Estaba comiendo un bocadillo en la cafetería
de la facultad cuando alguien arrastra una silla y se sienta a mi lado, he
pensado: “¡Dios mío el tío del monte!”. He aguantado la vista en el periódico que
leía como cinco minutos, para ver si se iba o desaparecía, pero como no ha
pasado ni una cosa ni la otra, he levantado con precipitación la cabeza para
saber si era o no él, como el que aguanta la respiración bajo el agua, pues más
o menos esa era yo.
-No tenía muy claro si eras tú o no.- me dice
el chico alto y delgado que me dio la caja de cartón.
-Te estuve buscando para devolverte la caja.
No pude entregarla…- levanta la mano para hacerme callar y luego se golpea el
pecho.
-No hables más. Cometí un terrible error.- se
aproxima más arrastrando la silla, y baja la voz hasta convertirla en un
susurro.- Estudio literatura, por eso no podía venir ayer, tenía un examen.
Bueno pues confundí las cajas, dejé la de historia en casa y me traje la de
literatura pensando que era la otra… un follón. Termino de entregarla con una
amonestación de la estirada esa.
-Pues yo dejé la caja en casa...- vuelve a
levantar la mano para hacerme callar.
-Tengo de plazo una semana más, si estás
disfrutando con su lectura, te la dejo.- asentí.- Perfecto pues tienes de plazo
una semana. ¿Quieres que demos un paseo? No soporto estar sentado cuando he
terminado de comer.
-Por mi perfecto.- guardé el currusco de mi
bocadillo en el papel de aluminio y lo metí en mi bolsillo.
Un paseo de media hora en el que aprendí dos
cosas, le encantaba escucharse y era un controlador. No dejó de hablar ni un
segundo, levantaba la mano constantemente para que me callase, para que
continuara o para detenerme ante un semáforo en rojo. No me molestaba pero su
comportamiento estaba más cerca de un adiestrador de mascotas, que de un chico
con un cerebro tan prodigioso. Estudiaba dos carreras, historia y literatura, a
mí con una me sobraba y me faltaba resuello. Hablaba tres idiomas y escribía en
dos, sabía tocar el piano pero le gustaba mucho más la guitarra. Los fines de
semana practicaba deportes de riesgo como puenting, parapente y escalada sin
cuerda. Me agotó en media hora, era todo dinamismo y euforia, pretendía que ese
mismo fin de semana fuera con él a Rascafría para lanzarme desde un puente con
una cuerda atada a los pies, para mi gusto estaba chalado.
-Pásame tu móvil…- levantó la mano y me evito
darle una disculpa educada de porque no iba a proporcionarle mi número, un
hermano autoritario, un novio celoso, un primo como el de Zumosol… tenía
carrete para rato, quiero decir que para inventar nadie me gana, y cuatro amigos de Mike que me venían ahora
que ni para el pelo.- Te doy el mío y lo usas cuando lo necesites.
Me coge la palma de la mano y me escribe con
bolígrafo sus nueve números sin preguntarme si me parecía bien tan extraño
lugar teniendo en cuenta que ambos llevábamos una carpeta con hojas y cuadernos
en las mochilas. Ya se iba cuando se gira:
-¿Cómo te llamas? Yo soy Macqueen, mis padres
son la caña de originales.
-Adelis…
-No te pega nada ese nombre, Selena o Dakota,
van más con tu halo.- se subió al autobús y se fue.
Empiezo a pensar que en Madrid no hay nadie
cuerdo. Me salto mis dos últimas clases y me voy a casa.
Ya no voy a seguir diciendo que siento unos
ojos clavados en mi nuca porque resultaría monótono y aburrido pero por más que
me giro no veo a nadie, veo a gente pero no son los mismos, ni nadie disimula
cuando lo hago, tampoco parece que me sigan. Incluso me fijo en los conductores
y en la ropa de los motoristas para ver si se repiten como un fallo de Matrix,
pero no.
Cuando llegaba a la urbanización he visto a
Miguel hablar con Zeta que estaba montado en un todoterreno negro. Antes de que
pudiese acercarme para saludar, ha salido a toda velocidad pero antes de
desaparecer calle abajo me ha parecido escuchar el ladrido de López.
-¡Buenas tardes Miguel!-el hombre esquivaba
mi mirada y disimulaba quitando hojas del carril de la puerta con una escoba
falta de gracia, sin cerdas y sucia. -¿Se encuentra bien?-esa amabilidad a la
que me tiene acostumbrada, choca con su actitud distante.
-Algo cansado pero todo bien.- parece que
desea contarme algo pero vuelve a su tarea meticulosa de sacar hasta la última
de las hojitas.
-¡Hasta luego! Voy a estudiar un ratito.- no tengo
nada que estudiar pero está claro que algo le preocupa y lo tiene que rumiar.
Antes de irme me fijo en el nombre bordado en su inmaculado uniforme: Miguel
Luperio. Allí estaba el apellido que llevaba dando vueltas horas, intentando
recordar donde lo había visto antes. En otro momento hubiese apuntado lo
curioso de su apellido pero Miguel estaba agitado.
Cuando llego al recinto central de los
edificios, hay un inusual movimiento de gente, en ventanas y portales, incluso
caminando por las zonas comunes. Estoy alucinada y me quedo quieta observando
el ir y venir de unos y otros, no conozco a nadie pero es sumamente agradable,
tengo ganas de gritar: “¡No estoy sola!”, pero temo que como los topos se
vuelvan a esconder en sus madrigueras para no salir nunca.
-¿Qué miras tan incrédula?-Beta es sigiloso.
-Los vecinos.- pasada la sorpresa de no
sentirme sola con cuatro panolis, caigo en la cuenta que todos son hombres y
parecen obedecer sus movimientos a un fin, es como si se prepararan para irse o
para algo. Llevan cajas de un lado a otro, recogen maceteas, tumbonas y
sombrillas. - ¿No hay mujeres?
-Sí, tú.-dice como si fuera lo más normal
vivir en una urbanización donde una sola persona es mujer.
-¿Supongo que no te resulta curioso?- el
niega- ¿Por qué llevas gafas un día nublado?
-Como bien sabes, porque lo has recalcado
muchas veces, tengo las pupilas dilatadas y la claridad me molesta. Es un día
nublado pero con mucha claridad, me pongo gafas polarizadas.- es un tono de burla
el que usa que me saca de mis casillas.- ¿Por qué has llegado antes de la
facultad?
-¿Hay algún estudio que diga que el aire de
Madrid es algo enrarecido y afecta a los hombres volviéndolos lerdos?- Beta me
observa sin mover ni un músculo pero percibo que está descolocado.- El chico
que me dio la caja con la documentación de la facultad equivocada, ha entablado
contacto conmigo y después de media hora de un monólogo suyo y control de mi
persona con el poder de su mano.- y le imito levantado la mano y emulando sus
mismo gestos.- He decidido venir a casa a tomarme un paracetamol y a mantener
mi propio soliloquio con López.- Beta se mueve incomodo.
-Zeta se ha llevado a López al veterinario y
pasará tres días en observación.-entonces era cierto que escuché su ladrido, me
llamaba, me advertía que se lo llevaban.
-No tenía noticia de tal cosa. ¿Por qué
tantos días? ¿Qué le sucede?- una oleada extraña me sube por las piernas camino
de la cabeza, ¿será preocupación?
-Está bien. Un control rutinario programado
por Mike.- Beta miente muy mal. Presiento que me engaña.
-No son necesarias tantas explicaciones.-Alfa
es como la alegría de la huerta. Borde y antipático. Viene acompañado de
Orfibia. Todos con gafas de sol. Me molesta que las lleven.- López es de Mike y
él sabe lo que es mejor para su perro.
-Creo que este fin de semana voy a practicar
puenting con mi nuevo amigo, no lo tenía decidido pero estoy cansada de estar
encerrada con vosotros.-digo alejándome, todavía no he descartado la
posibilidad de arrojarme cabeza abajo por un puente, que mal suena.
-¿Qué amigo?-pregunta Alfa.
-Son celos lo que escuchan mis oídos.- lo
digo para chincharle. Mantiene su pose y su gesto sin expresión y soporta el
silencio que a mí se me hace eterno.- Se llama Macqueen, estudia conmigo.
-Interesante.- responde Beta pero noto un
ligero movimiento de disgusto en los tres.
No me despido ni ellos lo hacen. Me voy a
casa y antes de cerrar la puerta del portal los veo allí plantados
observándome. Me cuesta acostumbrarme a vivir con este vecindario tan singular.