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Capítulo 40




Mi corazón no me dijo nada y mi cabeza se oriento como lo suele hacer ella, perdiéndose. Anduve primero por un camino forestal y luego atravesé monte sin mirar más que al suelo para evitar caerme al enredar mis pies en ramas o hierbajos. Agudicé el oído pero ni con eso encontré un rastro que seguir. No tenía ninguna noción para poder asegurar que era una buena rastreadora; encontré pisadas pero no tenía la certeza que fueran de lobo, podían ser de zorro o incluso de perro, seguro un experto me señalaría las clarísimas diferencias, pero para mí todas eran iguales. Tampoco llevaban a ningún sitio, daban vueltas alrededor de una inmensa piedra y se perdían en un agujero bajo un árbol cercano. Escalé y me senté sobre la enorme piedra, a contemplar el paisaje y hacer unas cuantas fotos del castillo a lo lejos rodeado de un bosque tupido y oscuro. Estaba agotada, me recosté sobre su base lisa aunque no era muy confortable, se me clavaban las piedrecitas y las malas hierbas que nacían entre sus grietas; dejé que el poco sol que penetraba por las nubes me bañara la cara mientras pensaba cuál iba a ser mi siguiente paso, y me quedé traspuesta o quizá no pasasen más de dos segundos pero abrí un ojo sobresaltada pensando que me estaría buscando Mike asustado cuando vi unos grandes ojos oscuros con la luna llena en sus pupilas observándome.
-¡Dios mío, qué susto!- me llevé la mano al pecho y me agarré con fuerza. No tenía muy claro si debía hablar como lo hago con López, marcando las palabras con cierto tono de autoridad, o como lo haría con Alfa, intentando tocarle la moral.- Estaba buscándote.
Mis palabras eran arrastradas por el viento tan lejos como un diente de león en pleno huracán, ni un rasgo de entendimiento. Alfa seguía manteniendo su mirada penetrante. Permanecí unos segundo callada, intentando mantener un duelo visual pero me sentía intimidada.
-¿Cómo te encuentras?- su respiración era casi imperceptible.- Te veo estupendo.- miré hacia el infinito y froté mis manos como si tuviese miel pegada entre los dedos.- Estaba preocupada por ti.- tragué saliva, yo creo que no parpadeaba.- He estado pensando en por qué no te trasformaste en lobo y le arrancaste la cabeza.-mi paciencia tiene un límite muy corto y hablar sin sentir un ápice de comprensión en lo que digo, me molestaba mucho y más porque se trataba de Alfa.- Para que nos entendamos tú y yo, ¿tengo que aullar o algo parecido? Esta conversación resulta un esfuerzo tremendo para mis dos neuronas sanas. Ya sabes lo lerda que soy para pillar las indirectas.- le arrojé la pildorita sin obtener ningún resultado. – En López no veo a mi hermano pero tú estás ahí dentro sin ninguna duda, el hombre y el lobo sois igual de arrogantes y prepotentes y detestables…
Me puse en pie para irme. Comencé el descenso de la roca cuando escuché un aullido a lo lejos y Alfa respondió a la llamada. Era hermoso; un escalofrío me recorrió todo el cuerpo y el vello de los brazos se me erizó. El último tramo de roca lo bajé deslizándome, perdí la concentración y posé el pie en el vacío, cayendo sobre mis posaderas, tiempo que tuve para pensar en las sensaciones que ese aullido me estaba haciendo sentir. Esa llamada que para mí no tenía ningún sentido la había escuchado en otra ocasión o en muchas, algo familiar intentaba alcanzarme, como cuando oyes una canción o hueles un aroma que te evoca un momento de tu vida, pues esas emociones tenía yo, pero por más que me esforzaba no lograba retenerlo y se perdió en lo más profundo de mi memoria.
-¿No debería empeñarme en recordar?-no se lo decía a nadie pero sabía que Alfa escuchaba.
De la nada salió brincando López, que puso sobre mi pecho sus enormes patas y a punto estuve de rodar ladera abajo. Su alegría era contagiosa. Le observé con detenimiento y no sé observaba en su ánimo rastro alguna de la pesadilla vivida esa noche. Se me olvidaron mis pensamientos derrotistas y tras acariciar varias veces a mi lindo pulgoso y exhalar varios suspiros profundos, parecía renacer en mí ese espíritu curioso de saber más de todo.
Alfa emprendió el ascenso por la montaña y sin ser consciente de ello encaminé mis pasos tras él. López iba de aquí para allá oliendo y escarbando en las madrigueras de los conejos, le llamé un par de veces pero fue un fracaso total, tiene una sordera selectiva bastante preocupante; decidí vigilarle sin impedirle que disfrutara, de los tres era el único que se divertía con la excursión.
Observaba al lobo caminando delante de mí y empecé a recordar los sueños que me comenzaron a invadir la noche que hice mío el piso de Mike. En todos ellos era perseguida unas noches por los lobos y otras por los hombres con palos y antorchas, temía a todos y de todos huía. Pero ¿por qué? ¿No debería estar a salvo en uno de los dos bandos? Los lobos tenían que desear mi compañía pero ellos me aterraban y corría hasta desfallecer con tal de marcar distancia entre ellos y yo. Los hombres me buscaban y llamaban por mi nombre, ¿me conocían? Pero a pesar de todo esto, ellos me aterraban tanto como los lobos. Un dolor punzante en el pie me hizo parar de golpe y quitar un pincho enganchado en mi calcetín. Forcejeando con el pincho y el calcetín recordé que siempre corría descalza, ¿por qué iba a hacer eso?
-Estaba dando vueltas a esta bobada que me está llevando a otra…- Alfa puso tiesas las orejas y las orientó ligeramente hacía donde yo estaba, con la mirada fija en un camino que parecía seguir una trayectoria errática. – Todo lo que recuerdo de mis supuestas vidas junto a vosotros, es mi muerte. De una forma violenta. En todas estáis Orfibia, Beta y tú.- aquello pareció interesarle porque se detuvo y me miró.- Y ni rastro del resto del grupo…
No había terminado de decir eso cuando las imágenes se proyectaron ante mis ojos. Con la calma del momento observé mejor los pequeños detalles que la primera vez, por el miedo y el desconocimiento me llevó a obviar. En la pradera, en el barrizal lleno de caballos y en el restaurante italiano pude ver la cara amigable de Zeta con su gesto divertido y la mirada ansiosa de Gamma por seguir su camino, pero también estaba Delta en un extremo más alejado de todo, como si estuviese de paso por allí. Y estaba Mike, un Mike sorprendido, pero de todos ellos, era el único que tenía un reconocimiento en sus ojos, sabía quién era yo sin ninguna duda.
-¿Por qué no tienes pareja?- en los ojos de Alfa quise ver una aprobación.- Te has apropiado la de Beta, en todas tus vidas has deseado la compañera de otro… ¿y la tuya?
Esperaba que la resolución saliera por mi boca, pero había llegado tan lejos como mi creatividad me permitía. Pensar que esa mujer podía ser yo y que nuestro amor fuera algún tipo de desenlace final, era tener muy poca imaginación. ¿Dónde estaban las mariposas? Tenemos historias de amor como la de Romeo y Julieta, aunque fueran tan breves que cause pavor pensar que eso es el amor verdadero, tres días y seis muertos. Pero entre ellos hubo chispa, un deseo constante de estar juntos, de no separarse, de verse aunque fuera por rendijas y tocarse con las yemas de los dedos. Entre nosotros no había existido más que roces con miradas con palabras y con gestos, y yo sentía de todo menos amor por él. No era eso. Meneé la cabeza y alejé esa posibilidad, tenía que existir otra, ¿qué?

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