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Capítulo 6




He corrido por el monte tras la estela que iba dejando López de polvo y pelos. Remoloneaba olfateando alguna rama o marcando territorio cada dos árboles y cuando le tenía a tiro, vuelta a escaparse entre mis dedos. De repente ha dejado el camino de arena para adentrarse entre matojos y arbustos, y yo a su zaga enganchándome la melena en ramas y hojas. La distancia entre nosotros aumentaba tanto que he presentido que lo iba a perder de vista en pocos segundos y a ver como justifico yo a Mike su ausencia cuando regrese.
 Pues dicho y hecho, he parpadeado y se volatilizó en el aire, ni rastro de él, ni llamándole desesperada ha regresado. Comencé a andar hacia donde lo vi por última vez, llamándole a lo loco, pero nada, cuando los minutos aumentaban y no regresaba me ha entrado los siete males y he iniciado un trote que al instante ha pasado a ser una carrera desesperada hacía ninguna parte, porque no tenía ni idea de dónde se había metido el bicho piojoso.
Concentrada en encontrarle iba, que no he visto el enorme desnivel que tenía delante y he caído de lleno. No puedo creer que no me haya roto la crisma, siento mi cabeza sobre los hombros aunque mis ideas rebotan contra las paredes del cerebro. Me he raspado las manos y las mejillas de la  cara, tengo doloridas las rodillas y un tobillo me duele al posarlo. Me retorcía de dolor en el suelo cuando la figura imponente de López ha surgido entre la maleza.
-¿Estarás contento con lo que has conseguido?- ladea la cabeza intentando averiguar porque le culpo de mi torpeza.-  Baja aquí ahora mismo y ayúdame. ¿No dicen que eres tan inteligente?, pues demuéstralo, ¡Sarnoso!
López baja al hoyo conmigo y me huele las heridas. Lo primero que hace es pasarme su lengua pastosa por ellas. Le empujo y le sermoneo con una lección de medicina general sobre las bacterias y los gérmenes, pero a él le importa un bledo lo que le estoy contando, sigue sacando la lengua como el novio recién adquirido que solo quiere un beso con lengua hasta la campanilla. Yo le empujo y él dobla su fuerza para lamerme la cara. En este forcejeo andamos cuando escucho la voz de un hombre sobre mi cabeza. Alzó los ojos pero el sol me deslumbra, son dos sombras, la de un hombre y lo que parece una mujer, ambos con atuendo deportivo, muy sacados de la propaganda del Decathlon, no como yo que parece que he recogido mi indumentaria del contenedor.
-¿Necesita ayuda?-dice él ofreciéndome la mano para ayudarme a levantar.
-Muchas gracias. Aquí lindo pulgoso que quiere borrarme las pecas con su enorme lengua.- el tobillo me duele y no puedo posarlo. López gruñe bajito cuando el hombre me echa el brazo por la cintura y me ayuda a caminar.- Todo está bien López. Cállate.
-Impresionante perro.- dice ella que mantiene una distancia de seguridad inútil, pues López salta como las gacelas a pesar de su envergadura. 
-Un perro lobo ibérico.-digo yo como una entendida en materia de peludos.
-La acompañamos hasta su casa. ¿Por dónde?- le señalo con la mano el camino que desciende hacía mi casa, que se ve a lo lejos. López camina mostrando su colmillo derecho y gruñendo muy bajito.
 Si no fuera por los tres hombres del garaje, él que ahora me llevaba en volandas cogida por la cintura hubiese formado parte de mis sueños esa misma noche. Era muy guapo y lo sabía, estaba acostumbrado a las miradas de las mujeres y era consciente de los sudores y calores que provocaba porque cada uno de sus gestos y movimiento era extremadamente erótico, incluso el tono de su voz era embriagador. Ella por el contrario es una mujer del montón, de mi estatura y con el pelo rizado, nada destacable… bueno la mirada inquietante que le dedica cada pocos segundo a López que camina vigilante detrás de nosotros. No es una mirada de miedo, es de curiosidad, como si esperase que sucediera algo increíble o que López hiciera algo fuera de lo normal.  Él se limita a seguirnos y gruñirles cada pocos pasos, manteniendo a los dos corredores alerta.
Por fin llegamos a la puerta de acceso al recinto. Me apoyo en la reja, mis dos salvadores se quedan a un metro de la entrada y miran hacia el interior con curiosidad.
-Creo que a partir de aquí podré seguir yo sola. Muchísimas gracias.- pero es dar el primer paso y se me dobla la pierna. Me agarro con fuerza a la reja.- ¡Uff!
-¿Quiere que la acompañe hasta el interior?- me dice el hombre sin dar un paso. Ambos esperan con los ojos abiertos desmesuradamente.
-Pues… no creo que pueda llegar al portal. ¿Si pueden avisar al conserje?
-¿Quiere entonces que entremos y avisemos al conserje?- me dice ella con la cabeza ladeada, como hace López cuando algo le interesa sobre manera. López ladra y gruñe mostrando todos los dientes. Sinceramente no le he visto tan enfadado y mira que me ha gruñido veces.
-Me harían el favor…
-Ya nos encargamos nosotros de ayudar a la señorita.- oigo la voz del garaje. A mi espalda hay cuatro hombres, tres los conozco de hace escasas horas y el cuarto es un pelirrojo con una sonrisa crispada.
-Solo queríamos ayudar a la señorita. Encantado de conocerla, espero volver a verla y que podamos disfrutar de una conversación algo más larga y menos dolorosa para usted.- el hombre se gira y coge a la mujer del brazo y ambos salen al trote por donde hemos venido.
-¿Qué la ha sucedido?- pregunta el rubio de ojos azules.
-Me caí en una zanja persiguiendo a lindo pulgoso.- López me gruñe y pasa por mi lado restregándose el lomo, dejando sus largos pelos en mi pantalón de chándal oscuro.
-Adelis, ¿es usted propensa a los accidentes?-me interroga el que creo que es el jefe del cotarro, está un paso por delante y lleva la voz cantante.
-¡Mmmm! Bueno digamos que tengo una estabilidad algo precaria pero aquí mi amigo no ayuda en nada.- escucho su gruñido mientras se pierde camino del portal.
-Vamos a llevarla a un amigo nuestro que obra milagros con este tipo de lesiones.- me coge en brazos como si fuera una pluma, no es que esté gorda pero no hay esfuerzo al levantarme del suelo en su rostro, tensa los músculos de sus brazos y una fina vena que se marca en su cuello pero luego todo desaparece.- Beta, ve tras ellos y dales las gracias por socorrer a Adelis, hemos sido algo fríos con ellos y no podemos ser descorteses con los amigos…
-No les conocía de nada, no son amigos míos.- supongo que se ha pensado que somos conocidos o algo por el estilo. Me mira sin comprender mis palabras, con una expresión fría y distante.
-Zeta acompáñale, ¿no tenías ganas de quemar adrenalina?,… pues ya tienes tu oportunidad.-ambos hombres salen a la carrera monte arriba.
Ahora ya conozco el nombre de dos de ellos. Beta es el rubio de ojos azules y Zeta es el pelirrojo. Parece que me lee el pensamiento porque inmediatamente después de anotar sus nombres en mi cerebro para que no se me olvide, añade.
-Soy Alfa y él es Gamma.- Gamma es el otro moreno que se preocupo al verme tirada en el suelo del garaje. Son muy parecidos en cuanta complexión pero no hay rasgos en ellos que les relaciones como hermanos. Gamma es como dije antes un hombre muy atractivo, la lástima es una cicatriz que cruza su cara por el ojo derecho, es una fina línea que no dejo de mirar, aquello tuvo que doler mucho.
Hubiera sido un momento estupendo para hacerme un selfie con los dos tíos buenos que me custodiaban, y mandársela a mis amigas para que chicharan de envidia, pero no me atreví ni a proponérselo.
Bajamos por el camino que lleva a la piscina y giramos a la izquierda, cuatro peldaños más abajo se abría un espacio con una gran puerta de cristal. Gamma sujetó la puerta mientras Alfa pasaba conmigo en brazos. Era una gran sala, un gimnasio con todo lo necesario para cultivar un cuerpo como los suyos. Nos dirigimos al fondo. Junto a los vestuarios se leía “Fisioterapeuta”. Allí sobre la camilla me dejaban en compañía de un muchacho escuálido que se untaba las manos con un aceite que olía a linimento.  Medía hora después me terminaba de vendar mi tobillo del que no tenía ni el más ligero de los dolores. Se lo agradecí y salí de allí con una ligera cojera. Fuera esperaban los cuatro hombres discutiendo entre ellos. En cuanto me vieron se separaron y observaron mi pié.
-Obra milagros.- apuntó Beta al verme caminar con tanta soltura. Sobre la ceja tenía una pequeña herida, un arañazo me pareció ver, porque en cuanto se dio cuenta que le miraba interesada dejo caer su flequillo ocultándolo.
-La acompañamos.- Alfa extendió la mano abriéndome el camino.
Y de una forma tan sencilla acabo de conocer a mis vecinos. Alfa vive justo debajo de mí, Beta sobre mi cabeza, comparto planta con Zeta y Gamma ocupa el último piso. Estoy rodeada. Lo que no tengo muy seguro es si voy a  despertar las envidias de mis amigas o los miedos más profundos de mi ser, porque cada vez que se acercan los pelos se me ponen como escarpias y siento esa vocecilla en mi cabeza que grita: “¡Corre!”

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