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Capítulo 13




Dos minutos delante de la puerta de Alfa con el puño levantado dispuesto a golpearla, el timbre no suena. Nada más llegar di un suave toque, y nadie contestó, luego un toqué algo más largo y me di cuenta que no se escuchaba el típico timbrazo de:”Ven abrir que te espero”. Pero estaba decidida a disculparme y no había bajado para irme de vacío; me iba a ir de allí cuando le hubiese dicho al capullo que lo sentía desde lo más profundo de mis entrañas, allí donde se genera la bilis que es lo que él me altera con su tono de voz. Y he aporreado con ganas. Al minuto se abría la puerta y asomaba su cuerpo semidesnudo Orfibia. Venía con una sabana alrededor de su cuerpo y la melena alborotada, inmediatamente me he sonrojado pensando en todo tipo de escenas de alcoba, ella parecía divertida con mi agitación.
-¡Lo siento!- no sabía dónde meterme, era lo más embarazoso que me hubiese pasado nunca.
-Tranquila, enseguida recuperamos el ritmo. ¿Qué deseas?-dijo recolocando la sabana.
-Me alegra saberlo.- frase boba donde las haya pero quería salir corriendo.- Necesito hablar con Alfa.
-¡Alfa!- gritó y desapareció por el pasillo.
Yo aguardaba en el rellano, limpiando mi suela en su felpudo cuando vi aparecer unos pies desnudos en mi campo de visión. Uno puede pensar que con el tiempo que estuve allí plantada le habría dado tiempo a ponerse unos pantalones del chándal, pues no, salía cubriendo sus partes con una toalla y dejando al aire sus muchas tabletas de chocolate y su brazos con esos bíceps y todos esos musculitos marcados allí donde dejases descansar la vista. Sinceramente me puse a temblar y a respirar angustiada, como que el aire no entraba hasta el fondo se quedaba en la garganta  y salía en forma de suspiro.
-Vamos a pasarnos muchas horas mirándonos el uno al otro, tengo cosas mejores que hacer entre manos.- apoyó su mano en el quicio de la puerta. Estaba violenta se me iban los ojos  a su bulto en la toalla y de allí mi mente se dispersaba en sabanas y almohadones… ¡madre mía! Que sudores.- ¿Sufres de menopausia precoz? Lo digo por los colores y los sofocos.
-¿Eres así o ensayas por la mañana ante el espejo?- se disipó todo calentamiento global, puro hielo tenía en las venas.- Discúlpame por todo. ¡Arrea a la cama que ya lo he dicho!
-¿Qué has dicho?- me miró divertido.
-He venido a disculparme. Y ya lo he hecho, me voy.- me di la vuelta dispuesta a marcharme.
-Disculpas aceptadas.- estaba cerrando la puerta cuando me chista, y yo como estoy idiotizada me giro.- Yo no follo en la cama.
Y me cierra la puerta en las narices. “¡Capullo!” grité a pleno pulmón.
Me había dejado la puerta abierta y López me observaba divertido desde las escaleras, diría que tenía una sonrisa dibujada en sus negros labios.
-Nos vamos al monte a correr un poco.- la idea fue cogida con regocijo por el lindo pulgoso.
Es preocupante el silencio de esta gente. Nunca hay nadie en ningún sitio. Paseamos un rato tranquilos, sin prisas, sin carreras y se me hizo tarde. Y la puerta de acceso al monte la cerraron y entonces me pregunte: ¿y ahora qué? Pero López tenía lo solución a mi naciente ansiedad. Quizá hubiese podido saltar la valla pero qué hacía con mi pulgoso. Seguí a López monte abajo, no había explorado esa zona y tampoco me molaba mucho, era más abrupta, con más hierbajos y matorrales pero él parecía muy seguro del camino y a mi tanto me daba ir que venir. Llegamos al límite de la urbanización y tomamos el camino de la derecha que bordeaba la valla y continuamos andando en la más absoluta oscuridad. Tenía agarrámoños por los calcetines que me picaban cosa mala, el pelo enredado en ramitas y hojas y algún arañazo en la cara, me había caído no sé cuantas veces porque no se veía ni un pijo entre aquella maleza. López me esperaba pacientemente cuando quedaba prisionera entre las moreras y las zarzas. Pero como todo lo bueno llega, culminamos el repecho y ante nosotros surgió la carretera. Giramos hacía la derecha nuevamente y bajamos felices por el arcén, yo iba desasiéndome de todo rastro de nuestro infortunio en el monte cuando llegamos a la puerta principal donde Zeta y Gamma hablaban acaloradamente con el guarda de seguridad.
-Sabes que la puta puerta no se puede cerrar sin comprobar si todo está en orden y no lo está… ¡Joder!
-Lo lamento, no volverá a suceder.- se disculpaba el segurata de la primera noche, el chulo del pastor alemán tan acobardado que daba pena.
-Más vale que…- iba a añadir Gamma cuando nos ven a López y a mí tras la verja.
Yo sonreí para quitar hierro al tema, porque no tenía muy claro de qué se hablaba pero me temía que yo era parte interesada cuando el hombre de seguridad me dedico una mirada de hastío, como si yo fuera un tema continuo de sus conversaciones. Una brisa suave meció mi pelo y los ojos de todos se fijaron en un punto por encima de mi hombro, la curiosidad empieza a ser una tónica en mi personalidad y no pude evitar fijarme en lo que tanto respeto causaba, evidentemente si lo hubiese pensado sabría de quién se trataba. Alfa y Beta estaban justo detrás de mí. Gracias al cielo que las miradas no matan porque sino andaría camino del campo santo, me taladró como un puñal. Iba a decir algo con los labios crispados y los dientes apretados cuando levanté la mano para hacerle callar.
-No me digas más, hay toque de queda y lo he quebrantado.- miré a López que se rascaba indiferente tras las orejas.- ¿Qué vas a hacer cuando vaya a las fiestas de la facultad con chicos de mi edad y nos fumemos toda la hierba del césped y bebamos el alcohol de la enfermería?
-¡Abre la verja!- ordenó al de la garita que no sabía si iba o venía. Y pasó por delante sin replicarme.
En cuanto la verja se cerró tras de mí, desaparecieron mientras me distraía con los ladridos de López al pastor alemán que bajaba sumiso la cabeza, tenía que aprender del lindo pulgoso. Intenté averiguar por donde se escabulleron pero lo mío no era seguir el rastro. Escuché una puerta cerrarse en la dirección de la piscina pero tampoco puedo asegurar que fueran ellos. Entré en el portal y cuando puse el pié en el primer escalón camino de mi piso, oí la voz sensual de Orfibia.
-No es un hombre de paciencia infinita pero puedo decirte que contigo tiene mucha.- me aproximé a ella interesada, parecía la única que hablaba sin tapujos conmigo.- Debe mucho a Mike por todo lo que sucedió. Pero me temo que cuando regrese la cuenta estará más que saldada.
-¿Qué pasó entre ellos?
-Pienso que una persona está segura cuando es consciente de la realidad en la que vive, cuando sabes a que a tenerte. Me compadezco de ti, todo el mundo te engaña y todos te ocultan la verdad.
-Dímela tú.-sonó a suplica pero es que lo era.
-Mike y Alfa son hermanos.- aquello sí que no me lo esperaba.- Mike es el mayor y tenía que ocupar el puesto de Alfa pero… tu hermano se metió por medio y se convirtió en un ser vulnerable como el tiempo lo ha demostrado. Alfa no quería la responsabilidad y tampoco estaba preparado para ella, se bautizó como al líder más joven de la historia. Le llovieron las bofetadas por todos los lados, venían de todos los rincones de España para quitarle su liderazgo recién adquirido y eso supuso muchas peleas; y alguno de los que hasta ese momento fueron sus amigos también creyó tener una oportunidad, como el del monte del que hablamos.- se recolocó la blusa dentro de su minifalda.- Para Mike la cosa tampoco fue color de rosa, ninguno lo ha tenido nada sencillo. Mike pidió ayuda a su hermano cuando descubrió algo peligroso en vuestra vida, pero Alfa no prestó atención y cuando lo hizo, era tarde. Mike no se lo perdona y le castiga por eso con su indiferencia…
-Lo bueno de toda esta historia es que cuando regrese Mike mi deuda está saldada y no le debo nada.- era sigiloso como un gato, Alfa me miraba con desprecio.- Te he dicho que no hables con ella.-empujó a Orfibia dentro de casa y entornó la puerta.- Si quieres saber algo de toda esta mierda que te lo cuente Mike cuando regrese, mientras tanto, mantén las distancias con todos nosotros y procura cumplir con las normas que tan amablemente Zeta te ha dejado sobre la mesa de la cocina.
¡Genial! me iba a mi piso con un nuevo portazo del capullo y con un nuevo nubarrón sobre mi cabeza, ¿qué peligro tenía nuestra vida? Mi madre tenía un trabajo humilde en una empresa de limpieza, mi hermano estudiaba medicina y yo era una jovencita sin más problemas que sus cambios de humor, qué era peligroso en aquella vida anodina.

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