampoco, con ese oído tan fino del que presume. – Es una manada de lobos ibéricos.
Está es una reserva para muchos animales, no sólo es nuestro hogar, también el
suyo. Somos familia.- sentencio con una sonrisa que no supe del todo definir.
-Siempre pensé que este lobo con esa mirada
burlona y ese pelo rojo, eras tú.- señalé al lobo rojizo, miré hacía el suelo algo confundida.
-¿Qué te hace pensar que no lo soy?
-¿Ya me dirás?-señalé con ambas manos a cada
uno de ellos.- Un mismo ser en dos sitios a la vez, eso es una proeza que yo
desearía.
Alfa gruñó suavemente y Zeta dejó escapar una
risita.
-¿Qué problema tiene?- le miré enfadada.
-Cree que nos desviamos del tema y teme que
te pierdas en bagatelas.
-¡Me desesperas!- le grité, él me dedicó un
gruñido más fiero y me mostró sus grandes colmillos.- ¿En qué me tengo que
concentrar?
-En los primeros años, en aquellos que se
libraba la lucha entre los cazadores y nosotros, se fue vertiendo mentiras
sobre el lobo con la única finalidad de aniquilar toda esta especie para darnos
muerte a nosotros. No sabían quién era quién y era mucho más fácil encontrar el
arbusto que se escondía entre el bosque si se talan todos los árboles. Se mataron
a miles de ellos sin ningún éxito, sin llegar nunca a saber si entre ellos yacía
uno de los nuestros. Nos sentimos responsables de todo el sufrimiento que se
les ha infringido. –los lobeznos volvían a los juegos bajo la atenta mirada de
sus madres, el resto nos vigilaban con curiosidad.- Tenemos una parte de lobo y
otra de humano…
En este punto mi mente se perdió entre los
juegos de los lobeznos y las miradas de las lobas, mi pensamiento voló lejos de
allí, a un momento de un pasado no
reconocido entre mis vivencias. En una gran tienda redonda hecha de pieles de
animales mis odios se perdieron entre las voces roncas y el olor a muerte. En
el centro una gran hoguera que crepitaba con fuerza, a su alrededor unos diez
hombres con chalecos de piles y botas a juegue discutían sobre una huellas de
lobo que llevaban a un desfiladero y desaparecían bajo la enorme roca. Unos decían
que era una maniobra para desviar la atención de la verdadera ubicación de la
manada, otros pensaban que tenían poderes mágicos y que aquella enorme roca se
desplazaba para dejar paso a los lobos cuando venían de caza, tras aquella roca
permanecían ocultos y a salvó. Mis ojos fueron pasando de un rostro a otro buscando
en alguno de ellos algo familiar, pero exceptuando dos que quedaban ocultos
tras una de los vigas de madera que levantaban la enorme carpa de piel, el
resto eran desconocidos. Me giré sobre mi misma para saber con certeza dónde me
encontraba, y tras de mí en unas grandes troncos con clavos anclados a la
tierra, estaban despellejados cientos de lobos. De allí provenía ese olor a
rancio y a muerte que tanto asco me daba. Me llevé la mano a la boca y la cubrí
cuando una arcada contrajo mi estómago. El rocé de una mano suave sobre mi
hombro me obligó a girarme apara enfrentarme a los hermosos ojos de mi hermano.
¡¡Oh, Dios mío!! Mi corazón me dio un vuelco en el pecho, cuanto ansiaba volver
a verle, tocarle y sentir su abrazo protector. Me arrojé a sus brazos,
sollozando.
-¿Qué te sucede hermana?-era su misma voz, su
tono cálido y afable.
-Te he echado tanto de menos.- le dije entre
hipos y lágrimas.
-Nos separamos esta mañana al alba, no han
pasado ni seis horas.- me separó de él y me miró con ternura.- ¿Ya no estás
enfadada conmigo?
-¿Por qué iba a estarlo? Te quiero tanto.
-Entonces ya no te parece tan mal plan que me
haga pasar por uno de ellos…
-¿Uno de ellos?- le miré sin comprender.
-Tontita mía, ¿has olvidado lo que te conté
durante la cena? Me hice amigo de uno de los engendros y le hice creer que le
ayudaría a él y su manada, que odiaba esta guerra en la que estamos sumidos
desde hace siglos…- sentí miedo ante lo que escuchaba y mi mente se cayó en un
pozo oscuro donde la cara de mi hermano se iba alejando, hasta desaparecer en
un diminuto punto de luz.