He salido hacía atrás del despacho,
protegiendo mi espalda de un posible atacante misterioso y me he dado un buen
leñazo, he tropezado con mi neceser y todo lo larga que soy en mitad de la
entrada he quedado tumbada. Me duele el codo con el que he amortiguado la caída
y la nalga derecha sobre la que he aterrizado. Yo juraría que dejé el neceser
junto a la maleta y mi bolso no estaba al lado de la puerta sino junto a la
mesa hortera de flores. Respiro profundamente y cuento hasta diez, estoy muy
cansada e imagino cosas que no son, debo visualizar una vela. Me tumbo del todo
y proyecto en mitad de mi frente la imagen de una vela de cumpleaños encendida
cuya llama se mueve exageradamente, intento calmar la respiración y enderezar
la llama azul de mi cordura pero es imposible, soy incapaz de recuperar mi
autocontrol. Lo mejor es la ducha y la cama.
Ya incorporada recojo mi maleta, mi neceser y
me bolso, mañana continuaré husmeando por la casa, hoy mis nervios se me están
poniendo de punta y mi imaginación está jugándome una mala pasada haciéndome
sentir cosas que no son. Como esas pisadas sigilosas que escucho tras de mí,
pero sé que no hay nada, vengo de la cocina y estaba vacía y la puerta
principal bien cerrada con su doble giro de llave y su cerrojo con cadena.
Parezco una neurótica, llevo meses viviendo sola y nunca había tenido tal
paranoia. Será el lujo que me rodea al que no estoy acostumbrado y me siento
como pez fuera de su pecera, ¡yo qué sé!
Dejo atrás el salón y su pequeño recibidor,
intenté echar un vistazo antes de buscar una buena cama pero no di con el
maldito interruptor, palpé casi todo la pared a una altura razonable pero no
encontré nada. Lo que sí sentí fue una presencia constante, una mirada fija en
mí y una necesidad de salir corriendo que llegó a la angustia. Hice un esfuerzo
tan grande por no salir como alma que persigue el diablo, que me duelen los gemelos de la presión con
la que mantuve a mis pies fijos al suelo.
En el recibidor que daba al salón había otras
dos puertas, un aseo tan grande como mi baño de Valladolid y una puerta que se
abría a un largo pasillo donde a su vez seis puertas se disponían a ambos lados
en simetría perfecta. Cualquiera de las cuatro habitaciones es una ostentación,
su cama, su mesilla y su sinfonier son muebles de preciosa madera en tonos
rojizos y sus bellas cortinas a juego con la colcha y los almohadones y del
mismo tono de la moqueta. De las cuatro habitaciones, una de ellas tenía un
baño independiente al del pasillo, sobre su cama dejé mis cosas, seguí mirando
y encontré la última de las habitaciones, una pedazo… llamémosla “suite”, me
imagino que es una habitación de un carísimo hotel, porque lo parece. Con un
baño con bañera y ducha independiente, jamás vi cosa igual y una pequeña
estancia solo para el retrete, me he quedado sin palabras al verlo, estoy
acostumbrado a ver tales cosas en las películas pero no me imaginaba que un ser
de carne y hueso tuviera todo esto y menos Mike. La hubiera elegido porque era
impresionante pero sin duda era el cuarto de Mike; en la mesilla, en la coqueta
había fotos de mi hermano, allí donde posases los ojos estaba él con sus ojos
vivarachos y su sonrisa picarona. Le echo de menos, ¿os lo he dicho?
Regresé a mi cuarto y empecé a deshacer la
maleta con la sensación constante de estar vigilada, observada desde el pasillo,
me giraba deprisa y no había nadie, salía al corredor y nadie. He cerrado las
puertas y dejado la luz del pasillo encendida. Me voy a duchar y a tirar en
plancha en la cama. Sigo escuchando
pisadas sigilosas y una respiración profunda, pero no hay nadie, lo he
comprobado tantas veces que me duele la espalda de ir encorvada y con los puños
en alto, como si supiera algo de defensa personal, no tengo ni media guantada.
Algo no está bien, he salido de la ducha
enrollada en una esponjosa toalla y juraría haber dejado el pijama sobre la
cama, pero no estaba. He mirado por todos los sitios y no aparece, al final he
optado por coger uno del cajón de la cómoda y no dar más vueltas al tema. Me he
metido en la cama tan deprisa que se me olvidó apagar la luz del baño, la he
apagado a zapatillazos, dos intentos y en el segundo un éxito rotundo. Ya
tapada y en la cama me doy cuenta que la luz del pasillo está encendida pero me
la rempampinfla, yo no me levanto más.
Llevo tres cuartos de hora girándome en la
cama sin encontrar la posición, la cama es comodísima y las sabanas huelen a
jazmín pero no hay tu tía. Me he levantado a por un libro y recorrido el
pasillo más agarrotada que los días de paseo invernal camino del colegio, y no
de frío precisamente. En el despacho he cogido tres libros al azar y he
regresado a la carrera a la cama. ¡Por Dios! Nunca he tenido tanto miedo, mi
subconsciente está descontrolada, mi ritmo cardiaco está al borde del colapso.
Mando una nueva foto con los libros que van a
acompañarme antes de dormir. Ni he reparado en los títulos hasta que Sara,
lectora empedernida e hija de libreros con varias generaciones en tan ilustre
profesión, me hace una observación curiosa, “Todos son primeras ediciones y son
libros de mucho valor”. Lo notable, y esto no se lo confieso, están todo
garabateados en los márgenes con letras que no entiendo, le pondría a Mike una
cruz y no es fácil que perdone tan gran sacrilegio a mi amiga Sara, y a estas
alturas de mi vida y en mi situación necesito que se lleven bien porque es lo
único que me queda, suponiendo que la letra
sea de Mike, aunque creo que hay más de un ultrajador de primeras
ediciones. Me recuesto con dos almohadones y cojo sin mirar uno de los tres
libros y lo primero que hago es ojearlo por encima.
Bellas ilustraciones al carboncillo es lo
primero que puedo destacar, ¡no me lo puedo creer!, he cogido una versión algo
diferente de “Caperucita Roja y el lobo feroz”. Entiendo la letra de los
márgenes, no todo pero si lo más relevante, el resto son dibujo de símbolos
como cruces o algo parecido.
Empiezo leyendo los escritos, digamos que son
de Mike, sin mirar el texto siquiera, sin prestar atención a la historia que
narra el escritor, solo leo lo que alguien con una bonita y redondeada letra se
ha molestado en señalar como importante, con una explicación coherente que yo
no llego a entender, y me deleito en las ilustraciones. Sí que es cierto que
los dibujos son algo inquietantes, Caperucita Roja es una adolescente
tremendamente hermosa que mira hacia mí con unos ojos algo lascivos, pero esto
es un libro y yo una chica perturbada que se siente vigilada en una casa vacía,
no es de extrañar que hasta me parezca a mí que la tal adolescente me mira
mientras se pasa la lengua por los labios rojos.
Van cayendo las hojas del libro tan deprisa
como los minutos avanzan a la noche cerrada, no he podido evitar leerlo de
carrerilla, he quedado enganchada desde la primera línea y estoy horrorizada al
descubrir que el lobo feroz dio a la hermosa joven la carne y la sangre de su
abuelita descuartizada. Es la versión más gore que jamás haya leído de este cuento
infantil. Si pretendía alcanzar el sueño con la lectura, el efecto ha sido el
contrario. Tengo los ojos como platos y la imaginación más alocada que en las
primeras horas de mi llegada a esta casa.
Hace unos segundos escuché ruido de agua, no
fui a comprobar nada, que se inunde la casa yo de la cama no salgo. Algún
vecino tirando de la cisterna o lavándose los dientes a las tres de la
madrugada, en mi casa eso también sucede, ¿iban a ser mejores las casas de los
ricos? Esto es España y la diferencia es que pagas más por el mismo resultado,
mala insonorización. Estoy más tranquila después de llegar a esta conclusión,
pero sigo desvelada. Vuelvo a abrir el libro y leo los márgenes que he pasado
sin mirar. “El lobo le dice a Caperucita Roja: “Desnúdate y ven a la cama
conmigo””, no puedo por menos que sonreír ante la mente calenturienta que leyó
antes que yo este clásico. Sigue escribiendo:” Por cada pieza, enagua, corpiño
y media, la niña preguntó lo mismo y el
lobo respondió: “Échala al fuego, ya no la necesitarás””. En el margen alguien
escribe que el lobo es un seductor que representa la tentación, incluso lo
prohibido, cuando habla de comer a caperucita se refiere al acto sexual y no a
la necesidad biológica. Según el lector algo lujurioso que escribe en los
márgenes, cuando el lobo le pide a la caperucita de este cuento que se quite la
ropa y la arroje al fuego no es otra cosa que un estriptis. Cierro el libro y
lo colocó sobre mi pecho, y rompo en una sonora carcajada. Tengo que averiguar
si la letra es de Mike, me preocupa esa lujuria.
Con la imagen del lobo seduciendo a la tierna
Caperucita los ojos se van cerrando por el peso, el sueño me alcanza y me
sumerjo de lleno en una niebla donde escucho el murmullo del viento entre los
árboles pero también el aullido de un lobo, un lobo que me llama. Mi sueño es
agitado e inquieto. Corro asustada por la ladera de una montaña, no tengo muy
claro dónde voy pero tampoco de dónde vengo, solo sé que si me paro me dará
alcance y aunque tengo sentimientos encontrados ante tal encuentro, mi cabeza
me dice que no deje de correr hasta que llegue al otro lado del río. Siento las
pisadas tras de mí cada vez más cerca, su aliento roza mi nuca y la distancia
al río, lejos de acortarse parece más lejana todavía. Me fallan las piernas y
he caído varias veces al suelo húmedo. He visto pasar entre las sombras la
imagen de un tremendo lobo negro, grande como un oso con brillantes ojos,
parecían el reflejo de la luna sobre un lago en calma. He intentado ponerme en
pié, pero la tierra me tiene sujeta. Siento su respiración más cerca, ya no
corre, ahora camina despacio hacía mí. He vuelto a verle pero ahora era blanco,
con los ojos plateados. Da más miedo que antes. Cierro los ojos y me concentro
en escuchar su respiración, ¡Dios mío! No oigo ni el murmullo del viento entre
las hojas, ni el sonido de los murciélagos revoloteando entre los árboles, se
ha hecho el silencio más absoluto. Entonces siento su presencia y me giro despacio para ver como una gran
bestia negra se lanza sobre mí y me despierto gritando, empapada en sudor y con
el corazón desbocado.