He llegado tarde a la primera clase por culpa
del guarda de seguridad que no me dejaba salir sin el consentimiento de Alfa.
Ha bastado con una llamada pero me veía rellenando un informe a doble cara y
buscando sello y firma de la máxima autoridad de la urbanización. No he
preguntado si es el presidente de la comunidad. Creo que le tocaré un poco más
los cataplines la próxima vez que le vea y le soltaré la pildorita.
Las clases tan soporíferas como en
Valladolid. Después de hablar con el profesor me ha indicado que baje a
archivos y solicite información de lo que yo desee y le haga un pequeño trabajo
para examinar mi nivel, pero lo quiere para ayer me dice riendo, y no es broma,
añade cuando le sonrió descolocada. Bajar a los archivos me ha llevado una
media hora, las indicaciones que me daban eran tan confusas que no atinaba a
dar con la sala y eso que todos decían que siguiera los carteles. ¿Qué
carteles? Al final un chaval con gafas de culo de botella y protector dental me
ha llevado hasta la puerta. Y aquí estoy.
-Es mi hora de comer y no voy a ponerme a
buscar nada. Ven más tarde y lo miramos sin prisa.-era una vieja borde que me
empujaba para que saliese de su reino sin ni siquiera mirarme a la cara.
-Soy nueva y no puedo venir por la tarde,
tengo que regresar a casa y ponerme con el trabajo para entregarlo mañana, me
juego el curso.- mentí vilmente. Detrás de mí se pone un muchacho alto y
delgado sostiene una caja de cartón y me intenta apartar para deshacerse del
bulto y salir por patas.- Aquí todo el mundo tiene mucha prisa, pues cuanto más
me distraigas, más tiempo nos quedaremos.- le digo sin mirarle a la cara.
-Por tú culpa se van acumulando los alumnos.-
me dice señalando el reloj que marcan las 15h.
-Dame lo que sea y me largo pitando.-le
suplico.
-No atiendo a nadie más, todos a dónde sea
que vayan después de fastidiarme a mí.- y me cierra con la puerta en las
narices.
-Muy bien listilla. Hoy tenía que entregar
este material sin falta, mañana no pensaba venir y ahora tendré que hacerlo.
¡Gilipollas!- ¡uff! Estaba como para que un palo de escoba sin culo, me
sermonease.
-Pues yo tendré que esperar hasta que María
Sabidilla decida abrir el chiringuito y darme algo con lo que deslumbrar al
profesor Núñez.
-Difícil lo tienes, no se le mueve el bisoñé
con nada ni nadie.
-Visto lo visto.- y le miré de arriba abajo.-
No me extraña.
-Muy bien listilla. Hagamos un trato que
beneficia a las dos partes. Yo te doy mi documentación, tú haces tu trabajo y
mañana entregas a archivos esta preciosa caja.- medité el ofrecimiento pero
poco tenía que decidir, el sí lo tenía escrito en la frente y en los labios.
-No tengo otro remedio.- le cogí todo, no
fuera que cambiase de parecer.
-Hay tienes una sala de investigación. Es la
hora de comer y nadie te va a molestar, revísalo todo y mira si te puede
servir. Me compro un bocadillo en la cafetería y me dices.- se marchó casi
dando saltos.
En la sala cuatro personas miraban
archivadores y montañas de libros a la vez que iban tomando notas en unos
pequeños cuadernos. Me senté en la mesa más alejada de la puerta y con la
espalda pegada a la pared, para tener una buena visual de todo la sala y de la
gente.
Había varios libros y muchas hojas sueltas de
un viejo archivador que descansaba al final de la caja. Era como si se hubiese
caído el archivador en el último segundo desparramando sus hojas por el suelo y
tiradas todo de cualquier forma dentro de la caja, como si el tiempo apremiase.
Sin ningún esmero. Sara pondría el grito en el cielo; era un material antiguo,
porque aquellas hojas estaban adquiriendo un tono sepia característico. Lo
primero era devolver el orden al archivador. Fui paginando cada folio sin mucho
interés hasta que llegué a una hoja de cristal oculta entre tanto papel. Leí
con mucho interés la primera frase: “El culto al lobo”. Narraba la historia de un
hombre llamado Lycaon, el primer rey de Arcadia. Creó un culto y en sus
ceremonias cometía todo tipo de atrocidades en nombre de sus supuestos dioses. Zeus
se enteró de tales actos y se presentó disfrazado de peregrino para saber si
aquello era cierto, pues hasta entonces había sido un hombre querido entre su
pueblo y muy respetado. Cuando descubrió que todo era como le habían contado, manifestó
su verdadera forma ante Lycaon pero este no le creyó. Para saber si era el
verdadero Zeus le ofreció una copiosa cena donde el plato principal fue un niño
cocinado, el canibalismo era un pecado de los más graves en la cultura griega.
Zeus montó en cólera al descubrir la atrocidad cometida y la naturaleza maligna
de Lycaon, y en castigo le convirtió en lobo. Dejé la hoja sobre la mesa y
reparé en todo el material que tenía ante mí. Novelas, cuentos y fabulas, todas
giraban alrededor del hombre lobo o el licántropo, fui leyendo fragmentos de
aquí y de allá, alguno me enganchaban más que otros, nunca me ha interesado la
novela fantástica, pero aquello no me parecía serio para demostrar mi valía
ante un profesor que apodaban “el hueso”. Aquel tipo me la había jugado. Miré
la hora y comprobé que eran más de las cinco de la tarde. ¿Dónde se había
metido?
Quedábamos dos pelagatos en la sala con la
cabeza metida en los papeles. Era hora de recoger todo aquello y regresar a
casa, vería que sacaba de todo aquello para poder salvar el culo. Lo metí
cuidadosamente en la caja y me dispuse a salir.
-¡Qué maravillosa casualidad!- busqué la
procedencia de la voz, creo que ni en
doscientos años lo hubiese averiguado, era el tipo del monte.
-¡Hola! - se levantó y se acercó impidiéndome
la salida por el pasillo, pero sin movimiento intimidatorios ni agresivos,
casualidad o no, no lo sé pero se colocó de tal forma que no podía escapar. Le
tenía miedo, no tenía razón para ello, fue amable cuando me hice daño en el
tobillo pero los amigos de Zeta me predispusieron en su contra.
-No sabía que estudiabas aquí. Yo llevo años
intentando licenciarme pero no encuentro el momento.- se carcajeo, yo me limité
a sonreír.- Pues qué maravilla. Eso significada que nos veremos más a menudo.
-Supongo que sí.- atiné a decir porque me
empezaban a temblar las manos y a sudar las palmas, sin contar que tenía el
vello de la nuca de punta.
-¿Me tienes miedo caperucita?-me sorprendió
tanto la pregunta como el descaro al pronunciarla.
-No. ¿Tengo que tenerte miedo?- me froté las
palmas contra el pantalón vaquero.
-Depende.-un grupo de alumnos entraron en la
sala con un jolgorio estrepitoso, arrastrando dos sillas para colocarse en
corrillo. Aquel ruido molesto distrajo la atención del hombre y yo aproveché
para salir por patas.- Nos vemos mañana caperucita.
Pero antes de cruzar el umbral de la puerta,
le vi recoger su chaqueta y su maletín y salir tras de mí. No iba a comprobar
si me perseguía o seguíamos el mismo camino por casualidad. Salí a la carrera
pero me lie en aquel sótano mal iluminado, no encontraba ni las escaleras ni el
ascensor ni nada. No me crucé con alma alguna que me orientada en aquel
laberinto de pasillos. Y me desorienté del todo y me perdí irremediablemente.
Giré a la derecha, a la izquierda, volví a girar tantas veces que no encontraba
ni un letrero ni un cartel que me mostrara la salida y mi tensión arterial fue
subiendo hasta que escuché mis latidos en el oído y mi respiración se ahogaba
en la boca. Me detuve para coger aire pues los últimos minutos no había cesado
de correr con la caja en los brazos y la mochila al hombro y estaba agotado. No
iba a poder decir nunca más que era de naturaleza perezosa, pues llevaba una
temporada que todo eran sobresaltos y carreras sin sentido. Escuché unas voces
y seguí el sonido, llegué a un pasillo por donde circulaban en uno y otro
sentido los alumnos. Desconocía la dirección pero cuando me iba a incorporar a
la corriente vi por el rabillo del ojo la figura del hombre que miraba a su
alrededor en busca de alguien, yo. Me escondí tras una columna y esperé a que
se cansara para irse, pero no parecía dispuesto a rendirse. Mi móvil vibró en
el bolsillo de mi pantalón y contesté sin mirar.
-Sí. –dije en un susurro como si mi voz fuera
audible entre aquel vocerío.
-Pasaba por la puerta de la facultad y he
pensado que te vendría bien un chofer.
-¿Quién eres?- tragué saliva y miré la
pantalla del móvil, era un número que no estaba en mi memoria.
-Soy Zeta. ¿Sucede algo? ¿Por qué hablas tan
bajo? No me digas que estás en la biblioteca porque oigo el escándalo.- dudaba
de lo que tenía que decir; aquel hombre no me había hecho nada y mi miedo no
estaba justificado.- ¿Qué te sucede Adelis?
-El hombre del monte está aquí.- el teléfono
se cortó.
-No me puedo creer caperucita que tengamos
que andar buscándonos entre el gentío.- el hombre era implacable, tenaz y sus
ojos demostraban que no se rendía ante nada.
-Me voy ya, no quiero ser grosera pero me
tengo que ir.
-Te acompaño a la puerta.- y me indicó el
camino con una mano delgada con largos y finos dedos.
Recorrimos los últimos metros que nos
separaban de la calle sin hablar; él no dejaba de mirarme y yo le vigilaba con
la idea de gritar a pleno pulmón si se acercaba más de lo estrictamente
necesario. Bajo un cielo que oscurecía lentamente me sentí a salvo; el hombre
olfateó el aire abriendo las fosas nasales tanto que daba repelús mirarle, sus
labios dibujaron una sonrisa y se giro mirando hacia la derecha.
-Caperucita llegó tu… ¿Cómo podemos llamarte
a ti?- preguntó por encima de mi hombro.
-El tío que te va a romper todos los huesos.-
era inconfundible aquella voz. Zeta se aproximó y me cogió por el hombro.
-Caperucita…
-Se llama Adelis.- le colocó la mano sobre el
pecho y le empujó. El hombre parecía divertido.
-Caperucita yo soy tu cazador.- y se alejó
dejándome desconcertada.