He corrido por el monte tras la estela que
iba dejando López de polvo y pelos. Remoloneaba olfateando alguna rama o
marcando territorio cada dos árboles y cuando le tenía a tiro, vuelta a escaparse
entre mis dedos. De repente ha dejado el camino de arena para adentrarse entre
matojos y arbustos, y yo a su zaga enganchándome la melena en ramas y hojas. La
distancia entre nosotros aumentaba tanto que he presentido que lo iba a perder
de vista en pocos segundos y a ver como justifico yo a Mike su ausencia cuando
regrese.
Pues
dicho y hecho, he parpadeado y se volatilizó en el aire, ni rastro de él, ni
llamándole desesperada ha regresado. Comencé a andar hacia donde lo vi por
última vez, llamándole a lo loco, pero nada, cuando los minutos aumentaban y no
regresaba me ha entrado los siete males y he iniciado un trote que al instante
ha pasado a ser una carrera desesperada hacía ninguna parte, porque no tenía ni
idea de dónde se había metido el bicho piojoso.
Concentrada en encontrarle iba, que no he
visto el enorme desnivel que tenía delante y he caído de lleno. No puedo creer
que no me haya roto la crisma, siento mi cabeza sobre los hombros aunque mis
ideas rebotan contra las paredes del cerebro. Me he raspado las manos y las
mejillas de la cara, tengo doloridas las
rodillas y un tobillo me duele al posarlo. Me retorcía de dolor en el suelo
cuando la figura imponente de López ha surgido entre la maleza.
-¿Estarás contento con lo que has conseguido?-
ladea la cabeza intentando averiguar porque le culpo de mi torpeza.- Baja aquí ahora mismo y ayúdame. ¿No dicen
que eres tan inteligente?, pues demuéstralo, ¡Sarnoso!
López baja al hoyo conmigo y me huele las
heridas. Lo primero que hace es pasarme su lengua pastosa por ellas. Le empujo
y le sermoneo con una lección de medicina general sobre las bacterias y los
gérmenes, pero a él le importa un bledo lo que le estoy contando, sigue sacando
la lengua como el novio recién adquirido que solo quiere un beso con lengua
hasta la campanilla. Yo le empujo y él dobla su fuerza para lamerme la cara. En
este forcejeo andamos cuando escucho la voz de un hombre sobre mi cabeza. Alzó
los ojos pero el sol me deslumbra, son dos sombras, la de un hombre y lo que
parece una mujer, ambos con atuendo deportivo, muy sacados de la propaganda del
Decathlon, no como yo que parece que he recogido mi indumentaria del contenedor.
-¿Necesita ayuda?-dice él ofreciéndome la
mano para ayudarme a levantar.
-Muchas gracias. Aquí lindo pulgoso que
quiere borrarme las pecas con su enorme lengua.- el tobillo me duele y no puedo
posarlo. López gruñe bajito cuando el hombre me echa el brazo por la cintura y
me ayuda a caminar.- Todo está bien López. Cállate.
-Impresionante perro.- dice ella que mantiene
una distancia de seguridad inútil, pues López salta como las gacelas a pesar de
su envergadura.
-Un perro lobo ibérico.-digo yo como una
entendida en materia de peludos.
-La acompañamos hasta su casa. ¿Por dónde?-
le señalo con la mano el camino que desciende hacía mi casa, que se ve a lo
lejos. López camina mostrando su colmillo derecho y gruñendo muy bajito.
Si no
fuera por los tres hombres del garaje, él que ahora me llevaba en volandas
cogida por la cintura hubiese formado parte de mis sueños esa misma noche. Era
muy guapo y lo sabía, estaba acostumbrado a las miradas de las mujeres y era
consciente de los sudores y calores que provocaba porque cada uno de sus gestos
y movimiento era extremadamente erótico, incluso el tono de su voz era embriagador.
Ella por el contrario es una mujer del montón, de mi estatura y con el pelo
rizado, nada destacable… bueno la mirada inquietante que le dedica cada pocos
segundo a López que camina vigilante detrás de nosotros. No es una mirada de
miedo, es de curiosidad, como si esperase que sucediera algo increíble o que
López hiciera algo fuera de lo normal. Él
se limita a seguirnos y gruñirles cada pocos pasos, manteniendo a los dos corredores
alerta.
Por fin llegamos a la puerta de acceso al
recinto. Me apoyo en la reja, mis dos salvadores se quedan a un metro de la
entrada y miran hacia el interior con curiosidad.
-Creo que a partir de aquí podré seguir yo
sola. Muchísimas gracias.- pero es dar el primer paso y se me dobla la pierna.
Me agarro con fuerza a la reja.- ¡Uff!
-¿Quiere que la acompañe hasta el interior?-
me dice el hombre sin dar un paso. Ambos esperan con los ojos abiertos
desmesuradamente.
-Pues… no creo que pueda llegar al portal.
¿Si pueden avisar al conserje?
-¿Quiere entonces que entremos y avisemos al
conserje?- me dice ella con la cabeza ladeada, como hace López cuando algo le
interesa sobre manera. López ladra y gruñe mostrando todos los dientes.
Sinceramente no le he visto tan enfadado y mira que me ha gruñido veces.
-Me harían el favor…
-Ya nos encargamos nosotros de ayudar a la
señorita.- oigo la voz del garaje. A mi espalda hay cuatro hombres, tres los
conozco de hace escasas horas y el cuarto es un pelirrojo con una sonrisa
crispada.
-Solo queríamos ayudar a la señorita.
Encantado de conocerla, espero volver a verla y que podamos disfrutar de una
conversación algo más larga y menos dolorosa para usted.- el hombre se gira y
coge a la mujer del brazo y ambos salen al trote por donde hemos venido.
-¿Qué la ha sucedido?- pregunta el rubio de
ojos azules.
-Me caí en una zanja persiguiendo a lindo
pulgoso.- López me gruñe y pasa por mi lado restregándose el lomo, dejando sus
largos pelos en mi pantalón de chándal oscuro.
-Adelis, ¿es usted propensa a los
accidentes?-me interroga el que creo que es el jefe del cotarro, está un paso
por delante y lleva la voz cantante.
-¡Mmmm! Bueno digamos que tengo una
estabilidad algo precaria pero aquí mi amigo no ayuda en nada.- escucho su
gruñido mientras se pierde camino del portal.
-Vamos a llevarla a un amigo nuestro que obra
milagros con este tipo de lesiones.- me coge en brazos como si fuera una pluma,
no es que esté gorda pero no hay esfuerzo al levantarme del suelo en su rostro,
tensa los músculos de sus brazos y una fina vena que se marca en su cuello pero
luego todo desaparece.- Beta, ve tras ellos y dales las gracias por socorrer a
Adelis, hemos sido algo fríos con ellos y no podemos ser descorteses con los
amigos…
-No les conocía de nada, no son amigos míos.-
supongo que se ha pensado que somos conocidos o algo por el estilo. Me mira sin
comprender mis palabras, con una expresión fría y distante.
-Zeta acompáñale, ¿no tenías ganas de quemar
adrenalina?,… pues ya tienes tu oportunidad.-ambos hombres salen a la carrera
monte arriba.
Ahora ya conozco el nombre de dos de ellos.
Beta es el rubio de ojos azules y Zeta es el pelirrojo. Parece que me lee el
pensamiento porque inmediatamente después de anotar sus nombres en mi cerebro
para que no se me olvide, añade.
-Soy Alfa y él es Gamma.- Gamma es el otro
moreno que se preocupo al verme tirada en el suelo del garaje. Son muy
parecidos en cuanta complexión pero no hay rasgos en ellos que les relaciones
como hermanos. Gamma es como dije antes un hombre muy atractivo, la lástima es
una cicatriz que cruza su cara por el ojo derecho, es una fina línea que no
dejo de mirar, aquello tuvo que doler mucho.
Hubiera sido un momento estupendo para
hacerme un selfie con los dos tíos buenos que me custodiaban, y mandársela a
mis amigas para que chicharan de envidia, pero no me atreví ni a proponérselo.
Bajamos por el camino que lleva a la piscina
y giramos a la izquierda, cuatro peldaños más abajo se abría un espacio con una
gran puerta de cristal. Gamma sujetó la puerta mientras Alfa pasaba conmigo en
brazos. Era una gran sala, un gimnasio con todo lo necesario para cultivar un
cuerpo como los suyos. Nos dirigimos al fondo. Junto a los vestuarios se leía
“Fisioterapeuta”. Allí sobre la camilla me dejaban en compañía de un muchacho
escuálido que se untaba las manos con un aceite que olía a linimento. Medía hora después me terminaba de vendar mi
tobillo del que no tenía ni el más ligero de los dolores. Se lo agradecí y salí
de allí con una ligera cojera. Fuera esperaban los cuatro hombres discutiendo
entre ellos. En cuanto me vieron se separaron y observaron mi pié.
-Obra milagros.- apuntó Beta al verme caminar
con tanta soltura. Sobre la ceja tenía una pequeña herida, un arañazo me
pareció ver, porque en cuanto se dio cuenta que le miraba interesada dejo caer
su flequillo ocultándolo.
-La acompañamos.- Alfa extendió la mano
abriéndome el camino.
Y de una forma tan sencilla acabo de conocer
a mis vecinos. Alfa vive justo debajo de mí, Beta sobre mi cabeza, comparto
planta con Zeta y Gamma ocupa el último piso. Estoy rodeada. Lo que no tengo
muy seguro es si voy a despertar las
envidias de mis amigas o los miedos más profundos de mi ser, porque cada vez
que se acercan los pelos se me ponen como escarpias y siento esa vocecilla en
mi cabeza que grita: “¡Corre!”