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Capítulo 17




-… ¡Carajo! ¿Piensas eso? Es peor de lo que yo creía…- hablar con Paula no era nada tranquilizador, siempre conocía a alguien o ella había vivido una experiencia muy similar pero más angustiosa que la que se relataba.- Vigilaré cual halcón. Yo también te quiero, hasta mañana.
Dejé el móvil sobre la encimera y di un par de mordiscos más al sándwich y se lo ofrecí a López que lo miraba como a una deidad. Regresé a mi mesa de trabajo; el salón se había convertido en un campo de minas con montoncitos de folios, algunos con dos o tres hojas y otros hasta diez, no más; sobre la gran mesa de madera los libros y mi portátil. Al pasar recojo uno cualquier de los tantos que hay por suelo y muebles y  ojeo de que puede tratar. Lo primero que llama mi atención son dos nombres que se repiten a lo largo del texto, Adolfo y Orfibia. Solo con ver el primer nombre mi pulso se acelera y mis mejillas se sonrojan, no comprendo que personalidad anómala estoy desarrollando a mi edad. No es una lectura corte pero llevo la mitad y no tengo ganas de que termine, quiero conocer el final pero no ver el punto y se acabo que me dejará con la miel en los labios. Es una historia turbadora. Turbadora porque no puedo evitar pensar que el tal Adolfo es Alfa, y su rostro y su cuerpo recrean la historia en mi cabeza.
Hace muchos años, sin especificar el momento en la historia, existía un reino prospero y justo, con un rey benevolente y amado por su pueblo. Tenía una bella esposa y dos preciosos hijos llamados Adolfo y Orfibia. Aquel rey no podía pedir más a la vida, bendecido por todos los dioses se creía un afortunado que no conocía el infortunio. Pero como toda historia no sería tal sino sucediera algo que cambiase los acontecimientos y los llevase por el sendero de la desdicha. La tragedia germina en aquel reino feliz con la enfermedad de la reina, un padecimiento largo y doloroso que sume al rey en la locura; nadie puede creer que su amado monarca sea el mismo que cruza medio mundo es busca de remedios que salven a su amada, pero ninguno de los que prueba surten efecto y en uno de sus grandes viajes la reina muere sin su compañía. Al regreso del rey su tristeza se mezcla con la locura que ya padece desembocando en la mortificación, su pensamiento de noche y día se repetía como un lamento: “Si él no hubiese estado ausente, ella no habría fallecido porque él es el Rey “. Pero aquel “Rey” que repetía constantemente sonaba a “Dios”, y así lo quisieron escuchar todos aquellos dioses que contemplaron apaciblemente la vida feliz de un monarca insignificante de un reino cualquiera. Con el paso del tiempo nuestro rey se volvió un tirano, todos vivían gracias a su presencia y el sol salía cada mañana porque él lo deseaba. Todas las riquezas se perdieron construyendo grandes monumentos que mostraran la gloría de su rey, dejando de lado las ofrendas a los dioses y el cuidado de sus templos.
Un día uno de todos aquellos dioses quiso darle una oportunidad antes de mandarle un castigo para que aprendiera que la soberbia era mala consejera y más cuanto se trataba con dioses. Pero el rey desoyó totalmente los buenos consejos que recibió y echó de su reino al dios, mandó destruir todas sus imágenes y sus templos, para que los demás dioses aprendieran que no se podía menospreciar el poder que tenía sobre la tierra.
Mientras sus hijos habían crecido ajenos a tanta locura, desterrados lejos del castillo a la muerte de su madre, por deseo del rey que veía en ellos un continuo recuerdo de su amada esposa. Se habían convertido en unos adolescentes realmente hermosos, buenos y generosos. Los dioses decidieron mirar hacia otro lado pues los jóvenes cumplían fielmente con los cultos a sus personas y ofrecían diariamente las mejores frutas y carnes ante sus altares.
Pero no todos los dioses eran igual de caritativos o justos, uno de ellos sembró la discordia en sus almas, aconsejando a sus hermanos que no existía mayor castigo que el infringido al corazón. Como el rey ya no tenía amada esposa, lo mejor era fijar la vista en los dos jóvenes que tumbados en una pradera una noche estrellada quedaban hechizados mirando a la luna. Estaban en esa edad donde las flores tienen un aroma más intenso, el agua es más clara y la luna más enigmática y romántica.
Aquel dios que bajó a advertir al rey, no vio justo el castigo a dos almas tan puras, y descendió para avisarle nuevamente. Pero la locura que controlaba al rey, le impidió ver la verdad y creyó que era una treta del dios para desviar su atención, vio un impostor que venía a arrebatarle su reino y alzó su furia contra el ser equivocado y allí mismo le dio muerta al buen dios; en la sala del trono descansaba su cuerpo ya sin vida y se trasformó en un enorme león. Había muerto el dios del reino animal, un ser leal y justo. Inmediatamente el resto de los dioses se enteraron de la muerte de su hermano.
Era tarde cuando el rey fue consciente de lo que había hecho, era tarde cuando el rey ensilló su caballo y cabalgó como el viento en busca de sus hijos, y era tarde cuando llegó y los dioses le esperaban en compañía de sus hijos que observaban con terror los gestos hoscos de sus adorados dioses. Todos se gritaban, todos se contradecían, ningún dios se ponía de acuerdo con otro. Unos querían transformar a los jóvenes en feas bestias y otros en recuerdo de su hermano nuerto, que continuaran siendo hermosos. El rey intentaba alzar su voz por encima de todas pero era imposible porque la furia de los dioses estaba desatada y la única que observaba sin miedo era la luna llena desde lo alto del cielo. Las estrellas se habían ocultado tras las nubes como los búhos y murciélagos tras los árboles. De entre todos los castigos uno cobró fuerza y el rey escuchó con temor el veredicto. 
-Serán feas bestias durante la noche bañados por la luna, hermosas criaturas durante el día- el rey pensó que aquello no era tan malo ni cruel como él esperaba.- Pero no encontrarán pareja entre los hombres, ni en el reino animal, caminarán solos para toda la eternidad; y los excesos de los dos seres convivirán en ellos, sin encontrar el perdón en el reino de los cielos, pues sus pecados quebrantarán todas los mandamientos de cualquiera de la miles de religiones que nacerán en la faz de la tierra.-el rey suplicó piedad pero no la encontró.- Y tú serás testigo de todo lo que acontecerá a lo largo del tiempo.
Los dieses llevaron su mano derecho sobre su pecho y una luz brillante salió de allí dirigida a los jóvenes que miraban sin comprender que mal habían ocasionado tan gran castigo. La luz que incidió sobre ellos los fue convirtiendo en grandes animales que caminaban a cuatro patas, cubiertos de pelo áspero y oscuro, con grandes ojos sanguinolentos y boca prominente por donde escapaba una baba espesa y mal oliente. Sus pies se trasformaron en grandes garras, con la que arañaron la tierra mientras gruñían feroces.
El rey se arrodillo pidiendo ayuda para unos hijos que no habían conocido el pecado y de lo alto del cielo una voz compasiva contestó a sus suplicas.
-Ya que soy parte importante de vuestro castigo quiero matizar su  efecto.- los dioses observaron a la luna que miraba con interés hacía las dos nuevas criaturas, nacidas del odio y la venganza.- Estos seres recién nacido no recuerdan al gran León que corrió por los cielos, sus hijos no verán en vuestro castigo el sentido de tal nacimiento; yo les concedo la melena suave de vuestro hermano, la lealtad con la que cubrió su reino y la justicia que implantó en cada acto, y para que no olvidéis que estas criaturas están bajo mi influencia, por vuestro expreso deseo y bajo mi protección, por decisión propia, sus ojos reflejarán mi alma, de día serán luna nueva y de noche luna llena. Por lo tanto, y como no hay castigo que duré eternamente, pues los dioses son benevolentes y los astros estamos para corroborarlo,  nacerá un ser que no verá el pecado de sus actos ni la fealdad de sus cuerpos y cuando eso suceda, y ella o él, de su vida por la de uno de ellos, vuestro castigo habrá llegado a su fin. Dejando a estos seres decidir su destino.
-Son bestias- gritaron los dioses enojados.
-Son lobos. Aulladores de la luna. –replicó la luna y con un rayo bendijo a los jóvenes que trasformaron sus rasgos fieros en algo más dulce y su pelaje áspero, en un pelo sedoso.
Busqué el final de la historia y remiré las hojas que tenía en las manos. ¿Cómo acababa? ¿Qué sucedió con Adolfo y Orfibia? Grité asustada, inclinando la silla peligrosamente hacia atrás cuando al levantar la vista el rostro de Zeta me observaba interesado.
-¡Clama al desierto!- dije enfurecida por el susto que me había dado.- No sabes llamar a la puerta.
-Lo hice hasta tres veces.- miré a López que dormía plácidamente y le señalé con la mano.
-No ha ladrado.- mi pulgoso roncar a pata suelta.
-Soy de la familia antes que tú.- miró mi desorden.- ¿Este es el contenido de la caja?
-Sí. Si estudiara literatura esté sería un trabajo increíble pero quiero ser historiadora y de aquí solo sacaré una patada en el culo del decano.-Zeta cogió unas fotos que amontonaba en una silla, eran fotos de grandes lobos de todo el mundo.
-Esto no es un lobo.- me tendió la foto, yo diría que sí pero también López me parecía un lobo y no lo era.- Es un Alaskan Malamute, un perro de trineo.
-¿Entiendes de lobos?- los ojos de Zeta se achinaron y un brillo extraño mostró un círculo perfecto plateado sobre la pupila. Di un paso atrás.
-Vengo a sacar a López. Entiendo las necesidades de él, no comprendo las tuyas.- tocó el lomo suavemente de mi pulgoso que se desperezó ligeramente.- ¡Vamos grandullón!
No rechisté ni protesté porque viniese a mi casa a las diez de la noche a sacar a López, me venía que ni de perlas seguir con la nariz metida en aquellos papeles,  no porque fuese a realizar ningún trabajo sobre ello sino por el interés tan insólito que despertaba en mí.

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