López entró en el salón con la lengua ladeada
y la respiración entrecortada. Sin levantar la vista de mi nueva lectura
inquietante como la anterior, proferí a regañar a Zeta por su falta de rigor en
el cuidado de mi pulgoso.
-¡Reposo! ¿Qué no entiendes de la palabra
reposo?- la figura permanecía ante mí observando en silencio mi despliegue de
material. Levanté los ojos para cruzarme con la mirada suspicaz de Alfa. Sus
ojos eran cautivadores y atrayentes, ahora eran grises, diría yo.
-¿Quién te proporcionó estos papelotes?
-¡¡Uff!! No tengo ni idea. ¿Cuál era tu
verdadero nombre?-levantó una ceja y me clavó sus ojos distantes.
-Alfa.-fruncí el ceño enfurruñada por
contradecirme, pero más divertida que con acritud.- Adolfo. ¿Qué estabas
leyendo tan interesada?
-¿Sabes por qué aúllan los lobos a la luna?-
Alfa negó con la cabeza mientras tomaba asiento.- Cuentan que una vez la luna
bajó a la tierra y quedó enredada en un zarza. Un lobo la ayudó a liberarse y
la luna quedó prendada de su belleza. Como su unión era totalmente imposible
para no olvidarse de él, la luna le robó su sombra. El lobo aúlla cada noche
para que se la regrese.
-Los lobos no aúllan a la luna, lo hacen para
reunir la manada, para encontrar pareja, para marcar territorio, dar una señal
de alarma, ahuyentar a un enemigo o avisar de una posición. También aúllan
cuando se despiertan por la mañana como el bostezo humano. El aullido se
escucha a varios kilómetros de distancia y es mucho más que un sonido, es un
estado de ánimo. Da igual la fase de la luna, si un lobo tiene que comunicarse
lo hará en luna llena, o nueva.
-Gracias por quitar el romanticismo al
momento.- guardé los papeles en el archivador y me recliné para observarle.-
¿Para qué has venido?
-Quiero que cuando aparezca ese tipo
nuevamente por la facultad, me avises.-entonces caí en la cuenta ¿cómo tenía
Zeta mi número de teléfono? Chasqueé la lengua fastidiada.- Mike nos dio tu
número. Memoriza el mío, por favor.
-¿Es peligroso?
-No. Simplemente es corto de entendederas.-se
levantó y colocó con cuidado la silla.- Hoy dormirá Zeta aquí.
-No necesito perrito faldero. López…
-¿Qué no entiendes de la palabra “Reposo”?
-¡Touché! No creo que regrese. Bajaré todas
las persianas y comprobaré que las ventanas están bien cerradas. Puedo
defenderme yo solita.
-No pienso discutir.- me desquiciaba a la vez
que me atraía su seguridad y su prepotencia pero no se lo iba a confesar aunque
me torturase. Tenía un movimiento de culo muy sexy y me quedé embobada
mirándolo.
-¿Eres el presidente de la
comunidad?-pregunté para dilatar el tiempo.
-No, es Beta. ¿Algún problema?-no era así, no
me hacía tanta gracia como cuando veía la escenografía en mi cabeza. Se hizo un
silencio plomizo entre nosotros.
-Sinceramente era más divertida esta
conversación cuando la recreaba aquí dentro.- le señalé mi cabeza. Él encogió
los hombros y se fue.
Una hora más tarde hizo acto de presencia
Zeta. Entró sin llamar como empieza a ser habitual en esta casa y se trajo
consigo su Play Station 4 y una pequeña bolsa de deporte con un pijama y un
raido neceser, como él mismo me relató cuando miraba curiosa su bolsa. Instaló
el aparato en la televisión del salón sin preguntarme si estaba o no de acuerdo,
y entró en una especie de trance al conectarse al juego. Terminé de cenar,
recogí mi plato y mis cubiertos, y decidí sentarme a su lado para matar el
tiempo antes de irme a la cama con otro fajo de folios.
-Pienso que lees demasiado y eso que llevas
en las manos son bobadas que inventan para llenar las butacas de los cines y
las cajas de las librerías.- lo decía un tío que no parpadeaba mientras movía
los dedos a la velocidad del rayo sobre
su mando inalámbrico matando zombis.
-¿No tiene sonido tu juego?
-No lo necesito. Me distrae.
Mi móvil vibra y se le ilumina en tonos
verdes. Miró la pantalla y veo que es una solicitud de amistad en el facebook.
Con un ojo en la maestría de Zeta para matar zombis y con otro en mi móvil voy
desplegando pantallas hasta que leo quien es ese amigo secreto. El corazón se
pará, la sangre baja tan deprisa como el ascensor sin frenos camino del
inframundo. Mi móvil vuelve a vibrar, el mismo mensaje en Instagram,
seguidamente el Twitter me informa que tengo un nuevo seguidor y el aparato se
desliza de mis manos camino del suelo pero Zeta evita que llegue a rozarlo
siquiera. Observa la pantalla con interés.
-¿Quién es?-pregunta como quién no quiere la
cosa.
-Tengo dos versiones, la que me cuento a mi
misma y la que cuento a todos los demás,
¿Cuál prefieres?
-La tuya y ya sacaré yo mis propias
conclusiones.
-Un chico de mi antigua faculta que confundió
la educación con otra cosa y no entendió un “no” como respuesta. Una noche
cuando regresaba a casa después de meses de hostigarme…- dudé en continuar pero
Zeta había dejado a un lado su mando inalámbrico y me observaba con esos ojos
con grandes pupilas.- No puedo asegurar que fuera él pero me atacaron e
intentaron… bueno… no estoy segura… me arrastraba hacía un portal oscuro y
apretaba mi cuello con tanta fuerza que no podía respirar. Un hombre escuchó el
forcejeo y mis gritos y salió a socorrerme. Fin.
-¿Cómo tiene tu cuenta de facebook, Instagram
y del Twitter?
-No tiene mi número de teléfono y dudo mucho
que alguien se lo haya proporcionado. Le abrieron un expediente y le expulsaron
de la facultad durante dos semanas por cubrir las paredes y los tablones con imágenes
mías. Nadie le daría mi teléfono, saben que está obsesionado. –me frotaba las manos nerviosa.
-Tendrá tu correo.- me quedé pensando.
-Sí, puede que sí. Al principio era un tipo
majo y nos pasábamos los apuntes los unos a los otros. Yo no recuerdo dárselo
pero no me extrañaría nada que lo consiguiese de otras personas.- tendría que
cambiar de correo.- El móvil nunca se lo di a nadie, fuera de mi círculo
íntimo.- el silencio era una constante con los amigos de Mike, eso y las
miradas que taladran el alma.- Si no te importa me voy a la cama.
-Duerme bien.- lo último que vi fue como se
recostaba en el sillón y sacaba su móvil del bolsillo.
Mi sueño agitado era diferente a todos los
anteriores. Ya no era un bosque por el que corría, era una calle desierta y
oscura, con una luz parpadeante de unas farolas que amenazaban en sumirme en la
más absoluta oscuridad. Caía una fina lluvia que dificultaba a un más mi visión
pero era consciente de las sombras que intentaban alcanzarme, lobos sin sus
cuerpos tangibles, lobos cautivos de la noche. Las veía entre los coches y
correr en zic-zac por medio de una calle adoquinada. Estaba agotada. A lo lejos
se dibujó la silueta de un hombre y lo convertí en mi salvador, necesitaba su
protección para que ahuyentase las sombras. Unos metros para alcanzarle y
sentirme segura, entonces extiende las manos con los dedos totalmente abiertos
y los lobos sin cuerpo me adelantan atraídas por esos largos y delgados dedos,
y desaparecen por sus falanges camino de sus brazos, convirtiéndose en hermosos
tatuajes. Intentó frenar y pensar en lo que acabo de ver pero el suelo húmedo
me resbala hacia un hombre oscuro sin rostro que abre la boca y me engulle. Y
entonces siento el dolor del cautiverio, del animal que corría libre por los
bosques y ahora es preso del hombre que infringe dolor cuando no cumple con su
orden, y escucho el aullido de todos ellos desde el alma y me doblo sobre la
cintura y grito.