He terminado mis clases, entregado mi trabajo
que no tiene nada que ver con el contenido de la caja, pues no tenía sentido
que escribiera un texto basado en el folclore del hombre lobo. En otro momento
puede ser que sí, pero para presentarme, pues no. He usado un trabajo del año
pasado que me valió para sacar un poco merecido “bien”, para mí era impecable
de notable alto o más. Y ahora ando metida en una empresa imposible, buscar al
dueño de esta caja que llevo todo el día cargando, aquel que se fue a por un
bocadillo y nunca más se supo. Que similitud con la historia de mi padre que se
fue a por tabaco y lleva veintidós años buscando un estanco. La intenté
entregar en archivos pero la archivera grosera de ayer me dijo que ese material
no era de la facultad. Me recordaba a mí dando por saco a la hora de su comida
pero no recuerda al borde que me empujaba para acceder a archivos y deshacerse
de aquel bulto con fecha límite.
Cargo con la caja camino a casa. Era como
buscar una aguja en un pajar, y siendo sincera quiero seguir echando un vistazo
a lo que contiene. Una chica se acerca y me tiende una publicidad sobre una
fiesta en un local de moda de los bajos de Moncloa, según ella pasará a la
historia y no puedo perdérmela. No me parece un mal plan, mis amigas no llegarán
hasta el lunes, deben asistir a la fiesta de mi vieja facultad. Suspiro porque
en el fondo mi pasada vida la añoro, la nueva es demasiada montaña rusa.
Y como ando en Babia me he subido al autobús
equivocado y he terminado en la Calle de la Princesa y de milagro que levanté
la mirada de los papeles de la caja que me tienen los sesos absortos. He tocado
la campaña y bajado casi en marcha, pero ya no tenía ni idea de donde
estaba. He intentado volver por mis
pasos pero no sabía por dónde se encontraban. Lo más lógico era encontrar una
boca del metro. Estaba en la entrada del metro de Ventura Rodríguez cuando he
visto a Alfa caminar con Beta por la acera de enfrente y he cruzado por el
complicado tráfico con mi caja de cartón, que ganas me han dado de tirarla en
un contenedor que he visto en la esquina. Han bajado por la calle de Luisa
Fernanda y yo tras ellos, no tenía interés de ver donde iban, la finalidad era
que uno de los dos se tirase el rollo y me llevase a casa, con mi puñetera caja
de cartón. Les he visto desaparecer en la esquina de Martín de los Heros y
aunque he apretado el paso cuando he girado no había rastro de ninguno de los
dos. He pataleado sobre la acera, ahora sí que estaba jorobada, me había
perdido de todas, todas. Me oriento pesimamente y todas las calles me parecen
la misma. He continuado andando con la esperanza de que estuviesen en algún
local o un golpe de buena suerte me iluminase.
La calle se corta con Ventura Rodríguez y me
paro, es inútil seguir andando sin saber dónde voy. Dejo la caja en el suelo y
extraigo mi móvil del bolsillo de mi cazadora, buscó el número de Alfa. Me lo
dio por si volvía a ver al hombre del monte, no para usarlo cada vez que me
pierda por Madrid. Soy capaz de regresar a casa, Dorothy lo consiguió y estaba
en el maldito mundo de Oz, yo también.
Iba a regresar cuando veo a dos tíos mal
encarados bajando cuatro escalones que llevan a una puerta de madera con
oscuros cristales. Por fuera parece un pub pero no hay cartel que informe lo
que se vende, qué se ofrecerá en tan oscuro local. Seguidamente pasan rozándome
la manga de mi cazadora otros dos hombres de los que solo alcanzo a ver su
abrigo negro y sus botas militares, como las que muestra Beta a diario, las usa
para correr incluso para ir a trabajar. Espero unos segundos, miro a un lado y
a otro por si alguien más se decide a bajar pero como nadie viene por la calle,
me lanzo en el descenso de los escalones con el corazón encogido por la
excitación. No puedo explicarme esa tendencia suicida a meter las narices donde
nadie me llama. Empujo con suavidad la puerta y antes de meter mi cabeza
observo si alguien me grita para que me vaya, pero no hay nadie, es un
recibidor mal iluminado. Entro y dejo la caja de cartón en un rincón. Otra
puerta como la primera, la cruzo sin pensar en los riesgos que puedo hallar al
otro lado, es la adrenalina la que mueve mi cuerpo, me siento eufórica y dejo
la cordura junto a mi caja, porque en vista del fracaso de mi búsqueda de su
auténtico propietario, esa caja lleva mi nombre.
Es un pub con paredes revestida de madera que
conoció tiempos mejores. La barra es una mezcla de madera y cuero rojo. Hay
reservados pero todo está vacío, se escuchan voces tras una especie de
escenario con grandes cortinas de terciopelo rojo. Ya no me siento tan segura,
ni capaz. Empiezo a desinflarme y me pregunto qué puñetas estoy haciendo yo
allí. Pero la voz de Alfa destaca entre el follón, es una discusión acalorada
lo que me pareció una conversación entre colegas. Voy a ser como el gato que
murió por su curiosidad pero lo hizo sabio.
Discuten sobre los cambios que se están
produciendo, sobre el peligro que se cierne sobre ellos si no se preparan, que
están perdiendo la vista sobre el objetivo a conseguir… ¿la luna?, juraría que
han dicho “luna” pero tampoco estoy muy segura. Alfa intenta calmar las voces
que se alzan, algunos están seguros que el cambio está aquí y otros dicen que
es un señuelo puesto para destruirles. ¡Guau! No entiendo nada pero se acaloran
peligrosamente. La cortina se mueve y me intento esconder pero exceptuando los
reservados la sala es diáfana. ¡¿Qué hago?! Corro a uno de ellos y justo a
tiempo me meto bajo la mesa. Dos hombres salen empujándose y agarrándose con
violencia por el cuello de sus camisas, se golpean con las piernas y chocan las
cabezas. Alfa media para separarles alzando la voz pero ninguno presta
atención, están enfrascados en una disputa de puñetazos y patadas. Con uno solo
de esos golpes, yo iría camino del hospital con una conmoción cerebral y ellos
reciben y dan sin mostrar dolor alguno. Beta es el que pone fin a la pelea
golpeando con el canto de la mano, la nuez de los dos hombres que tosen
exageradamente, pero ninguno levanta su puño contra él, miran a Alfa que se
acerca.
-¡Fuera! se terminó la reunión.- Beta parece
contrariado ante la disolución de la reunión de una forma tan precipitada. Pero
todos cogen sus chaquetas y abrigos de un perchero de la entrada y salen
dejándome sola con ellos dos.- La curiosidad es una tentación que nos lleva a
hacer cosas de las que no conocemos sus consecuencias.
-¿Cómo dices?- pregunta Beta que no comprende
nada, pero Alfa levanta su dedo índice y me señala.
-¡Joder! Si la llegan a ver… ¡joder!- repite
nervioso Beta que se golpea la cabeza y se frota el pelo.
-Me he perdido y… os he visto y me he dicho,
para qué voy a coger un taxi si puedo ir de gorra en su Ferrari.- me imaginaba
la escena desde fuera, yo saliendo de debajo de la mesa del reservado después
de espiar tras una cortina. Patética. - ¿Me acerca alguno?
-No sé que más pruebas necesitan…-Alfa
levanta la mano y le hace callar.
-Siéntate.- yo obedezco, no estoy para enfrentarme
con Alfa que me dilapida con la mirada. La puerta se abre y entra uno de los
hombres que estaba enzarzado en la pelea. Todo nos miramos y yo pongo cara de
póquer.
-¿Es ella?- se acerca y pregunta a Alfa que
afirma ligeramente.- ¿Eres su hermana?
-¿La hermana de quién?- le echo unos
cincuenta años, fue o era boxeador porque tiene la nariz partida y la cara
llena de cicatrices; sé lo que es un boxeador porque estuve yendo unos quince
días al gimnasio de uno de ellos que daba clases de autodefensa, no me
sirvieron de nada, tiré la toalla con el primer mal golpe que recibí de una
guarra que intentaba llamar la atención del profesor.
-¿Mike está seguro?- interroga a Alfa sin
dejar de mirarme.
-¿Qué si Mike está seguro que soy la hermana
de mi hermano?- yo tenía otro concepto diferente de aquella gente, era un grupo
de tarados alelados.- Sin ninguna duda.
El hombre parece satisfecho, coge de un
taburete que está en la barra una cazadora de cuero y se la pone sin dejar de
mirarme.
-Me la imaginaba diferente. Más atractiva,
más espectacular.- petrificada me quedo, ni tiempo a responder me da el hombre que sale silbando del local
dejándome patidifusa.
-¡Será gilipollas! Se creerá un adonis el
vejestorio. –Beta rompe en una carcajada sonora pero Alfa le mira con disgusto.-
¿Qué mierda os traéis con mi hermano?
-Llévala a casa y asegúrate que no siga
fisgoneando detrás de las puertas ni ventanas.- Alfa se mete por detrás de la
barra y desaparece tras una puerta.