-… ¡Carajo! ¿Piensas eso? Es peor de lo que
yo creía…- hablar con Paula no era nada tranquilizador, siempre conocía a
alguien o ella había vivido una experiencia muy similar pero más angustiosa que
la que se relataba.- Vigilaré cual halcón. Yo también te quiero, hasta mañana.
Dejé el móvil sobre la encimera y di un par
de mordiscos más al sándwich y se lo ofrecí a López que lo miraba como a una
deidad. Regresé a mi mesa de trabajo; el salón se había convertido en un campo
de minas con montoncitos de folios, algunos con dos o tres hojas y otros hasta
diez, no más; sobre la gran mesa de madera los libros y mi portátil. Al pasar
recojo uno cualquier de los tantos que hay por suelo y muebles y ojeo de que puede tratar. Lo primero que
llama mi atención son dos nombres que se repiten a lo largo del texto, Adolfo y
Orfibia. Solo con ver el primer nombre mi pulso se acelera y mis mejillas se
sonrojan, no comprendo que personalidad anómala estoy desarrollando a mi edad.
No es una lectura corte pero llevo la mitad y no tengo ganas de que termine,
quiero conocer el final pero no ver el punto y se acabo que me dejará con la
miel en los labios. Es una historia turbadora. Turbadora porque no puedo evitar
pensar que el tal Adolfo es Alfa, y su rostro y su cuerpo recrean la historia
en mi cabeza.
Hace muchos años, sin especificar el momento
en la historia, existía un reino prospero y justo, con un rey benevolente y
amado por su pueblo. Tenía una bella esposa y dos preciosos hijos llamados Adolfo
y Orfibia. Aquel rey no podía pedir más a la vida, bendecido por todos los
dioses se creía un afortunado que no conocía el infortunio. Pero como toda
historia no sería tal sino sucediera algo que cambiase los acontecimientos y
los llevase por el sendero de la desdicha. La tragedia germina en aquel reino
feliz con la enfermedad de la reina, un padecimiento largo y doloroso que sume
al rey en la locura; nadie puede creer que su amado monarca sea el mismo que
cruza medio mundo es busca de remedios que salven a su amada, pero ninguno de
los que prueba surten efecto y en uno de sus grandes viajes la reina muere sin
su compañía. Al regreso del rey su tristeza se mezcla con la locura que ya
padece desembocando en la mortificación, su pensamiento de noche y día se
repetía como un lamento: “Si él no hubiese estado ausente, ella no habría
fallecido porque él es el Rey “. Pero aquel “Rey” que repetía constantemente
sonaba a “Dios”, y así lo quisieron escuchar todos aquellos dioses que
contemplaron apaciblemente la vida feliz de un monarca insignificante de un
reino cualquiera. Con el paso del tiempo nuestro rey se volvió un tirano, todos
vivían gracias a su presencia y el sol salía cada mañana porque él lo deseaba.
Todas las riquezas se perdieron construyendo grandes monumentos que mostraran
la gloría de su rey, dejando de lado las ofrendas a los dioses y el cuidado de
sus templos.
Un día uno de todos aquellos dioses quiso
darle una oportunidad antes de mandarle un castigo para que aprendiera que la
soberbia era mala consejera y más cuanto se trataba con dioses. Pero el rey desoyó
totalmente los buenos consejos que recibió y echó de su reino al dios, mandó
destruir todas sus imágenes y sus templos, para que los demás dioses
aprendieran que no se podía menospreciar el poder que tenía sobre la tierra.
Mientras sus hijos habían crecido ajenos a
tanta locura, desterrados lejos del castillo a la muerte de su madre, por deseo
del rey que veía en ellos un continuo recuerdo de su amada esposa. Se habían
convertido en unos adolescentes realmente hermosos, buenos y generosos. Los
dioses decidieron mirar hacia otro lado pues los jóvenes cumplían fielmente con
los cultos a sus personas y ofrecían diariamente las mejores frutas y carnes
ante sus altares.
Pero no todos los dioses eran igual de
caritativos o justos, uno de ellos sembró la discordia en sus almas,
aconsejando a sus hermanos que no existía mayor castigo que el infringido al
corazón. Como el rey ya no tenía amada esposa, lo mejor era fijar la vista en
los dos jóvenes que tumbados en una pradera una noche estrellada quedaban hechizados
mirando a la luna. Estaban en esa edad donde las flores tienen un aroma más
intenso, el agua es más clara y la luna más enigmática y romántica.
Aquel dios que bajó a advertir al rey, no vio
justo el castigo a dos almas tan puras, y descendió para avisarle nuevamente. Pero
la locura que controlaba al rey, le impidió ver la verdad y creyó que era una
treta del dios para desviar su atención, vio un impostor que venía a
arrebatarle su reino y alzó su furia contra el ser equivocado y allí mismo le
dio muerta al buen dios; en la sala del trono descansaba su cuerpo ya sin vida y
se trasformó en un enorme león. Había muerto el dios del reino animal, un ser
leal y justo. Inmediatamente el resto de los dioses se enteraron de la muerte
de su hermano.
Era tarde cuando el rey fue consciente de lo
que había hecho, era tarde cuando el rey ensilló su caballo y cabalgó como el
viento en busca de sus hijos, y era tarde cuando llegó y los dioses le
esperaban en compañía de sus hijos que observaban con terror los gestos hoscos
de sus adorados dioses. Todos se gritaban, todos se contradecían, ningún dios
se ponía de acuerdo con otro. Unos querían transformar a los jóvenes en feas
bestias y otros en recuerdo de su hermano nuerto, que continuaran siendo
hermosos. El rey intentaba alzar su voz por encima de todas pero era imposible
porque la furia de los dioses estaba desatada y la única que observaba sin
miedo era la luna llena desde lo alto del cielo. Las estrellas se habían
ocultado tras las nubes como los búhos y murciélagos tras los árboles. De entre
todos los castigos uno cobró fuerza y el rey escuchó con temor el
veredicto.
-Serán feas bestias durante la noche bañados
por la luna, hermosas criaturas durante el día- el rey pensó que aquello no era
tan malo ni cruel como él esperaba.- Pero no encontrarán pareja entre los
hombres, ni en el reino animal, caminarán solos para toda la eternidad; y los
excesos de los dos seres convivirán en ellos, sin encontrar el perdón en el
reino de los cielos, pues sus pecados quebrantarán todas los mandamientos de
cualquiera de la miles de religiones que nacerán en la faz de la tierra.-el rey
suplicó piedad pero no la encontró.- Y tú serás testigo de todo lo que
acontecerá a lo largo del tiempo.
Los dieses llevaron su mano derecho sobre su
pecho y una luz brillante salió de allí dirigida a los jóvenes que miraban sin
comprender que mal habían ocasionado tan gran castigo. La luz que incidió sobre
ellos los fue convirtiendo en grandes animales que caminaban a cuatro patas,
cubiertos de pelo áspero y oscuro, con grandes ojos sanguinolentos y boca
prominente por donde escapaba una baba espesa y mal oliente. Sus pies se
trasformaron en grandes garras, con la que arañaron la tierra mientras gruñían
feroces.
El rey se arrodillo pidiendo ayuda para unos
hijos que no habían conocido el pecado y de lo alto del cielo una voz compasiva
contestó a sus suplicas.
-Ya que soy parte importante de vuestro
castigo quiero matizar su efecto.- los
dioses observaron a la luna que miraba con interés hacía las dos nuevas
criaturas, nacidas del odio y la venganza.- Estos seres recién nacido no
recuerdan al gran León que corrió por los cielos, sus hijos no verán en vuestro
castigo el sentido de tal nacimiento; yo les concedo la melena suave de vuestro
hermano, la lealtad con la que cubrió su reino y la justicia que implantó en
cada acto, y para que no olvidéis que estas criaturas están bajo mi influencia,
por vuestro expreso deseo y bajo mi protección, por decisión propia, sus ojos
reflejarán mi alma, de día serán luna nueva y de noche luna llena. Por lo
tanto, y como no hay castigo que duré eternamente, pues los dioses son
benevolentes y los astros estamos para corroborarlo, nacerá un ser que no verá el pecado de sus
actos ni la fealdad de sus cuerpos y cuando eso suceda, y ella o él, de su vida
por la de uno de ellos, vuestro castigo habrá llegado a su fin. Dejando a estos
seres decidir su destino.
-Son bestias- gritaron los dioses enojados.
-Son lobos. Aulladores de la luna. –replicó
la luna y con un rayo bendijo a los jóvenes que trasformaron sus rasgos fieros
en algo más dulce y su pelaje áspero, en un pelo sedoso.
Busqué el final de la historia y remiré las
hojas que tenía en las manos. ¿Cómo acababa? ¿Qué sucedió con Adolfo y Orfibia?
Grité asustada, inclinando la silla peligrosamente hacia atrás cuando al
levantar la vista el rostro de Zeta me observaba interesado.
-¡Clama al desierto!- dije enfurecida por el
susto que me había dado.- No sabes llamar a la puerta.
-Lo hice hasta tres veces.- miré a López que
dormía plácidamente y le señalé con la mano.
-No ha ladrado.- mi pulgoso roncar a pata
suelta.
-Soy de la familia antes que tú.- miró mi
desorden.- ¿Este es el contenido de la caja?
-Sí. Si estudiara literatura esté sería un
trabajo increíble pero quiero ser historiadora y de aquí solo sacaré una patada
en el culo del decano.-Zeta cogió unas fotos que amontonaba en una silla, eran
fotos de grandes lobos de todo el mundo.
-Esto no es un lobo.- me tendió la foto, yo
diría que sí pero también López me parecía un lobo y no lo era.- Es un Alaskan
Malamute, un perro de trineo.
-¿Entiendes de lobos?- los ojos de Zeta se
achinaron y un brillo extraño mostró un círculo perfecto plateado sobre la
pupila. Di un paso atrás.
-Vengo a sacar a López. Entiendo las necesidades
de él, no comprendo las tuyas.- tocó el lomo suavemente de mi pulgoso que se
desperezó ligeramente.- ¡Vamos grandullón!
No rechisté ni protesté porque viniese a mi
casa a las diez de la noche a sacar a López, me venía que ni de perlas seguir
con la nariz metida en aquellos papeles,
no porque fuese a realizar ningún trabajo sobre ello sino por el interés
tan insólito que despertaba en mí.