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Capítulo 24




Estaba comiendo un bocadillo en la cafetería de la facultad cuando alguien arrastra una silla y se sienta a mi lado, he pensado: “¡Dios mío el tío del monte!”. He aguantado la vista en el periódico que leía como cinco minutos, para ver si se iba o desaparecía, pero como no ha pasado ni una cosa ni la otra, he levantado con precipitación la cabeza para saber si era o no él, como el que aguanta la respiración bajo el agua, pues más o menos esa era yo.
-No tenía muy claro si eras tú o no.- me dice el chico alto y delgado que me dio la caja de cartón.
-Te estuve buscando para devolverte la caja. No pude entregarla…- levanta la mano para hacerme callar y luego se golpea el pecho.
-No hables más. Cometí un terrible error.- se aproxima más arrastrando la silla, y baja la voz hasta convertirla en un susurro.- Estudio literatura, por eso no podía venir ayer, tenía un examen. Bueno pues confundí las cajas, dejé la de historia en casa y me traje la de literatura pensando que era la otra… un follón. Termino de entregarla con una amonestación de la estirada esa.
-Pues yo dejé la caja en casa...- vuelve a levantar la mano para hacerme callar.
-Tengo de plazo una semana más, si estás disfrutando con su lectura, te la dejo.- asentí.- Perfecto pues tienes de plazo una semana. ¿Quieres que demos un paseo? No soporto estar sentado cuando he terminado de comer.
-Por mi perfecto.- guardé el currusco de mi bocadillo en el papel de aluminio y lo metí en mi bolsillo.
Un paseo de media hora en el que aprendí dos cosas, le encantaba escucharse y era un controlador. No dejó de hablar ni un segundo, levantaba la mano constantemente para que me callase, para que continuara o para detenerme ante un semáforo en rojo. No me molestaba pero su comportamiento estaba más cerca de un adiestrador de mascotas, que de un chico con un cerebro tan prodigioso. Estudiaba dos carreras, historia y literatura, a mí con una me sobraba y me faltaba resuello. Hablaba tres idiomas y escribía en dos, sabía tocar el piano pero le gustaba mucho más la guitarra. Los fines de semana practicaba deportes de riesgo como puenting, parapente y escalada sin cuerda. Me agotó en media hora, era todo dinamismo y euforia, pretendía que ese mismo fin de semana fuera con él a Rascafría para lanzarme desde un puente con una cuerda atada a los pies, para mi gusto estaba chalado.
-Pásame tu móvil…- levantó la mano y me evito darle una disculpa educada de porque no iba a proporcionarle mi número, un hermano autoritario, un novio celoso, un primo como el de Zumosol… tenía carrete para rato, quiero decir que para inventar nadie me gana,  y cuatro amigos de Mike que me venían ahora que ni para el pelo.- Te doy el mío y lo usas cuando lo necesites.
Me coge la palma de la mano y me escribe con bolígrafo sus nueve números sin preguntarme si me parecía bien tan extraño lugar teniendo en cuenta que ambos llevábamos una carpeta con hojas y cuadernos en las mochilas. Ya se iba cuando se gira:
-¿Cómo te llamas? Yo soy Macqueen, mis padres son la caña de originales.
-Adelis…
-No te pega nada ese nombre, Selena o Dakota, van más con tu halo.- se subió al autobús y se fue.
Empiezo a pensar que en Madrid no hay nadie cuerdo. Me salto mis dos últimas clases y me voy a casa.
Ya no voy a seguir diciendo que siento unos ojos clavados en mi nuca porque resultaría monótono y aburrido pero por más que me giro no veo a nadie, veo a gente pero no son los mismos, ni nadie disimula cuando lo hago, tampoco parece que me sigan. Incluso me fijo en los conductores y en la ropa de los motoristas para ver si se repiten como un fallo de Matrix, pero no.

Cuando llegaba a la urbanización he visto a Miguel hablar con Zeta que estaba montado en un todoterreno negro. Antes de que pudiese acercarme para saludar, ha salido a toda velocidad pero antes de desaparecer calle abajo me ha parecido escuchar el ladrido de López.
-¡Buenas tardes Miguel!-el hombre esquivaba mi mirada y disimulaba quitando hojas del carril de la puerta con una escoba falta de gracia, sin cerdas y sucia. -¿Se encuentra bien?-esa amabilidad a la que me tiene acostumbrada, choca con su actitud distante.
-Algo cansado pero todo bien.- parece que desea contarme algo pero vuelve a su tarea meticulosa de sacar hasta la última de las hojitas.
-¡Hasta luego! Voy a estudiar un ratito.- no tengo nada que estudiar pero está claro que algo le preocupa y lo tiene que rumiar. Antes de irme me fijo en el nombre bordado en su inmaculado uniforme: Miguel Luperio. Allí estaba el apellido que llevaba dando vueltas horas, intentando recordar donde lo había visto antes. En otro momento hubiese apuntado lo curioso de su apellido pero Miguel estaba agitado.
Cuando llego al recinto central de los edificios, hay un inusual movimiento de gente, en ventanas y portales, incluso caminando por las zonas comunes. Estoy alucinada y me quedo quieta observando el ir y venir de unos y otros, no conozco a nadie pero es sumamente agradable, tengo ganas de gritar: “¡No estoy sola!”, pero temo que como los topos se vuelvan a esconder en sus madrigueras para no salir nunca.
-¿Qué miras tan incrédula?-Beta es sigiloso.
-Los vecinos.- pasada la sorpresa de no sentirme sola con cuatro panolis, caigo en la cuenta que todos son hombres y parecen obedecer sus movimientos a un fin, es como si se prepararan para irse o para algo. Llevan cajas de un lado a otro, recogen maceteas, tumbonas y sombrillas. - ¿No hay mujeres?
-Sí, tú.-dice como si fuera lo más normal vivir en una urbanización donde una sola persona es mujer.
-¿Supongo que no te resulta curioso?- el niega- ¿Por qué llevas gafas un día nublado?
-Como bien sabes, porque lo has recalcado muchas veces, tengo las pupilas dilatadas y la claridad me molesta. Es un día nublado pero con mucha claridad, me pongo gafas polarizadas.- es un tono de burla el que usa que me saca de mis casillas.- ¿Por qué has llegado antes de la facultad?
-¿Hay algún estudio que diga que el aire de Madrid es algo enrarecido y afecta a los hombres volviéndolos lerdos?- Beta me observa sin mover ni un músculo pero percibo que está descolocado.- El chico que me dio la caja con la documentación de la facultad equivocada, ha entablado contacto conmigo y después de media hora de un monólogo suyo y control de mi persona con el poder de su mano.- y le imito levantado la mano y emulando sus mismo gestos.- He decidido venir a casa a tomarme un paracetamol y a mantener mi propio soliloquio con López.- Beta se mueve incomodo.
-Zeta se ha llevado a López al veterinario y pasará tres días en observación.-entonces era cierto que escuché su ladrido, me llamaba, me advertía que se lo llevaban.
-No tenía noticia de tal cosa. ¿Por qué tantos días? ¿Qué le sucede?- una oleada extraña me sube por las piernas camino de la cabeza, ¿será preocupación?
-Está bien. Un control rutinario programado por Mike.- Beta miente muy mal. Presiento que me engaña.
-No son necesarias tantas explicaciones.-Alfa es como la alegría de la huerta. Borde y antipático. Viene acompañado de Orfibia. Todos con gafas de sol. Me molesta que las lleven.- López es de Mike y él sabe lo que es mejor para su perro.
-Creo que este fin de semana voy a practicar puenting con mi nuevo amigo, no lo tenía decidido pero estoy cansada de estar encerrada con vosotros.-digo alejándome, todavía no he descartado la posibilidad de arrojarme cabeza abajo por un puente, que mal suena.
-¿Qué amigo?-pregunta Alfa.
-Son celos lo que escuchan mis oídos.- lo digo para chincharle. Mantiene su pose y su gesto sin expresión y soporta el silencio que a mí se me hace eterno.- Se llama Macqueen, estudia conmigo.
-Interesante.- responde Beta pero noto un ligero movimiento de disgusto en los tres.
No me despido ni ellos lo hacen. Me voy a casa y antes de cerrar la puerta del portal los veo allí plantados observándome. Me cuesta acostumbrarme a vivir con este vecindario tan singular.

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