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Capítulo 36




Pase el resto del día sola, paseando con López y contándole bobadas. Comí en la cocina bajo la atenta mirada de la cocinera y una doncella, ninguna habló conmigo y yo tampoco estaba con muchas ganas de conversaciones banales. Ya por la noche el tema cambió.
Me refugié en la biblioteca y seguí disfrutando del gusto retorcido de Mike. No fui consciente de que había anochecido hasta que entró en la sala para invitarme a cenar al gran salón y que conociera, aunque solo fuera de vista, a algunos de los miembros de los clanes más hermanados.
-¿Dónde has dejado al resto de tus amigos?-Mike venía elegantemente vestido, no con traje de esmoquin ni nada de eso; sus pantalones de pinzas y su camisa amplia de seda eran muy formales para una sencilla cena entre amigos, ni rastro del pantalón vaquero o la camiseta con eslogan comprometidos como “He aquí el hombre de la manada”, aquella camiseta desgastada cobraba un sentido muy diferente ahora que conocía el secreto.
-Vistiéndose.- supongo que mis miradas furtivas a mi vestimenta de chándal, delataron mi pensamiento.- Te he dejado un vestido sobre la cama.
-Me lees la mente, ¡gracias!- dejé el libro sobre el reposabrazos, mientras me colocaba la chaqueta Mike leyó el titulo y asintió conforme.
-Curioso el libro escogido.- “Alicia en el país de las maravillas”.
-No has escrito nada en los márgenes y este libro siempre me pareció siniestro.
-Este libro es pura psicología, para mí entender. –encaminamos los pasos hacía mi habitación, en una conversación donde la voz de Mike me envolvía. – Leyendo el libro me recuerdo a mi mismo en esa edad donde las hormonas te hacen vivir en la montaña rusa, donde te cuestionas tu persona y la realidad en la que vives; te sientes extraño en tu cuerpo y discutes al adulto, viéndolo errático sin sus normas y reglas, y necio. Empezamos la historia cayendo por un pozo sin fin, como cuando en un sueño sentimos que nos caemos al vacío, hasta que la angustia creciente nos hace despertar. Tenemos al conejo blanco, tan preocupado por la hora, mirando constantemente su reloj, volvemos a la ansiedad, la conducta paranoica, esa sensación en la que nos sumerge el adulto cuando nos somete la vida a las manecillas del reloj. Los adultos del libro son autómatas de las costumbres, de las reglas y las normas, sin cuestionarse ninguna y sin salir de su obediencia ciega, como el sombrerero que solo piensa en el té de las seis de la tarde, es la seguridad de la rutina. La figura de la oruga azul que cuestiona la identidad de Alicia; quién no duda de sí mismo en la adolescencia. El gato loco que nos recuerda que caminando llegaremos siempre algún sitio, qué adolescente no se plantea su futuro. Y mí preferida, la Reina de Corazones, hay que obedecerla ciegamente porque si no nos cortará la cabeza, nos prohíbe pensar y reflexionar sobre todo lo que nos rodea, obligando a acatar sus normas ciegamente.
-Sinceramente me encantaría tener ese don para leer lo que no está escrito.- Mike me beso en la mejilla y abrió la puerta de mi habitación.
-Te esperaré aquí fuera. No tengas prisa. Cenaremos en media hora, pero todos te van a esperar si decides retrasarte.- entré y me encerré con López.
López corrió a la cama y saltó sobre ella. Cogí el vestido al vuelo antes de que lo pisoteara. Mi hermano era ordenado y pulcro, y aquel saco de pulgas no mostraba ni un ápice de delicadeza.
Era de un color azul eléctrico, descarado y bonito, con mucho vuelo la falda y entallado en el pecho. Me gustaba aunque jamás me lo compraría, llamaba mucho la atención. Me miré en el espejo con el vestido colocado sobre mi chándal y di vueltas por la habitación recreando un salón de baile. Los ojos de López me seguían intrigados y entonces me di cuenta.
-¡¡Ah, no!!- le cogí de la correa y le arrastré por la cama.- Ya no te voy a dejar estar en la habitación cuando me cambie. No te veo con los mismos ojos.
López se negaba a ser expulsado del dormitorio y estiraba las patas agarrándose al suelo y alejando el culo lo máximo que podía de la cabeza, era como un enorme perro salchicha. Abrí la puerta con dificultad y seguí tirando de él. Fuera estaba Mike, como me prometió, junto a la panda de tarados.
-Explícale en lenguaje lobezno que no puede estar en mi habitación mientras me cambio… no me siento cómoda con él mirándome fijamente.- Mike balbuceaba sin llegar a decir nada, estaba tan descolocado como López. No comprendo como no lo ven lógico, cualquier persona en sus cabales comprendería mi pudor.  –Cinco segundo y estoy lista.
Veinte minutos después bajaba escoltada por Mike y Alfa en dirección al salón, y a dos metros detrás de mí o más iba López enfurruñado. Toda yo era la imagen de un penitente, parecía camino del cadalso, me temblaban las piernas y me sudaban las manos. Las puertas se abrieron antes de llegar y Alfa pasó el primero después yo y por último Mike con López. Las escasas voces que se escucharon antes de abrir, fueron sofocadas por la respiración contenida de unas cincuenta personas que me miraban fijamente. No me atrevía a levantar la vista del suelo, sentía la presión en los hombros de una carga que portaba sin mucho convencimiento, y estaba nerviosa por no pasar la prueba, ¿qué prueba? Aquello no era una sencilla cena, aquello era una presentación sin mencionar nombres ni estrechar manos, y concebía la responsabilidad de ser la liberadora de todos ellos, de ser aceptada, de ser adecuada.
-No puedo.- dije empujando a Mike y tropezando con López, salí del salón precipitadamente.
-¿No puedes cenar?- me repateaba el tono de Alfa de suficiencia.
-Adelis, respira y tranquilízate, son amigos.- Mike y su dulzura.
-¿Qué esperan de mí?-era una pelota la que sentía en la boca del estómago que no podía digerir, tenía nauseas.
-Nada, no esperamos nada… quieren conocerte, nada más.- era sincero. Me tranquilizó, respiré profundamente y entré después de ellos.
Creo que toda aquella gente estaba tan descuadrada como yo, no sabían si mirar sus platos vacios o mí entrada triunfal por segunda vez, yo creo que temían que hubiera una tercera y cuarta entrada y la cena se dilatase hasta altas horas de la madrugada. Un poco de humor para relajar mis nervios.
Alfa se sentó en una mesa cercana a un gran ventanal donde aguardaban el resto de los papanatas, y Mike esperó paciente a mi lado que yo fuese capaz de dar dos pasos seguidos. Tenía los pies pegados al suelo. Me froté una mano contra otra y arranqué mi pierna del suelo dando un paso vacilante, entonces sentí una presión sobre mi brazo. Miré allí donde sentía el contacto. Era una mano arrugada, con venas marcadas y manchas oscuras, una mano con años de experiencia y trabajo duro. Mike esbozaba una sonrisa bondadosa y me decidí a saludar a quién fuera que estuviese tras de mí. Era un hombre entrado en años, con un rostro sereno y un brillo en sus grandes ojos negros de esperanza. Me cogió las manos entre las suyas y cerró sus ojos con una expresión de paz interior. Yo aguardé respetuosa lo que fuera que estuviese haciendo, además era un calor reconfortante.
-¡Gracias! He vuelto a ver a mi esposa. Dentro de poco volveremos a estar de nuevo juntos. - me dijo con una inclinación de cabeza y se alejó de mí para sentarse en una mesa situada en el extremo apuesto a la que iba a ocupar yo. Esquinada y retirada de la puerta.
Vi una mirada vacilante en otro anciano de la mesa más cercana a mi posición y no sé porque con la cabeza le animé a acercarse. No lo dudé. Se puso en pie con la ayuda de dos jóvenes que estaban a su lado y acompañado por uno de ellos se acercó a mí. Repitió la misma operación que el primero y yo aguardé observando la paz que se dibujaba en su semblante. Al levantar mi mirado de sus profundos ojos negros, una fila de todas las edades aguardaba para darme la mano y tomarse su tiempo en un saludo que se dilataba minutos. La sala estaba sumida en un profundo silencio, allí donde mirase todos tenían los ojos cerrados, absortos en los más profundo de sus mentes.
Al cabo de quince minutos largos, Mike colocó su mano sobre mi hombro y la fila se disolvió sin quejas ni ruidos. Todos tomaron asiento y yo me dirigí a mi mesa. El respeto que todos tenían a Mike me hizo sospechar que era más que el hermano mayor de un alfa de un clan.
-Gracias por tu comprensión y amabilidad.- quité importancia al tema pero Mike estaba dispuesto a explicarme todo lo que se escapaba de mi comprensión.- Al entrar en esta sala, los recuerdos de todos nos han alcanzado, como te expliqué, pero los ancianos ya no tienen esa sintonía, necesitan un contacto.
-Pero ¿había gente de todas las edades?
-Levantas pasiones.- cuchicheó Zeta que estaba sentado a mi lado, dando de comer trocitos de pan a López, este masticaba con la boca abierta y tirando migas y babas a su alrededor como un aspersor de césped. Todos rieron menos Alfa y yo, que manteníamos un duelo de miradas que por ahora ganaba yo.
La cena fue tranquila, se charló de todo y contaron todo tipo de anécdotas pero yo sentía una presencia cercana que me alteraba, una vocecilla en mi cabeza que me decía que: “¡corriese!” y un nudo en el estómago que me impedía disfrutar de lo que comía. Estaba dispuesta a creer en todos ellos pero prometí no ignorar mis sensaciones, y aquella no era buena.

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