Beta no abre el pico. Coge la N-VI como si
fuera su propio circuito de carreras y hace rugir los motores de su coche,
supongo que no puedes conducir un Ferrari a la velocidad de un utilitario. Ir
en coche con Beta causa el mismo efecto que caminar a su lado, la gente se
vuelve y lo admira. Me río no por la suerte que tengo sino por la ignorancia de
los hombres que nos deslumbra la fachada.
-¿Tienes prisa?- pregunta.
-¿Me vas a seguir contando cuentos chinos?-
él guarda silencio concentrando la mirada en esquivar los coches.- No, no tengo
prisa.
-Te voy a llevar a un sitio maravilloso. Está
en San Lorenzo de El Escorial, es un mirador que se encuentra en el Monte
Abantos, desde allí se tiene una vista panorámica del monasterio y de algo más.
Me quedé dormida a los pocos minutos, nuestra
conversación calló por parte de Beta en un mutismo que no alteré ni con
amenazas ni al relatarle lo que yo creía que era la verdad de todos ellos, una
panda de tarados dedicados a cosas ilegales. No tengo ni idea, era un órdago
que me salió mal, y no me importa mucho descubrirlo o no, pero si quiero saber
que misterio encierra Mike y mi hermano, y no creo que sea descabellado
averiguar, si mi hermano murió por culpa de ellos.
Una sacudida suave me hizo despertar de mi
siesta sin sueños y como agradecía no tener visiones tortuosas de mí misma
corriendo por montes perseguida por hombres y lobos, mostré una gran sonrisa y
me propuse tener buen talante.
Estábamos en una gran explanada de arena;
mirando por la ventanilla de Beta se alzaba una ladera llena de grandes pinos y
abetos con otras especies que no puedo precisar. Tomamos un camino forestal mal
asfaltado, después de cruzar una valla y emprendimos el ascenso. Quedaba como
mucho una hora de sol pero esto no pareció preocupar a Beta que caminaba
delante de mí.
No podía ya ni con mi alma, la cantidad de
ejercicio que estaba haciendo, entre correr con López y perseguir a estos
tarados y dejarme arrastrar por ellos, mi forma física mejoraba por días. Por
cierto pensando en López, este sitio iba a ser para él un paraíso.
-Tengo que traer a López a este lugar.- dije
parando para mirar por donde habíamos venido y tomar algo de aire. Beta no
mostraba ningún esfuerzo por la ascensión.- ¿queda mucho? Lo digo porque se me
sale el bocio por la boca.
-¡Qué expresión tan desagradable! – fue lo
único que dijo antes de seguir subiendo.
Decir que me llevaba metros de distancia es
poco, llegó un punto que no le veía pero seguí el camino forestal con más
baches del mundo, unos socavones que dificultaban caminar por él y terminaba
andando por el límite con el monte. Subí un repecho que me dio la falsa
esperanza de que hubiera coronado el alto cuando un nuevo ascenso me llevaba
por otra ladera algo más empinada. Resoplé.
-Atraviesa el monte. Toma el camino de tu
mano derecha.-gritó desde la espesura, ya el sol se desaparecía por el
horizonte.
Camino ninguno, era ir sorteando los árboles
y evitar meter la pierna en un agujero de ramas secas y raíces salientes. Pero
me adentré; me sujetaba a los gruesos troncos para ir ascendiendo, me resbalaba
con tanto palo, con las hojas aciculares de los pinos que cubría el suelo
dándole un tono marrón claro a toda la superficie y con las piñas que me hacían
caer cuando las pisaba por error. Estaba cansada de este paseo sin sentido, qué
quería enseñarme. Yo había accedido a ir con él con la esperanza de sonsacarle
algo, que me contara porque tanto secretismo con mi hermano. Y en esto estaba
cuando me di cuenta que estaba sola en mitad del monte, en una penumbra llena
de sombras oscuras y acechantes. Y no puede evitar pensar en mis sueños. Miré a
mí alrededor y me sentí envuelta en mi maraña de pesadillas nocturnas. Y llamé
a Beta pero lo único que me respondió fue el sonido de los búhos que se
despertaban y el silbido del viento entre las ramas más altas de los árboles.
Saqué mi móvil, sin cobertura. Sentí mi corazón latir con fuerza, mi sangre
palpitando en mis venas y la presión en el estómago que me decía: “¡Corre!”.
Corre como todas las noches en tus sueños, corre para salvar la vida para que
no te alcancen tus miedos nocturnos. Y corrí a tontas y a locas, sin saber
dónde ir. Me enredé el pelo en una rama
y tiré con fuerza dejando un mechón colgado como prueba del miedo que me
embargaba. Subí, subí y subí. Cuando tenía el miedo metido en los huesos sentí
una mano que me cogía del brazo y tiraba de mí hacía arriba ayudándome a
ascender cuando mis piernas se negaron a seguir corriendo. Me depositó en un
camino de arena y allí estaba Beta sosteniéndome para no caer. Me gire tan
deprisa como pude para estamparle una bofetada en toda la cara por el mal rato
que acababa de pasar pero su mano detuvo la mía a escasos centímetros.
-¡Hijo de mil padres!- soltó mi mano de
golpe.
-¡Sígueme!
Y cual cordero obedecí. A pocos metros un
gran mirador mostraba una vista impresionante del monasterio de El Escorial,
que yo no conocía. Pero no era tal monumento lo que atrajo mi atención, era el
cielo. Cubierto con multitud de estrellas y una luna cuarto creciente, aunque
al instante Beta corrigió el hilo de mis pensamientos, como si supiera qué
admiraba de aquel impresionante techo.
-Quinto octante. Dentro de nada tendremos
Luna llena, después tendremos que esperar otros veintiocho días para estar en
la plenitud del satélite.- me senté en el muro de piedra que rodea el mirador y
seguí observando en silencio el firmamento mientras recuperaba el aire de mis
pulmones.- La luna está vinculada con la mujer.
-En la caja de cartón que hay en el maletero
de tu coche, hay una leyenda que habla sobre la luna.- hablé sin intención, sin
dejar de mirar a la luna que brillaba entre las miles de estrellas que la
acompañaban.- Hace mucho tiempo vivió un buhonero allá en las praderas
americanas que su único tesoro era una hija de corta edad que tuvo con una
india. Como aquel enlace no estaba bendecido ni por unos ni por otros y la
supervivencia de la niña pendía de un hilo, el buhonero escapó una noche para
poner a buen recaudo a su preciosa hija. Cruzó montañas y valles, atravesó
desiertos y bosques, pero nunca era suficiente distancia. Nunca estaban tan
lejos como para sentirse a salvo. Una noche cansado de azuzar a los caballos y
agotado de los llantos de la niña, montó el campamento cerca de un lago. Hizo
una hoguera y preparó una sopa de verduras y después de dar de comer a su niña
la meció entre sus brazos hasta que ambos se sumergieron en un profundo sueño.
Le despertó un escalofrío y una presencia, pero al abrir los ojos no vio a
nadie. La hoguera se estaba apagando y sobre el lago se veía el reflejo de la
hermosa luna llena. Metió a su hija en un capazo que hizo su madre con pieles
de oso y miró a su alrededor que era lo que tanto le inquietaba. En lo alto de
la montaña vio la sombra de dos animales que corrían sobre sus cuatro patas
entre los árboles. Cogió su rifle y apuntó allí donde las vio la última vez.
Pero lo que creyó que eran animales no era otra cosa que dos jóvenes que les
miraban con interés, tanto como él a ellos. Querían saber cómo había penetrado
por el desfiladero sorteando la gran piedra y los dos árboles en llamas. Él les
dijo que no vio tal cosa que el paso estaba abierto y lo cruzó sin problema y
que si aquellas eran sus tierras él se iría con mucho gusto y sin causar
molestias. Los jóvenes se miraban inquietos y observaron la luna que se mecía
en el lago por el viento suave.
-¿Qué llevas en ese capazo?- dijo uno de los
jóvenes cuyo pelo era negro como la noche y sus ojos el reflejo de la luna.
-Nada de vuestro interés.- respondió el
hombre viendo el peligro que se cernía sobre su hija y él.
-¿Qué nos ocultas?- señaló el otro joven con
el pelo rubio como el trigo y los ojos plateados como el resplandor de la luna.
-Es mi hija que duerme tranquila después de
un día agitado.- los dos muchachos dieron un paso al frente y el hombre levantó
su rifle.
-Te aconsejo que no muestres hostilidad ante
nuestra curiosidad. Tras tus pasos viene un grupo de veinte hombres al que
sacas horas de ventaja. Podemos cerrar el paso y protegerte o abrirlo y
entregarte. Tú decides.
-He aprendido con la edad que todo en este
mundo tiene un precio, ¿Cuál es el vuestro?- los jóvenes miraron hacia el
capazo.- ¡Jamás os la entregaré! Lo mismo buscan esos hombres de mí. La vida de
mi hija no está en juego ni es una moneda con la que se paga mi salvación.
-Tu salvación no nos interesa, es la de ella.
Si has cruzado el paso es porque la luna la ha elegido entre todas las nacidas
en esta era.- habló el joven de pelo negro.
-¿Elegida para qué?
-Nació una noche de luna llena, con el cielo
cubierto de estrellas. La disteis por muerta.- el hombre abrió los ojos
asustados.- Cuando ibais a deshaceros de su pequeño cuerpo, ella abrió los ojos
y os dedicó una sonrisa, no hubo llantos ni quejas ni lamentos. Ella lleva cien
años esperando su regreso y nosotros otros tantos aguardando su llegada. No
saldrás de aquí con ella, porque este es el lugar al que está destinada.
El hombre se dio cuenta que la locura que
rodeaba a su hija era un designio del demonio y no del Dios misericordioso que
no permitiría la destrucción de un ser sin pecado y hermoso. Una criatura que
nunca debió nacer de un amor prohibido. Y ya tomada la decisión de que moriría
bajo su mano y no por la de un extraño, corrió a su encuentro con un puñal que
sacó de su bota de piel; tiró el rifle que al golpear el suelo se disparó en el
aire rebotando la bala en una sartén que colgaba del carromato y perdiéndose su
sonido en un quejido sordo en los bordes del lago. Los jóvenes atraparon al
hombre antes de que alcanzara el capazo y sin intención de hacerlo golpearon su
cabeza contra una piedra saliente, muriendo al instante. Pero ya era tarde.
Junto al lago una mujer de inigualable belleza tenía sobre su regazo el cuerpo
sin vida de la niña, en su pecho asomaba una gran mancha roja. La mujer lloraba
lágrimas plateadas que caían sobre el lago sin reflejo. Los jóvenes aullaron al
comprender la tragedia que se cernía sobre ellos otros cien años más.
-Preciosa.- dijo Beta sin dejar de mirarme.
-¿Qué le sucedió a mi hermano?
-Que murió en un accidente de moto una noche
que la carretera estaba húmeda y su velocidad excesiva. No hay nada que no te
contará Mike de aquel día que no fuera cierto.
-¿Por qué...?- Beta me interrumpió y miró
hacia un extremo del camino. Un gran lobo negro nos observaba fijamente.