Pase el resto del día sola, paseando con
López y contándole bobadas. Comí en la cocina bajo la atenta mirada de la
cocinera y una doncella, ninguna habló conmigo y yo tampoco estaba con muchas
ganas de conversaciones banales. Ya por la noche el tema cambió.
Me refugié en la biblioteca y seguí
disfrutando del gusto retorcido de Mike. No fui consciente de que había
anochecido hasta que entró en la sala para invitarme a cenar al gran salón y
que conociera, aunque solo fuera de vista, a algunos de los miembros de los
clanes más hermanados.
-¿Dónde has dejado al resto de tus
amigos?-Mike venía elegantemente vestido, no con traje de esmoquin ni nada de
eso; sus pantalones de pinzas y su camisa amplia de seda eran muy formales para
una sencilla cena entre amigos, ni rastro del pantalón vaquero o la camiseta
con eslogan comprometidos como “He aquí el hombre de la manada”, aquella
camiseta desgastada cobraba un sentido muy diferente ahora que conocía el
secreto.
-Vistiéndose.- supongo que mis miradas
furtivas a mi vestimenta de chándal, delataron mi pensamiento.- Te he dejado un
vestido sobre la cama.
-Me lees la mente, ¡gracias!- dejé el libro
sobre el reposabrazos, mientras me colocaba la chaqueta Mike leyó el titulo y
asintió conforme.
-Curioso el libro escogido.- “Alicia en el
país de las maravillas”.
-No has escrito nada en los márgenes y este
libro siempre me pareció siniestro.
-Este libro es pura psicología, para mí
entender. –encaminamos los pasos hacía mi habitación, en una conversación donde
la voz de Mike me envolvía. – Leyendo el libro me recuerdo a mi mismo en esa
edad donde las hormonas te hacen vivir en la montaña rusa, donde te cuestionas
tu persona y la realidad en la que vives; te sientes extraño en tu cuerpo y
discutes al adulto, viéndolo errático sin sus normas y reglas, y necio. Empezamos
la historia cayendo por un pozo sin fin, como cuando en un sueño sentimos que
nos caemos al vacío, hasta que la angustia creciente nos hace despertar.
Tenemos al conejo blanco, tan preocupado por la hora, mirando constantemente su
reloj, volvemos a la ansiedad, la conducta paranoica, esa sensación en la que
nos sumerge el adulto cuando nos somete la vida a las manecillas del reloj. Los
adultos del libro son autómatas de las costumbres, de las reglas y las normas,
sin cuestionarse ninguna y sin salir de su obediencia ciega, como el sombrerero
que solo piensa en el té de las seis de la tarde, es la seguridad de la rutina.
La figura de la oruga azul que cuestiona la identidad de Alicia; quién no duda
de sí mismo en la adolescencia. El gato loco que nos recuerda que caminando
llegaremos siempre algún sitio, qué adolescente no se plantea su futuro. Y mí
preferida, la Reina de Corazones, hay que obedecerla ciegamente porque si no
nos cortará la cabeza, nos prohíbe pensar y reflexionar sobre todo lo que nos rodea,
obligando a acatar sus normas ciegamente.
-Sinceramente me encantaría tener ese don
para leer lo que no está escrito.- Mike me beso en la mejilla y abrió la puerta
de mi habitación.
-Te esperaré aquí fuera. No tengas prisa.
Cenaremos en media hora, pero todos te van a esperar si decides retrasarte.-
entré y me encerré con López.
López corrió a la cama y saltó sobre ella.
Cogí el vestido al vuelo antes de que lo pisoteara. Mi hermano era ordenado y
pulcro, y aquel saco de pulgas no mostraba ni un ápice de delicadeza.
Era de un color azul eléctrico, descarado y
bonito, con mucho vuelo la falda y entallado en el pecho. Me gustaba aunque
jamás me lo compraría, llamaba mucho la atención. Me miré en el espejo con el
vestido colocado sobre mi chándal y di vueltas por la habitación recreando un
salón de baile. Los ojos de López me seguían intrigados y entonces me di
cuenta.
-¡¡Ah, no!!- le cogí de la correa y le
arrastré por la cama.- Ya no te voy a dejar estar en la habitación cuando me
cambie. No te veo con los mismos ojos.
López se negaba a ser expulsado del
dormitorio y estiraba las patas agarrándose al suelo y alejando el culo lo
máximo que podía de la cabeza, era como un enorme perro salchicha. Abrí la
puerta con dificultad y seguí tirando de él. Fuera estaba Mike, como me
prometió, junto a la panda de tarados.
-Explícale en lenguaje lobezno que no puede
estar en mi habitación mientras me cambio… no me siento cómoda con él mirándome
fijamente.- Mike balbuceaba sin llegar a decir nada, estaba tan descolocado
como López. No comprendo como no lo ven lógico, cualquier persona en sus
cabales comprendería mi pudor. –Cinco
segundo y estoy lista.
Veinte minutos después bajaba escoltada por
Mike y Alfa en dirección al salón, y a dos metros detrás de mí o más iba López enfurruñado.
Toda yo era la imagen de un penitente, parecía camino del cadalso, me temblaban
las piernas y me sudaban las manos. Las puertas se abrieron antes de llegar y
Alfa pasó el primero después yo y por último Mike con López. Las escasas voces
que se escucharon antes de abrir, fueron sofocadas por la respiración contenida
de unas cincuenta personas que me miraban fijamente. No me atrevía a levantar
la vista del suelo, sentía la presión en los hombros de una carga que portaba
sin mucho convencimiento, y estaba nerviosa por no pasar la prueba, ¿qué
prueba? Aquello no era una sencilla cena, aquello era una presentación sin
mencionar nombres ni estrechar manos, y concebía la responsabilidad de ser la
liberadora de todos ellos, de ser aceptada, de ser adecuada.
-No puedo.- dije empujando a Mike y tropezando
con López, salí del salón precipitadamente.
-¿No puedes cenar?- me repateaba el tono de
Alfa de suficiencia.
-Adelis, respira y tranquilízate, son
amigos.- Mike y su dulzura.
-¿Qué esperan de mí?-era una pelota la que
sentía en la boca del estómago que no podía digerir, tenía nauseas.
-Nada, no esperamos nada… quieren conocerte,
nada más.- era sincero. Me tranquilizó, respiré profundamente y entré después
de ellos.
Creo que toda aquella gente estaba tan
descuadrada como yo, no sabían si mirar sus platos vacios o mí entrada triunfal
por segunda vez, yo creo que temían que hubiera una tercera y cuarta entrada y
la cena se dilatase hasta altas horas de la madrugada. Un poco de humor para
relajar mis nervios.
Alfa se sentó en una mesa cercana a un gran
ventanal donde aguardaban el resto de los papanatas, y Mike esperó paciente a
mi lado que yo fuese capaz de dar dos pasos seguidos. Tenía los pies pegados al
suelo. Me froté una mano contra otra y arranqué mi pierna del suelo dando un
paso vacilante, entonces sentí una presión sobre mi brazo. Miré allí donde
sentía el contacto. Era una mano arrugada, con venas marcadas y manchas
oscuras, una mano con años de experiencia y trabajo duro. Mike esbozaba una
sonrisa bondadosa y me decidí a saludar a quién fuera que estuviese tras de mí.
Era un hombre entrado en años, con un rostro sereno y un brillo en sus grandes
ojos negros de esperanza. Me cogió las manos entre las suyas y cerró sus ojos con
una expresión de paz interior. Yo aguardé respetuosa lo que fuera que estuviese
haciendo, además era un calor reconfortante.
-¡Gracias! He vuelto a ver a mi esposa. Dentro
de poco volveremos a estar de nuevo juntos. - me dijo con una inclinación de
cabeza y se alejó de mí para sentarse en una mesa situada en el extremo apuesto
a la que iba a ocupar yo. Esquinada y retirada de la puerta.
Vi una mirada vacilante en otro anciano de la
mesa más cercana a mi posición y no sé porque con la cabeza le animé a
acercarse. No lo dudé. Se puso en pie con la ayuda de dos jóvenes que estaban a
su lado y acompañado por uno de ellos se acercó a mí. Repitió la misma
operación que el primero y yo aguardé observando la paz que se dibujaba en su
semblante. Al levantar mi mirado de sus profundos ojos negros, una fila de
todas las edades aguardaba para darme la mano y tomarse su tiempo en un saludo
que se dilataba minutos. La sala estaba sumida en un profundo silencio, allí
donde mirase todos tenían los ojos cerrados, absortos en los más profundo de
sus mentes.
Al cabo de quince minutos largos, Mike colocó
su mano sobre mi hombro y la fila se disolvió sin quejas ni ruidos. Todos
tomaron asiento y yo me dirigí a mi mesa. El respeto que todos tenían a Mike me
hizo sospechar que era más que el hermano mayor de un alfa de un clan.
-Gracias por tu comprensión y amabilidad.-
quité importancia al tema pero Mike estaba dispuesto a explicarme todo lo que
se escapaba de mi comprensión.- Al entrar en esta sala, los recuerdos de todos
nos han alcanzado, como te expliqué, pero los ancianos ya no tienen esa
sintonía, necesitan un contacto.
-Pero ¿había gente de todas las edades?
-Levantas pasiones.- cuchicheó Zeta que
estaba sentado a mi lado, dando de comer trocitos de pan a López, este
masticaba con la boca abierta y tirando migas y babas a su alrededor como un
aspersor de césped. Todos rieron menos Alfa y yo, que manteníamos un duelo de
miradas que por ahora ganaba yo.
La cena fue tranquila, se charló de todo y
contaron todo tipo de anécdotas pero yo sentía una presencia cercana que me
alteraba, una vocecilla en mi cabeza que me decía que: “¡corriese!” y un nudo
en el estómago que me impedía disfrutar de lo que comía. Estaba dispuesta a
creer en todos ellos pero prometí no ignorar mis sensaciones, y aquella no era
buena.