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Capítulo 38




Un temblor en el labio superior que intentaba ocultar, terminó mostrando unos dientes blancos donde sobresalían unos enormes colmillos. Sus manos me sujetaron con fuerza los brazos, ejercía demasiada presión, no deseaba inmovilizarme sino controlar los cambios sutiles que su rostro mostraba, y sentí un daño atroz que se extendió hasta el cuello cuando su mandíbula se dislocó acompañada de un aullido aterrador. Quería escapar de su agarre, no deseaba ver como un hombre se trasforma en un lobo, no deseaba tener esa imagen en mi cabeza.
Sentía la lucha de él por evitar lo inevitable, y por qué sabía que era inevitable, porque quizá todo lo que había escuchado de unos y de otros tomaba sentido viendo a Alfa lidiando con su parte animal. La ira estaba marcada en las arrugas de su frente y en las de la comisura de su boca; su venganza en las venas de su cuello que latían por dejarse llevar por un animal donde lo primero era la familia, la manada y la lealtad. Pero mi miedo se reflejaba en sus ojos, su trasformación me parecía repulsiva, contranatural, y él era consciente de la brecha que se habría entre ambos a medida que sus rasgos humanos se perdían en una mirada letal y fiera.
Agachó la cabeza dejando su melena negra caer sobre su rostro, ocultándose de mi vista. No deseaba mirar pero no podía dejar de hacerlo, era como la mariposa que se acerca al sol aun sabiendo que se quemará. Entonces me zarandeó con fuerza, sacándome de mi ensimismamiento. Su cuerpo sufrió una convulsión y su espalda se arqueó, volviendo a enderezarse. Yo me agaché buscando su rostro pero él me apartó con violencia y se encaró al hombre que seguía forcejeando con López en el suelo de la biblioteca. Mi pulgoso mostraba la fatiga de la lucha en su mirada y en su boca expelía saliva espesa y  abundante. El hombre presintió el peligro que se cernía sobre él y se deshizo de López con una patada que me hizo estremecer. Alfa saltó por los aires cayendo encima de él y sin darle tregua le propinó puñetazos en la cara y en el pecho, sin que pudiese devolver ni uno de los golpes que recibía. Observaba las manchas de sangre que iban cubriendo la moqueta, mientras abrazaba con fuerza a López que se arrastró a mi lado para seguir protegiéndome. Otro hubiese huido en busca de ayuda pero yo tenía los pies taladrados al suelo y en un rincón de la biblioteca me acurruqué rezando porque Mike o alguno de los amigos de Alfa escucharan la refriega.
Alfa era más joven, lo que le daba agilidad y rapidez en la lucha, el hombre apreciaba su desventaja con cada hueso que se quebraba o moratón que se marcaba. Por muchos puñetazos que lanzase o patadas que diera, todas terminaban perdiéndose en el aire, pues Alfa saltaba por los aires esquivando cada uno de sus golpes. Aquello le sumía en una gran frustración, había sorteado a los guardas que vigilaban el recinto, entrado sin ser detectado por las alarmas y encontrado a su presa en la mitad del tiempo previsto; y ahora estaba siendo destrozado por un mocoso que no conocía lo peligroso que era dejarme con vida. Todo aquello me decían los ojos negros de aquel hombre que me observaba cuando sentía sus fuerzas acabadas. Alfa se alejó del hombre y le descargó una patada en el rostro, un chorro de sangre salió de su boca manchando la blanca pared; este cayó hacia atrás, con la respiración entrecortada por el dolor y la fatiga. El hombre lo tenía todo perdido. Un suspiro hondo se escapó de mi pecho pero la vocecilla de mi cabeza me grito con fuerza: “¡Correee!”. Me agarré la sudadera del pijama con fuerza y la retorcí mientras repetía con miedo la palabra que mi vocecilla no dejaba de gritar. Aquello puso en alerta a Alfa que relajaba el cuerpo suavizando sus rasgos animales. El tiempo justo para escuchar los gemidos de un hombre que se retorcía en el suelo y se trasformaba en un animal grande como un oso, de pelaje gris plateado y profundo ojos negros; arañaba el aire con sus garras y mostraba con sus aullidos unos grandes colmillos amarillos. Alfa me miró dudando de su propia suerte, echaba a cara o cruz su destino. Los lobos que vi en el monte, eran de menor tamaño y su porte era más elegante, aquel animal era desproporcionado y su gesto era salvaje; tenía perdida la batalla antes de empezar. Si yo que era profana en cualquier tipo de lucha veía la desventaja a la que se enfrentaba, comprendía la duda en su mirada.
El animal se movió despacio marcando un semicírculo alrededor de Alfa, este se agachó estirando los brazos y esperando su eminente embestida. López pareció entender la inferioridad en la lucha y se puso en pie con apuro y se acercó vacilante a Alfa; yo intenté impedirlo sin ningún éxito. Este pareció agradecer el gesto de mi pulgoso que le miraba curioso, Alfa negó y López sacudió las orejas y gruñó al animal grotesco que seguía moviéndose.
El animal saltó por los aires y con sus patas delanteras tiró a Alfa al suelo y le mordió en un hombro, el grito de dolor que se escapó de su garganta penetró por mis oídos y me produjo una sacudida en este cerebro que se negaba a recordar. Aquel alarido me era familiar, mezcla de dolor y lamento. Alfa dobló sus piernas y las estiró con fuerza lanzando a la bestia por los aires y cayendo a escasos metros de mí. López corrió y le mordió en el cuello, momento que aprovechó Alfa para cogerle de una pata y arrastrarle con fuerza para separarle lo máximo posible de mí. No le había soltado cuando el animal dio un imposible giro y se lanzó con la boca abierta a su cuello, no tuvo tiempo de protegerse, ni mi pulgoso de ayudarle. Su mandíbula se cerró alrededor de su garganta y sus colmillos desgarraron su carne, la sangre brotó con tanta violencia que muchas de las gotas mancharon mi pijama.
Enloquecí al ver los ojos blancos de Alfa y el pecho de este luchando por respirar. La bestia soltó su presa y el cuerpo inerte desfalleció en el suelo. López fue el siguiente. Yo tenía los ojos cerrados y me abrazaba las rodillas que no dejaban de temblar.
Lo primero que sentí fue su aliento fétido, después el olor inconfundible a pelo mojado y entonces recordé dónde había olido antes aquello, bajo la cama de Mike. Aquel tipo o lobo o lo que fuese, me atacó aquella noche e intentó matarme. Abrí los ojos para enfrentarme a mi verdugo sin saber cuál era mi delito. Pero saqué valor de lo más profundo de mi ser y sin derramar una lágrima ni suplicar piedad quise saber la razón de tanto odio.
-¿Por qué?- comprendía mis palabras y veía en mí la resolución de la persona que está en paz consigo y espera cumplir su castigo sea cual sea su falta. Lo que le hizo dudar.
En el fondo me sentía culpable por no conocer un destino que todos parecían seguros que estaba escrito. Por no recordar mis vidas anteriores en compañía de los lobos. Por haber sumido sus vidas durante siglos al olvido. Gruñó suavemente, pero era algo más que una advertencia, era un dialogo incomprensible para mis oídos. Movió la cabeza con frustración y guardó silencio. Nuestros ojos no dejaban de mirarse pero sentía como su cuerpo se acalambraba con cada latino de aquella gruesa vena de su cuello y entonces los rasgos de su cara se suavizaron y la protuberancia de su ceja se afinó mostrando unos ojos marrones en un contorno  humano.
-Tú eres la culpable de nuestra desgracia. Nos convertiste en lo que somos y luego nos repudiaste cuando el lobo no fue el hombre que tú esperabas… ahora vienes con palabras de liberación y mi pregunta es ¿a quién dejarás vivir, al hombre o al lobo?...- su voz se ahogó cuando las manos de Alfa le partieron el cuello.
-¡Bastardo! No es a ti a quién busca, ni tú el que debe elegir.- y se desmayó.
Mike y los demás entraron sin dar crédito a la batalla campal que se había desarrollado mientras ellos dormían y la sangre que manchaba la habitación parecían un mal presagió. López tumbado en un rincón, descansaba agotado su cuerpo mal trecho, y el cuello de Alfa seguía manando sangre. Mi estado de histeria terminaba en parada, cuando intentaba comprender porque yo era culpable de todo aquello, yo era la opción, la salvación de todos aquellos que no deseaban seguir compartiendo alma, eso me había jurado Mike, pero aquel hombre decía que todo aquello era por mi causa. El miedo y la culpa me invadió y cuando sentí los brazos de Mike envolver mi cuerpo, me abandoné en un profundo sueño.

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