-No puedes dejarme sin respuestas.- le digo
cuando le doy alcance. Camina por la acera con las manos en los bolsillos y pateando
las piedras del camino.
-No puedo darte las respuestas. No soy la
persona adecuada, ese es Alfa.
-Me miente, me manipula los recuerdos y me
droga, ¿crees que puedo fiarme de su palabra?- le digo poniendo los brazos en
jarra.
-Supongo que no, yo no lo haría, visto como
lo cuentas.-dice él en un tono divertido.- Hagamos una cosa, cuéntame lo que
piensas que sucede y te digo si vas bien o mal encaminada.
-No tengo ni idea.- tuerzo el morro, fea
costumbre que tengo desde niña que viene a decir que pongo en funcionamiento
una parte de mi cerebro oxidada, la de la inventiva creativa.- Pienso que va de
mafias o algo ilegal… pero tampoco lo tengo claro. Hay algo gordo de por medio
y tienen que estar preparados. Lo que no entiendo es el papel que juego yo. Mike
les ha vendido la moto con que soy imprescindible en algo, pero también estoy
muy vinculada a la memoria de mi hermano pues todos parecen admirarse de que
sea de su familia e incluso lo ponen en duda. ¡Vamos que no tengo ni idea!
-Ni que lo jures. Estás más perdida que un
racista en el cumpleaños de un negro.-le cogí de la cazadora y lo zarandeé.
-Sois tal para cual. Habláis en clave… me
desesperáis.- me echa las manos por los hombros y acerca su cara a la mía.
-Hicimos un pacto de silencio, nacemos con el
pacto ya sellado, ninguno puede revelarte la verdad, eres tú quien debe
descubrirla… Por cierto, tienes el rostro magullado, el otro día no me dejaste
ser caballeroso y preguntarte.
-Alguien entró en mi piso, supuestamente para
robar, pero yo creo que sus intenciones no eran muy buenas. López se metió por
medio y llevo la peor parte, aunque ya está bien.- recordé mis preciosos
zapatos y mis calentitas botas que descansaban en el cubo de la basura y fruncí
el ceño.
-Estás guapa cuando te enfadas. ¿Quién era el
intruso?- encogí los hombros.- Tiene que rechinarle los dientes a Alfa… ja, ja,
ja…
Seguía sujetándole por la solapa de la
cazadora y él descansaba sus manos sobre mis hombres, cuando nos golpean por
detrás y nos separan violentamente. Yo caigo al césped y ruedo por un pequeño
desnivel, nada grave pero me mareo. Escucho ruidos de pelea no muy lejos de mí,
unas manos me sujetan por las axilas y tiran de mí hacía arriba para ayudarme a
incorporarme.
-¿Estás bien?-la inconfundible vos de Zeta.
Detrás de él está el resto de la banda y Alfa suelta puñetazos a diestros y
siniestro a su viejo amigo que no parece tener problema en esquivarlos, pero no
se molesta en devolverle ni uno solo.
-¿No pensáis hacer nada para separarles?- a
través de sus gafas siento sus miradas negativas.-Pues lo haré yo.
Ni yo misma me esperaba que mi decisión fuera
tan bien ejecutada por mi cuerpo, que siempre anda sin sincronizado. Zeta
intentó cogerme pero en dos pasos llegué hasta ellos y coloqué mis manos sobre
sus hombros. No pude emitir ni una palabra, una corriente eléctrica recorrió mi
cuerpo desde los pies hasta la cabeza, allí se detuvo en una fuerte sacudida y
como en una sala de cine ante mis ojos fue sucediendo una serie de imágenes a
gran velocidad. No había sonido pero no lo necesitaba, reconocía los lugares y
sus gentes, incluso sabía lo que sucedía en cada fragmento de película. Aquella
era mi vida, mis diferentes yo a lo largo de todos los años de existencia.
La primera imagen fue el día que conocía a
Alfa en una pradera de las Colinas Negras, en Dakota del Sur. Jamás en esta
vida he visitado América pero conocía las colinas que estaba viendo como la
palma de mi mano. Alfa era algo diferente, con la piel más oscura pero los mismos
ojos verdes, igual de fríos e inquietantes. A pocos metros estaba Beta y tras
ellos Orfibia. Estaban discutiendo entre ellos y yo había irrumpido montada a
caballo, cosa que no sé hacer. Beta me señalaba y le decía Alfa que yo era la
mujer pálida de la que hablaban las estrellas, pero él negaba con la cabeza. No
era como él se imaginaba a una hija de la luna y comenzaron de nuevo a
discutir. Yo descabalgué y me acerqué a ellos despacio, midiendo cada paso,
esperando lo inevitable. La distancia se acortaba y sentía como mi destino
estaba a punto de terminar. Había nacido para ese momento y vivido para ese
encuentro y sin ni siquiera verlo llegar una flecha salida de la nada y se
clava en el centro de mi pecho. Alfa corre a mi encuentro y me abraza y al
sentir su pecho desnudo sobre mi rostro, siente que ha llegado tarde a
comprender que todo vuelve a comenzar.
La imagen desaparece como si hubiese entrado
en un túnel y fuese sentada en un vagón junto a la ventana. Muchos otros
pequeños destellos de situaciones que no tienen sentido siguen a este, veo las
nubes pasar cuando todo se oscurece ante mis ojos o me arrojan a un río helado
o me meten en un agujero bajo tierra y tiran puñados de arena sobre mi rostro,
no hay gritos ni lágrimas solo incomprensión.
El segundo fragmento, con algo de coherencia,
es otro momento de mi vida que no es la
mía, es tan extraño de explicar, todas esas soy yo pero ningún recuerdo de los
que veo forma parte de mí.
Camino sobre unas tablas por una calle que es
un barrizal tengo miedo de mancharme los pies y corro porque en breve se
marchará. Me han contado que un hombre como el que busco desde hace años se
marcha camino de la guerra. En mi mano sujeto con fuerza uno de los miles
dibujos que le hago cada día, no tengo ni idea de hacer retratos, mi yo actual
lo máximo que aspira es: “con un seis y cuatro la cara de tu retrato”. Llego a
una gran plaza y ya no hay más tablas. Mis tobillos quedan sumergidos en una
mezcla de barro y excremento de caballo. Cientos de caballos con sus jinetes
esperan el toque de corneta para salir al galope para luchar en una guerra de
hermanos contra hermanos e hijos contra padres. Nosotros luchamos por la
libertad de una raza, por la abolición de la esclavitud y por un futuro donde
todos seamos iguales. Camino entre los caballos que se mueven inquietos mostrando
a unos jinetes deseosos de partir, un retrato de mi destino, unos ni miran y
otros señalan vacilantes con la mano una dirección. Por fin lo veo, está besando a una mujer, no
necesito verla para saber que es Orfibia, y a su lado Beta sujeta las riendas
de su caballo. Me acercó casi sin aliento y le toco suavemente el hombro. Un
empujón hace que me golpeé contra su
espalda y cuando nuestros ojos se juntas, veo en los suyos un reconocimiento.
Esboza una sonrisa cuando un grito sobresale entre las despedidas de las
familias. Siento una punzada de dolor en la espalda y llevo mi mano para sentir
una liquido cálido sobre ella, cuando miro mis dedos están cubiertos de sangre.
Los brazos de Alfa me sujetan cuando el mundo se vuelve oscuro.
Regreso al tren que circula a gran velocidad
por el túnel oscuro. No quiero seguir sintiendo mi muerte, el dolor y el vacío
que me alcanza el segundo antes de que todo termine pesa pobre mí como una losa.
Estoy en la estación Madison, acabo de llegar a esta ciudad llena de barullo de
gente y coches, Chicago. Hace unas horas estaba dando clases a mis jóvenes
alumnas cuando reparé en un periódico olvidado por uno de los padres sobre mi
mesa. La tarde anterior tuvimos una puesta en común para organizar una
excursión a Chicago. Lo que nadie podía imaginar era que al abrir el periódico
se precipitasen los acontecimientos. En primera plana la foto de un mafioso que
era detenido por pegar a…, palabras textuales del periódico,… una “fulana”
hasta dejarla moribunda. Lo impactante no era la noticia, tan común en este
momento de la historia, ni que hubiesen
detenido a este mafioso, por muy intocables que parezcan, lo inquietante era el
hombre que estaba tras él. Su pelo negro sus ojos verdes penetrantes, sé que
son verdes, lo sé, lo sé porque tengo que ir a su encuentro, sé que tengo que
conocerlo y que nuestros destinos se juntan en un breve espacio de tiempo,
también sé que el tiempo se acaba. Preparo una pequeña bolsa de viaje y salgo
hacía la estación sin contar a nadie donde voy.
Y aquí estoy con un periódico en la mano y
una dirección que marca un letrero en una esquina sobre la cabeza del hombre al
que buscó. La gente me orienta pero me mira con pesar, una mujer me advierte
que es el barrio de los sicilianos y no me conviene tal lugar. Yo siempre he
sido prudente pero me adentraría en el mismo infierno solo por encontrarle, no
comprendo este impulso tan alocado que me ha dado. He puesto un pié en la calle
y antes de cruzar la acera un hombre me ha abordado de muy malas formas. Quiere
saber porque busco al “jefe”, es curioso como vuelan las noticias en una ciudad
tan grande, más que en mi pequeño pueblo. No soy capaz de darle una
explicación, solo sé que tengo que encontrarme con él y tiene que ser rápido.
El hombre me coge del brazo y me arrastra por un sinfín de calles hasta que
llegamos a un restaurante. Me abre la puerta y me anima a entrar.
El local está lleno y se escuchan unas risas
tras la barra donde se ve a dos hombres altos y una mujer preparar lo que
parecen dos grandes pizzas, he oído hablar de este plato pero nunca lo he
probado. El hombre que me ha llevado hasta ese local se dirige a la barra y
habla con disimulo con uno de los dos hombres, el que tiene la melena rubia. Se
gira despacio y me mira fijamente, me siento incomoda, ahora se entremezcla mi
yo antiguo con mi yo de ahora y veo ante mí a Beta. Todos en el local han
dejado de comer y hablar y me observan con interés. Beta golpea con suavidad el
hombro del moreno que ríe con la mujer y la tira harina a la cara. Entonces se vuelve.
Es él, Alfa y ella es Orfibia. Doy dos pasos al frente pero en su mirada hay
una frialdad y su rostro tiene un gesto malvado. Me arrepiento de correr con tanta
insensatez en busca de un hombre cuya imagen vi por primera vez en una foto de
periódico, aunque teniéndole tan cerca hay algo en él que me resulta familiar.
Es tan complicado de entender, soy una primera persona en un cuerpo que no es
mío con unos recuerdos que no he vivido, soy actor y espectador al mismo
tiempo, siento su miedo o mi miedo.
Quiero huir pero cuando toco con la mano el
pomo, uno de los comensales se levanta de la mesa y se interpone entre la
puerta y yo. Me enfrentó a los ojos verdes del hombre que tanto deseaba conocer
pero en su expresión hay turbación. Hay confusión en la sala, las sillas se
mueven violentamente y me distraigo unos segundo, cuando vuelvo a mirar a Alfa,
tiene una pistola en la mano que no duda en usar, me asusto e intento escapar
pero siento en mi pecho el dolor del vacío que produce el último segundo de mi
vida.
Ya no regreso al tren. La oscuridad se aleja
de mis ojos y tengo la mirada asustadiza de Alfa y de su antiguo amigo, que
como una revelación sé cómo se llama, Delta. No comprendo nada de lo que ha
sucedido ni doy explicación a lo que acontece a mí alrededor pero tengo la
sensación de que regreso de un letargo y mis recuerdos llegan a mí despacio.
-No podéis estar enfrentado- les cuento sin
saber porque lo digo. Es como si alguien dentro de mí supiera de qué va todo
ese rollo de enfrentamientos y miradas asesinas, como si tuviera un huésped en
mi cabeza que lucha por invadir mi yo actual y postergarme en el olvido, en el
rincón más lóbrego y frío de mi mente, pero me niego a dejar que este invasor
me anule y me pierda para siempre.- Según se fragmenta la manada se debilita la
fuerza y nuestro enemigo tiene bazas más poderosas que la nuestra. Ha llegado
el momento de que los veinticuatro nos congreguemos. –me niego a que me empuje
hacía la oscuridad y forcejeo con los restos de mis otros yo o lo que yo creía
que eran mis otras personalidades pasadas, aunque yo no creo en la
reencarnación ni en nada; ellos tuvieron su momento y este es el mío.-
¡¡Aaaaaa!!
Un dolor atroz hace que me doble por la
cintura y me coja con fuerza la cabeza. Es insoportable, me duele si abro los
ojos y veo la luz, me duele si concentro mis oídos en los sonidos y si mi nariz
capta los aromas. Grito desesperada cuando se intensifica las punzadas que
laceran mi cerebro. Siento un líquido cálido caer por mi nariz y un sabor a
hierro en mi boca, una nausea me encoge el estómago y toso con fuerza para
alejar una bola que sube por mi garganta y salé por mi boca. Caigo de rodillas
al césped y las manos de Alga me sujetan por los hombros, es sangre, sangro por
la nariz, por la boca y los oídos. Mi cabeza va a explotar. Mi cuerpo sufre
convulsiones y entonces todo se vuelve oscuro y entro en un estado
semiinconsciente.