Duermo como un ceporro desde que estoy aquí. Mi
madre me implantó un ritual que funciona a las mil maravillas, vasito de leche
templada y un buen libro antes de dormir aunque las novelas de Mike son algo
perturbadoras, no es que tenga mala literatura pero estoy algo asombrada de la
versión de los clásicos que disponen sus estantes. Anoche antes de quedarme
dormida sobre la verdadera historia de Rapunzel tuve que darme una ducha de
agua casi tirando a fría, el vaso de leche tibia se quedó olvidado sobre la mesilla;
y son las tres de la madrugada y me he despertado sofocada, siempre el mismo
sueño, yo corro y lobos corren. No puedo evitar echar fugaces vistazos a esta
novela de varios rombos. En mi página del facebook he contado la reveladora
historia de una chica con larga melena rubia que un día se encontró en el
bosque con un apuesto rey montando un hermoso corcel blanco. Eran tan
deslumbrantes la corona con sus piedras preciosas y la labia del apuesto mozo
que la jovencísima virgen Rapunzel no pudo evitar entregarse a él tras un paseo
a caballo por el bosque. Pero a la mañana siguiente cuando la hermosa joven
salió en busca del rey para retozar un par de horas más, ya que aquello le
había gustado más que al oso la miel, se encontró con la figura severa de su
amada esposa, es decir, la reina. Ésta con engaños convenció a la joven de que
el apuesto rey la esperaba en lo más alto de la torre del castillo y allá
marchó feliz la criatura soñando con un nuevo restregón y una noche de locuras.
Pero en lo alto de la torre no había nadie esperándola; la puerta se cerró tras
ella y allí quedó sola. La joven descubrió que las noches se hacían largas y
ella anhelaba las manos del rey sobre su blanca y fina piel; el calor de la
pasión no se sosegaba ni de día ni de noche y ella soñaba despierta con las
manos y los labios de su amado amante. Pasaba las noches acariciándose desnuda
y soñando con el rostro del hermoso rey, y fueron cayendo las noches con sus
días al mismo ritmo que las hojas de los árboles.
Pasaron los años encerrada en la torre sin
que nadie se acordara de ella, sin que el rey fuera a rescatarla ni la reina a
liberarla. Un día llorando su cautiverio durante horas en la ventana, un
apuesto príncipe, hijo del famoso rey con corcel blanco, se atrevió a subir a
la alta torre a salvar a la doncella. Quedó prendado de su belleza y ella que
soñaba con las caricias y los besos de un hombre, no pudo por menos que
agradecerle tan ardua tarea de trepar por la torre agarrado a su larga trenza,
con una serie de arrumacos y posturas complicadas. Una semana estuvieron encerrados,
hasta que el joven decidió presentarla en la corte como su prometida.
En esto estaba cuando escucho fuertes golpes
en la calle, son de pelea, algo de barullo. Me levantó sigilosa y me dirijo a
mirar por la mirilla. Los ronquidos de López se oyen desde la distancia, está
espatarrado en el salón corriendo o algo por el estilo, sus patas no dejan de
moverse. La puerta de Zeta se cierra de golpe y salé a la carrera. De puntillas
corro y miró, veo desaparecer escaleras abajo a Gamma y Beta, que van saltando
los escalones de cuatro en cuatro. Se escucha mucha agitación y nerviosismo. Mi
cabeza me dice que me vuelva a meter en la cama y me lea de nuevo la versión
menos infantil de Rapunzel que ha caído en mis manos. Pero no puedo evitar la
curiosidad de saber que está sucediendo, se escuchan carreras y gritos
incomprensibles. Me calzó unas botas y me echo sobre los hombros la gabardina y
salgo a la carrera.
En el portal me detuve y miré a ambos lados,
no quería cruzarme con nadie, solo deseaba espirar un rato, saber a qué se
debía tanto alboroto. Si en aquel momento me hubiesen pinchado con un alfiler
en el brazo, ni una gota de sangre habría asomado, me quedé helada. Fuera unos
veintitantos chicos con el torso desnudo saltaban de un lado a otro gritando y
aullando como lobos, exacto, imitando a los lobos. Estos chicos tendrían mi edad
aproximadamente, alguno algo menos. Me acuclillé para no ser vista y espié cada
salto y cada extraño movimiento, parecían drogados. Se movían en grupos por
todo el recinto y en cada uno de estos grupos un amigo de Mike parecía llevar
la voz cantante. Alguien puede pensar
que se trataba de una coreografía de baile, pero había algo más que raros
movimientos, o complicados pasos de ballet. Era algo muy masculino y violento,
no quiero decir que el baile sea para mujeres o gais, aquello era como un
ritual de iniciación. En un momento dado chicos de distintos grupos chocaron
sus pechos en el aire y se agarraron por el cuello saltando y gritando. No era
nada agradable ver aquello, con cada minuto que el reloj marcaba, todo era más
agresivo y violento. Hasta que se desató el infierno y todos empezaron a darse
de puñetazos y mordiscos, patadas y golpes con codos y antebrazos, se
escuchaban los gritos y los huesos quebrándose. ¡Señor! Me apreté todo lo que
pude contra la pared, al amparo de la oscuridad. Recé para que se disolviera la
pelea que se inició ante las puertas de mi portal para poder subir a esconderme
bajo el edredón, como me había dictado mi buen juicio que eliminé con un
manotazo de mi mano.
Los
gruñidos y los gritos eran cada vez mayores, los dos muchachos que se golpeaban
sin piedad casi a mis pies, sólo me protegía la fina puerta de cristal,
sangraban por la boca y los oídos, tenían mordiscos marcados en brazos y cuello
y su melena sudorosa se pegaba a un rostro realmente hermoso con una expresión
animal; no comprendía tanta brutalidad pero lejos de salir de mi asombro quedé
petrificada cuando escuché la voz de Alfa, animándoles a continuar y a no bajar
la guardia. Durante cinco minutos que se me antojaron horas, escuché los
gruñidos, los gritos y aullidos de dolor, no me atrevía a asomar ni el
flequillo por miedo a ser pillada en mi escondrijo. En un segundo se hizo el
silencio y alguien sin aliento pedía piedad y suplicaba que no le golpeasen
más. Di gracias porque todo aquello llegase a su fin cuando escuché los pasos
de unas botas acercarse marcando tacón. La voz de Alfa era inconfundible fuerte
y arrogante, segura y dominante; le exigió que alzase la voz para que todos
escuchasen sus suplicas, el muchacho repitió su lastimera imploración. Se paró
el tiempo. Todos los sonidos del mundo cesaron, mi confianza aumento cuando los
segundos fueron pasando y no se escuchaba ni el murmullo del viento y me decidí
asomar mi nariz respingona por la esquina del cristal para ver que estaba
sucediendo. Se me había olvidado que debía escapar escaleras arriba y ocultare
bajo mi edredón, quería saber que sucedía ahí fuera.
El muchacho está postrado de rodillas con la
cabeza caída sobre el pecho observado por todos sus amigos, compañeros o
vecinos, no tengo todavía muy claro donde estoy metida. Alfa está ante él
mirándole con el ceño fruncido y un gesto de desprecio dibujado en los labios,
levanta los brazos en cruz y todos gritaron a la vez. Cubrí mis oídos y me
refugié de nuevo en la oscuridad, esperando que aquel sonido penetrante que
hacía vibrar los cristales de las puertas cesara. Y lo hizo y con la misma curiosidad
que mató al gato, me asomo para ver en que queda toda aquella muestra de
violencia gratuita. Y lo hago en el preciso momento que Alfa coge del cuello al
pobre muchacho con una mano y lo zarandea cual pelele de tela, lo termina
sosteniendo en el aire con el brazo totalmente extendido. No soy consciente
hasta pasado un momento que aquello requiere de una fuerza sobre humana porque
estoy absorta en las palabras que acaba de pronunciar: “No eres digno de estar
en mi manada”. Lo arroja por los aires y el muchacho sale huyendo camino del
monte. Le sigo con la mirada hasta que desaparece, incluso aguardo unos
segundos allí por donde se pierde para poner en orden todo lo que acabo de ver.
Pero es entonces cuanto siento la mirada profunda de alguien clavada en mis
sienes y cuando me giro despacio, tengo los ojos de Alfa de un oscuro aterrador
a menos de un palmo de distancia, lo único que me protege de ser zarandeada y
arrojado por los aires es una puerta de fino cristal que se balancea con el
viento y se abre con un leve empujón. Tengo tanto miedo que mis piernas no me
obedecen cuando las ordeno que corran. La puerta se abre lentamente bajo la
presión de Alfa que entra despacio sin dejar de clavar sus ojos en mis pupilas,
con los movimientos del león, cautos y sigilosos para evitar que la presa
sienta miedo y escape. Mi corazón se acelera, dudo mucho que no oiga cada
latido y cada respiración angustiosa, pero él parece indiferente al miedo que
me genera su presencia cercana. Cincuenta centímetros de aire es lo único que
nos separa y entonces todas esas órdenes atropelladas que he lanzado a mis
extremidades cobran sentido pero se ejecutan a la vez, me giro violentamente y
corro, mas no lo hago hacía la libertad sino contra la pared oscura. El golpe
sordo de mi cabeza contra el mármol frío retumba por toda la casa, voces a mi
espalda que no tienen sentido y fuertes manos que me cogen por los hombros, son
lo último que siento antes de verme a mi misma caer a un pozo oscuro donde la
luz se va alejando hasta convertirse en un pequeño punto que desaparece. Y
entonces me duermo.