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Capítulo 18




López entró en el salón con la lengua ladeada y la respiración entrecortada. Sin levantar la vista de mi nueva lectura inquietante como la anterior, proferí a regañar a Zeta por su falta de rigor en el cuidado de mi pulgoso.
-¡Reposo! ¿Qué no entiendes de la palabra reposo?- la figura permanecía ante mí observando en silencio mi despliegue de material. Levanté los ojos para cruzarme con la mirada suspicaz de Alfa. Sus ojos eran cautivadores y atrayentes, ahora eran grises, diría yo.
-¿Quién te proporcionó estos papelotes?
-¡¡Uff!! No tengo ni idea. ¿Cuál era tu verdadero nombre?-levantó una ceja y me clavó sus ojos distantes.
-Alfa.-fruncí el ceño enfurruñada por contradecirme, pero más divertida que con acritud.- Adolfo. ¿Qué estabas leyendo tan interesada?
-¿Sabes por qué aúllan los lobos a la luna?- Alfa negó con la cabeza mientras tomaba asiento.- Cuentan que una vez la luna bajó a la tierra y quedó enredada en un zarza. Un lobo la ayudó a liberarse y la luna quedó prendada de su belleza. Como su unión era totalmente imposible para no olvidarse de él, la luna le robó su sombra. El lobo aúlla cada noche para que se la regrese.
-Los lobos no aúllan a la luna, lo hacen para reunir la manada, para encontrar pareja, para marcar territorio, dar una señal de alarma, ahuyentar a un enemigo o avisar de una posición. También aúllan cuando se despiertan por la mañana como el bostezo humano. El aullido se escucha a varios kilómetros de distancia y es mucho más que un sonido, es un estado de ánimo. Da igual la fase de la luna, si un lobo tiene que comunicarse lo hará en luna llena, o nueva.
-Gracias por quitar el romanticismo al momento.- guardé los papeles en el archivador y me recliné para observarle.- ¿Para qué has venido?
-Quiero que cuando aparezca ese tipo nuevamente por la facultad, me avises.-entonces caí en la cuenta ¿cómo tenía Zeta mi número de teléfono? Chasqueé la lengua fastidiada.- Mike nos dio tu número. Memoriza el mío, por favor.
-¿Es peligroso?
-No. Simplemente es corto de entendederas.-se levantó y colocó con cuidado la silla.- Hoy dormirá Zeta aquí.
-No necesito perrito faldero. López…
-¿Qué no entiendes de la palabra “Reposo”?
-¡Touché! No creo que regrese. Bajaré todas las persianas y comprobaré que las ventanas están bien cerradas. Puedo defenderme yo solita.
-No pienso discutir.- me desquiciaba a la vez que me atraía su seguridad y su prepotencia pero no se lo iba a confesar aunque me torturase. Tenía un movimiento de culo muy sexy y me quedé embobada mirándolo.
-¿Eres el presidente de la comunidad?-pregunté para dilatar el tiempo.
-No, es Beta. ¿Algún problema?-no era así, no me hacía tanta gracia como cuando veía la escenografía en mi cabeza. Se hizo un silencio plomizo entre nosotros.
-Sinceramente era más divertida esta conversación cuando la recreaba aquí dentro.- le señalé mi cabeza. Él encogió los hombros y se fue.
Una hora más tarde hizo acto de presencia Zeta. Entró sin llamar como empieza a ser habitual en esta casa y se trajo consigo su Play Station 4 y una pequeña bolsa de deporte con un pijama y un raido neceser, como él mismo me relató cuando miraba curiosa su bolsa. Instaló el aparato en la televisión del salón sin preguntarme si estaba o no de acuerdo, y entró en una especie de trance al conectarse al juego. Terminé de cenar, recogí mi plato y mis cubiertos, y decidí sentarme a su lado para matar el tiempo antes de irme a la cama con otro fajo de folios.
-Pienso que lees demasiado y eso que llevas en las manos son bobadas que inventan para llenar las butacas de los cines y las cajas de las librerías.- lo decía un tío que no parpadeaba mientras movía los  dedos a la velocidad del rayo sobre su mando inalámbrico matando zombis.
-¿No tiene sonido tu juego?
-No lo necesito. Me distrae.
Mi móvil vibra y se le ilumina en tonos verdes. Miró la pantalla y veo que es una solicitud de amistad en el facebook. Con un ojo en la maestría de Zeta para matar zombis y con otro en mi móvil voy desplegando pantallas hasta que leo quien es ese amigo secreto. El corazón se pará, la sangre baja tan deprisa como el ascensor sin frenos camino del inframundo. Mi móvil vuelve a vibrar, el mismo mensaje en Instagram, seguidamente el Twitter me informa que tengo un nuevo seguidor y el aparato se desliza de mis manos camino del suelo pero Zeta evita que llegue a rozarlo siquiera. Observa la pantalla con interés.
-¿Quién es?-pregunta como quién no quiere la cosa.
-Tengo dos versiones, la que me cuento a mi misma y la que cuento a todos los demás,  ¿Cuál prefieres?
-La tuya y ya sacaré yo mis propias conclusiones.
-Un chico de mi antigua faculta que confundió la educación con otra cosa y no entendió un “no” como respuesta. Una noche cuando regresaba a casa después de meses de hostigarme…- dudé en continuar pero Zeta había dejado a un lado su mando inalámbrico y me observaba con esos ojos con grandes pupilas.- No puedo asegurar que fuera él pero me atacaron e intentaron… bueno… no estoy segura… me arrastraba hacía un portal oscuro y apretaba mi cuello con tanta fuerza que no podía respirar. Un hombre escuchó el forcejeo y mis gritos y salió a socorrerme. Fin.
-¿Cómo tiene tu cuenta de facebook, Instagram y del Twitter?
-No tiene mi número de teléfono y dudo mucho que alguien se lo haya proporcionado. Le abrieron un expediente y le expulsaron de la facultad durante dos semanas por cubrir las paredes y los tablones con imágenes mías. Nadie le daría mi teléfono, saben que está obsesionado.  –me frotaba las manos nerviosa.
-Tendrá tu correo.- me quedé pensando.
-Sí, puede que sí. Al principio era un tipo majo y nos pasábamos los apuntes los unos a los otros. Yo no recuerdo dárselo pero no me extrañaría nada que lo consiguiese de otras personas.- tendría que cambiar de correo.- El móvil nunca se lo di a nadie, fuera de mi círculo íntimo.- el silencio era una constante con los amigos de Mike, eso y las miradas que taladran el alma.- Si no te importa me voy a la cama.
-Duerme bien.- lo último que vi fue como se recostaba en el sillón y sacaba su móvil del bolsillo.
Mi sueño agitado era diferente a todos los anteriores. Ya no era un bosque por el que corría, era una calle desierta y oscura, con una luz parpadeante de unas farolas que amenazaban en sumirme en la más absoluta oscuridad. Caía una fina lluvia que dificultaba a un más mi visión pero era consciente de las sombras que intentaban alcanzarme, lobos sin sus cuerpos tangibles, lobos cautivos de la noche. Las veía entre los coches y correr en zic-zac por medio de una calle adoquinada. Estaba agotada. A lo lejos se dibujó la silueta de un hombre y lo convertí en mi salvador, necesitaba su protección para que ahuyentase las sombras. Unos metros para alcanzarle y sentirme segura, entonces extiende las manos con los dedos totalmente abiertos y los lobos sin cuerpo me adelantan atraídas por esos largos y delgados dedos, y desaparecen por sus falanges camino de sus brazos, convirtiéndose en hermosos tatuajes. Intentó frenar y pensar en lo que acabo de ver pero el suelo húmedo me resbala hacia un hombre oscuro sin rostro que abre la boca y me engulle. Y entonces siento el dolor del cautiverio, del animal que corría libre por los bosques y ahora es preso del hombre que infringe dolor cuando no cumple con su orden, y escucho el aullido de todos ellos desde el alma y me doblo sobre la cintura y grito.

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