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Capítulo 16




He llegado tarde a la primera clase por culpa del guarda de seguridad que no me dejaba salir sin el consentimiento de Alfa. Ha bastado con una llamada pero me veía rellenando un informe a doble cara y buscando sello y firma de la máxima autoridad de la urbanización. No he preguntado si es el presidente de la comunidad. Creo que le tocaré un poco más los cataplines la próxima vez que le vea y le soltaré la pildorita.
Las clases tan soporíferas como en Valladolid. Después de hablar con el profesor me ha indicado que baje a archivos y solicite información de lo que yo desee y le haga un pequeño trabajo para examinar mi nivel, pero lo quiere para ayer me dice riendo, y no es broma, añade cuando le sonrió descolocada. Bajar a los archivos me ha llevado una media hora, las indicaciones que me daban eran tan confusas que no atinaba a dar con la sala y eso que todos decían que siguiera los carteles. ¿Qué carteles? Al final un chaval con gafas de culo de botella y protector dental me ha llevado hasta la puerta. Y aquí estoy.
-Es mi hora de comer y no voy a ponerme a buscar nada. Ven más tarde y lo miramos sin prisa.-era una vieja borde que me empujaba para que saliese de su reino sin ni siquiera mirarme a la cara.
-Soy nueva y no puedo venir por la tarde, tengo que regresar a casa y ponerme con el trabajo para entregarlo mañana, me juego el curso.- mentí vilmente. Detrás de mí se pone un muchacho alto y delgado sostiene una caja de cartón y me intenta apartar para deshacerse del bulto y salir por patas.- Aquí todo el mundo tiene mucha prisa, pues cuanto más me distraigas, más tiempo nos quedaremos.- le digo sin mirarle a la cara.
-Por tú culpa se van acumulando los alumnos.- me dice señalando el reloj que marcan las 15h.
-Dame lo que sea y me largo pitando.-le suplico.
-No atiendo a nadie más, todos a dónde sea que vayan después de fastidiarme a mí.- y me cierra con la puerta en las narices.
-Muy bien listilla. Hoy tenía que entregar este material sin falta, mañana no pensaba venir y ahora tendré que hacerlo. ¡Gilipollas!- ¡uff! Estaba como para que un palo de escoba sin culo, me sermonease.
-Pues yo tendré que esperar hasta que María Sabidilla decida abrir el chiringuito y darme algo con lo que deslumbrar al profesor Núñez.
-Difícil lo tienes, no se le mueve el bisoñé con nada ni nadie.
-Visto lo visto.- y le miré de arriba abajo.- No me extraña.
-Muy bien listilla. Hagamos un trato que beneficia a las dos partes. Yo te doy mi documentación, tú haces tu trabajo y mañana entregas a archivos esta preciosa caja.- medité el ofrecimiento pero poco tenía que decidir, el sí lo tenía escrito en la frente y en los labios.
-No tengo otro remedio.- le cogí todo, no fuera que cambiase de parecer.
-Hay tienes una sala de investigación. Es la hora de comer y nadie te va a molestar, revísalo todo y mira si te puede servir. Me compro un bocadillo en la cafetería y me dices.- se marchó casi dando saltos.
En la sala cuatro personas miraban archivadores y montañas de libros a la vez que iban tomando notas en unos pequeños cuadernos. Me senté en la mesa más alejada de la puerta y con la espalda pegada a la pared, para tener una buena visual de todo la sala y de la gente.
Había varios libros y muchas hojas sueltas de un viejo archivador que descansaba al final de la caja. Era como si se hubiese caído el archivador en el último segundo desparramando sus hojas por el suelo y tiradas todo de cualquier forma dentro de la caja, como si el tiempo apremiase. Sin ningún esmero. Sara pondría el grito en el cielo; era un material antiguo, porque aquellas hojas estaban adquiriendo un tono sepia característico. Lo primero era devolver el orden al archivador. Fui paginando cada folio sin mucho interés hasta que llegué a una hoja de cristal oculta entre tanto papel. Leí con mucho interés la primera frase: “El culto al lobo”. Narraba la historia de un hombre llamado Lycaon, el primer rey de Arcadia. Creó un culto y en sus ceremonias cometía todo tipo de atrocidades en nombre de sus supuestos dioses. Zeus se enteró de tales actos y se presentó disfrazado de peregrino para saber si aquello era cierto, pues hasta entonces había sido un hombre querido entre su pueblo y muy respetado. Cuando descubrió que todo era como le habían contado, manifestó su verdadera forma ante Lycaon pero este no le creyó. Para saber si era el verdadero Zeus le ofreció una copiosa cena donde el plato principal fue un niño cocinado, el canibalismo era un pecado de los más graves en la cultura griega. Zeus montó en cólera al descubrir la atrocidad cometida y la naturaleza maligna de Lycaon, y en castigo le convirtió en lobo. Dejé la hoja sobre la mesa y reparé en todo el material que tenía ante mí. Novelas, cuentos y fabulas, todas giraban alrededor del hombre lobo o el licántropo, fui leyendo fragmentos de aquí y de allá, alguno me enganchaban más que otros, nunca me ha interesado la novela fantástica, pero aquello no me parecía serio para demostrar mi valía ante un profesor que apodaban “el hueso”. Aquel tipo me la había jugado. Miré la hora y comprobé que eran más de las cinco de la tarde. ¿Dónde se había metido?
Quedábamos dos pelagatos en la sala con la cabeza metida en los papeles. Era hora de recoger todo aquello y regresar a casa, vería que sacaba de todo aquello para poder salvar el culo. Lo metí cuidadosamente en la caja y me dispuse a salir.
-¡Qué maravillosa casualidad!- busqué la procedencia de la voz,  creo que ni en doscientos años lo hubiese averiguado, era el tipo del monte.
-¡Hola! - se levantó y se acercó impidiéndome la salida por el pasillo, pero sin movimiento intimidatorios ni agresivos, casualidad o no, no lo sé pero se colocó de tal forma que no podía escapar. Le tenía miedo, no tenía razón para ello, fue amable cuando me hice daño en el tobillo pero los amigos de Zeta me predispusieron en su contra.
-No sabía que estudiabas aquí. Yo llevo años intentando licenciarme pero no encuentro el momento.- se carcajeo, yo me limité a sonreír.- Pues qué maravilla. Eso significada que nos veremos más a menudo.
-Supongo que sí.- atiné a decir porque me empezaban a temblar las manos y a sudar las palmas, sin contar que tenía el vello de la nuca de punta.
-¿Me tienes miedo caperucita?-me sorprendió tanto la pregunta como el descaro al pronunciarla.
-No. ¿Tengo que tenerte miedo?- me froté las palmas contra el pantalón vaquero.
-Depende.-un grupo de alumnos entraron en la sala con un jolgorio estrepitoso, arrastrando dos sillas para colocarse en corrillo. Aquel ruido molesto distrajo la atención del hombre y yo aproveché para salir por patas.- Nos vemos mañana caperucita.
Pero antes de cruzar el umbral de la puerta, le vi recoger su chaqueta y su maletín y salir tras de mí. No iba a comprobar si me perseguía o seguíamos el mismo camino por casualidad. Salí a la carrera pero me lie en aquel sótano mal iluminado, no encontraba ni las escaleras ni el ascensor ni nada. No me crucé con alma alguna que me orientada en aquel laberinto de pasillos. Y me desorienté del todo y me perdí irremediablemente. Giré a la derecha, a la izquierda, volví a girar tantas veces que no encontraba ni un letrero ni un cartel que me mostrara la salida y mi tensión arterial fue subiendo hasta que escuché mis latidos en el oído y mi respiración se ahogaba en la boca. Me detuve para coger aire pues los últimos minutos no había cesado de correr con la caja en los brazos y la mochila al hombro y estaba agotado. No iba a poder decir nunca más que era de naturaleza perezosa, pues llevaba una temporada que todo eran sobresaltos y carreras sin sentido. Escuché unas voces y seguí el sonido, llegué a un pasillo por donde circulaban en uno y otro sentido los alumnos. Desconocía la dirección pero cuando me iba a incorporar a la corriente vi por el rabillo del ojo la figura del hombre que miraba a su alrededor en busca de alguien, yo. Me escondí tras una columna y esperé a que se cansara para irse, pero no parecía dispuesto a rendirse. Mi móvil vibró en el bolsillo de mi pantalón y contesté sin mirar.
-Sí. –dije en un susurro como si mi voz fuera audible entre aquel vocerío.
-Pasaba por la puerta de la facultad y he pensado que te vendría bien un chofer.
-¿Quién eres?- tragué saliva y miré la pantalla del móvil, era un número que no estaba en mi memoria.
-Soy Zeta. ¿Sucede algo? ¿Por qué hablas tan bajo? No me digas que estás en la biblioteca porque oigo el escándalo.- dudaba de lo que tenía que decir; aquel hombre no me había hecho nada y mi miedo no estaba justificado.- ¿Qué te sucede Adelis?
-El hombre del monte está aquí.- el teléfono se cortó.
-No me puedo creer caperucita que tengamos que andar buscándonos entre el gentío.- el hombre era implacable, tenaz y sus ojos demostraban que no se rendía ante nada.
-Me voy ya, no quiero ser grosera pero me tengo que ir.
-Te acompaño a la puerta.- y me indicó el camino con una mano delgada con largos y finos dedos.
Recorrimos los últimos metros que nos separaban de la calle sin hablar; él no dejaba de mirarme y yo le vigilaba con la idea de gritar a pleno pulmón si se acercaba más de lo estrictamente necesario. Bajo un cielo que oscurecía lentamente me sentí a salvo; el hombre olfateó el aire abriendo las fosas nasales tanto que daba repelús mirarle, sus labios dibujaron una sonrisa y se giro mirando hacia la derecha.
-Caperucita llegó tu… ¿Cómo podemos llamarte a ti?- preguntó por encima de mi hombro.
-El tío que te va a romper todos los huesos.- era inconfundible aquella voz. Zeta se aproximó y me cogió por el hombro.
-Caperucita…
-Se llama Adelis.- le colocó la mano sobre el pecho y le empujó. El hombre parecía divertido.
-Caperucita yo soy tu cazador.- y se alejó dejándome desconcertada.

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