He llegado a Madrid y estoy dando vueltas en
la estación de autobuses, buscó el metro. Después de interpretar el mapa del
metro, encuentro mi siguiente destino, Atocha. Mike vive en una urbanización
cerrada entre Majadahonda y Boadilla del Monte. No conozco la casa, después de
la muerte de mi hermano se mudó, no soportaba seguir buscando lo que no se
encuentra, me dijo en uno de sus muchos mensajes. Es un sitio muy selecto, no
solo privado también protegido, cuando me lo estaba describiendo me figuraba
una especie de Alcatraz, garita con guarda de seguridad y un fiero perro que
hace la ronda nocturna por el monte. Parece ser que el lugar está rodeado de un
monte de encinas y pinos, me cuenta como algo maravilloso. Se ha olvidado que
soy alérgica a todo lo que no es artificial, a poder ser de plástico. Pero no
tengo ningún derecho a quejarme, voy a vivir bajo su tutela, voy a poder seguir
estudiando sin preocuparme de trabajos ni facturas. No sé qué pensar. Me siento
algo parásita. Quiero mucho a Mike, es como un hermano mayor.
Recuerdo las Navidades que sentados a la mesa
los cuatro nos confesó mi hermano sin preámbulos ni paños calientes que no solo
era gay sino que Mike era su pareja desde que llegó a Madrid; nos lo presentó
como un buen amigo y llevábamos tres años compartiendo fiestas y celebraciones
familiares. Mi madre no se alteró lo más mínimo, ya lo hice yo por ella y por
todo el vecindario. Siempre quise liar a mi hermano con mi mejor amiga, Sara, y
aquello era un revés para mi preciado plan. Cogí un cabreo monumental, no me
importaba que fuera homosexual, era que no quería perder la amistad de Sara, y
siempre escuché que con la edad las amigas de la infancia se pierden por el
camino. Esa noche mi hermano tumbado en la cama me consolaba y me aseguraba que
sólo perdería la amistad de Sara si yo la dejaba escapar. Tendría yo trece o
catorce años y tenía una empanada mental y una montaña rusa de hormonas, muy
difícil de controlar. Solo él me entendía y teníamos esa conexión que sin
palabras nos lo decíamos todo. Con esto quiero decir que Mike siempre estuvo
ahí, era un apéndice de él, una extensión de sí mismo.
Me he perdido, oficialmente estoy perdida en
Madrid, la culpa la tiene esta retrasmisión en directo de mi situación y
movimientos por el facebook. Una parte de la línea estaba cerrada por un fallo
en la vía y nos han dado una ruta alternativa, pero no me he enterado de nada y
he salido por el Paseo del Prado, y cuando tenía que bajar he subido y me he
quedado embobada viendo los edificios y las fuentes y haciéndome fotos para
colgarlas en el facebook, y cuando he querido saber dónde estaba ya era tarde,
había perdido la referencia de la estación de metro por la que había salido y
estaba deambulando sin rumbo. No pregunto porque me han dicho que aquí hay más
extranjeros que en Ibiza. Daré con Atocha yo sola. Cuelgo las fotos y continuó
buscando un policía o una señal que me diga dónde está la estación de trenes
más cercana. Siento unos ojos clavados en mi nuca y una presión en mi estómago
que me dice: “¡Corre!”, vaya paranoia estoy desarrollando.
He llegado y cuelgo mi foto triunfal en un
entrada llena de palmeras al lado de una cafetería donde he pedido un vaso de
agua, y como me ha mirado con mala cara he añadido una trina. Rápidamente
recibo los cinco “me gusta” de rigor y una solicitud de amistad. No me lo puedo
creer es Mike, le he aceptado e inmediatamente me pone que mi foto le gusta
pero añade un mensaje: “Ve derecha a casa”. Pues eso intento pero se ha ido a
vivir al fin del mundo. Voy a Pozuelo y de Pozuelo un tren ligero a Ciudad de
la Imagen y otro tren ligero a Boadilla del Monte y luego un taxi. Me dice que
por qué no he ido directa en metro a la Ciudad de la Imagen y no sé qué decir,
la ruta me la escribí en un papel y la busqué por el Google. Me entran los
nervios, pero pongo la mente en blanco y pienso en la vela con la llama
derechita. Controlo la respiración y cavilo que es lo mejor. Vuelvo al metro y
voy a la Ciudad de la Imagen, después un taxi y me dejo de dar vueltas como una
atolondrada. Voy mirando cada poco a mis espaldas, tengo la sensación que
alguien va a saltar sobre mí con un saco. ¡Madre mía! Estoy para atarme con
camisa de fuerza.
Ya estoy en el taxi y mando más fotos de la
estación de Atocha, es realmente bonita. El taxista me pregunta que de dónde
soy y luego habla de cuando él llegó de Segovia con sus hermanos, me relata su
vida y me deja tranquila con mis pensamientos. Tengo los nervios agarrados al
estómago, quizá sea hambre esta sensación que arrastro desde que puse un pié en
Madrid, me he dado cuenta que llevo todo
el día con un vaso de leche y unas galletas que desayuné en casa de mi vecina,
amiga de mi madre de toda la vida, mientras llorábamos las dos ante el telediario.
Seguro que Mike tiene la nevera repleta de cosas, conoce lo perezosa que soy y
si no lo tengo a mano prefiero alimentarme del aire y del agua que salga por el
grifo.
Vamos circulando por una carretera rodeada de
árboles y nos metemos por una urbanización que pone “Los encinos”, un guarda
nos para y nos pregunta dónde vamos, después de soltar la retahíla memorizada nos deja
pasar. Esta anocheciendo y este sitio es húmedo y oscuro, las farolas dan tan
poca luz que sus sombras dan miedo, no hay ni un alma paseando por las aceras
ni circulan coches por sus calles, sinceramente no me gusta este lugar. El taxi
para y el hombre me señala una verja con una caseta, dentro hay un guarda que
nos mira amenazadoramente.
Veo como se aleja el taxi antes de decidirme
a acercarme al de la caseta que me espera junto a la verja con un pastor alemán
a su lado. A través de la verja solo alcanzo a ver oscuridad, unos focos
redondos iluminan el camino pero no veo más allá. Sinceramente me estoy
pensando muy mucho entrar a esa boca de lobo. El hombre se impacienta tanto
como yo me asusto cuando el perro me mira y me enseña una blanquísima dentadura;
no me gustan los perros, me mordió uno de niña y los miro con respeto.
No me queda otra que cruzar la calle y hacer
de tripas corazón, este es mi destino, mi nuevo capítulo como dice Mike. Estoy
por mandar una foto de este tétrico lugar a mis amigas para que si desaparezco
de la faz de la tierra tengan por dónde empezar a buscarme pero cuando saco el
móvil y me dispongo a hacer la foto, el perro me pega un ladrido seguido de un
gruñido, doy un tras pies y por poco dejo los dientes clavados en el suelo. El
hombre desde la distancia me sigue mirando y cuando ve que me levanto sin
aparente daño físico, solo tengo herido mi orgullo, me dirige la palabra
perdonándome la vida.
-¿Se ha hecho daño?- le fulminó con mi
mirada, será capullo, podía acercarse y ayudarme a recoger mi maleta o mi
neceser o mis objetos personales esparcidos por la carretera, porque mi bolso
ha mostrado todas mis intimidades femeninas.
-Estoy perfectamente, muchas gracias por su
preocupación.-el perro se sienta con un gesto de la mano del hombre, un gesto
casi imperceptible.
-¿Es usted Adalis González?-dijo él, aburrido
de mi demora recogiendo cachivaches del suelo.
-La misma.- le contesté mientras recupero mi
último objeto que no tenía ni idea de que era, quizá ni fuese mío pero ya lo
tenía en la mano y me resultaba violento tirarlo delante de la escrutadora
mirada de aquel sujeto.
-Llega tarde.- me acusa abriéndome la verja.-
Tendrá que esperar a que llegue mi compañero de la ronda para acompañarla a su
destino.
-Esperaré. No se inquiete por mí.- le dije
sentándome sobre la maleta, no iba a dejarme amedrentar por un tío con porra y
malas pulgas.
-No me inquieto.- puntualizó entrando en la
garita y se puso hablar por un walkie con otro memo como él. Memo porque hubo
que repetirle mi llegada tres veces.
Hice foto a la garita y al pastor alemán que
aguardaba sentado a menos de un metro de mí,
la siguiente orden de su dueño: “¡Vigila!”. Al cabo de la media hora
hizo acto de presencia el otro sujeto y ni me saludó ni me miró. Se sacudieron
la espalda y con la cabeza me dijo el tío agradable del principio que le
acompañase. El pastor alemán nos seguía a escasos pasos de mi maleta y me
miraba fijamente cuando salía del camino trazado por el guarda.
La urbanización se abría a escasos metros, no
puedo especificar más porque se me da fatal calcular distancias. Cuatro
edificios blancos de una altura de cuatro pisos estaban rodeados por las más
variopintas de las especies florales y arbóreas. Era como si todo aquel
complejo armonizase perfectamente con la naturaleza. En la plaza interior por
la que atravesamos para llegar a mi portal, pude ver una piscina, una pista de
tenis y otra de pádel y lo que parecía un mini golf, pero no lo puedo asegurar
porque estaba lejos. Lo que sí puedo asegurar es que no había luz alguna en
ninguna de las ventanas ni terrazas. Era un lugar silencioso, se escuchaba el
sonido de la depuradora y el movimiento de las hojas en los árboles, mecidos
por una brisa suave pero fría. Llegamos al portal y el hombre me abre la puerta
y me tiende la llave.
-Segundo piso puerta B.-y sin más desaparece
por donde habíamos venido.
Al entrar se iluminó la escalera y aunque el
ascensor esperaba mi llegada, preferí subir andando y calmar mi respiración
acelerada por el miedo a tan extraño lugar. Hice una foto al portal antes de
emprender mi ascenso hacía mi nuevo capítulo, era todo de mármol y con una
lámpara de cristalitos y muchos espejos.
En cada rellano dos puertas, con la cuenta la
vieja, en aquella macro urbanización vivía muy poca gente y por el lujo que me
rodea, pienso que son millonarios con lo que me preguntó, ¿a qué se dedica
Mike?
Me hago un selfie en la puerta de mi destino
y meto la llave. Me parece sentir unos ojos clavados en mi nuca y un escalofrío
recorrer mi espalda, alguien me vigila por la mirilla, mi nuevo vecino, estoy
por saludar pero no tengo ni fuerzas, ha sido un día lleno de emociones y deseo
darme una ducha y meterme en la cama. Entró y cierro tras de mí, dejó caer mis
cosas en la entrada y mando mis fotos con el siguiente estado: “Agotada de
tanta emoción y nerviosa”.
Es una entrada preciosa tan grande como mi
vieja cocina con una mesa redonda de cristal en medio y un gran centro de
flores sobre ella, un poco rocambolesco para mi gusto pero muy acorde con esta
urbanización de pijos. Dejo todo esparcido por el suelo y abro la primera
puerta, es una cocina como toda mi casa, se pierde en la lejanía, con office y
todo, lo que hubiera dado mi madre por tener algo como esto. El centro
neurálgico de mi casa siempre fue la cocina, allí nos metíamos todos al cobijo
de mi madre que siempre andaba entre fogones, que manos tenía, todo sabía a
gloria, todo lo hacía con mucho mimo y por eso estaba todo delicioso. Solo de
pensarlo me entra hambre. Me dirijo a la nevera que es de esas americanas con
dos puertas tremendas, casi no abarco con los brazos abrirla al completo, una
es un congelador y está repleto de paquetes perfectamente etiquetados y la otra
es mi destino. Hay de todo y variedad, no sé si coger un batido o un yogurt, o un trozo de queso o pan con pate,
ahora me moriré de hambre por mi indecisión. La nevera de mi casa tenía un par
de yogures caducados y un queso mohoso. Hago una foto y se la envió a mis
amigas.
Al final he cogido una fuente de fruta y un
brik de zumo de arándano, en mi vida lo he probado, bebo un sorbo pequeño
porque si no me gusta lo cambio por otro de piña. Bueno, no está nada mal. En
esta cocina se podría dar una fiesta a lo grande. Mi móvil no deja de pitar,
mis amigas rechinan de mi suerte, Ji, Ji, JI… que mala soy.
He llenado la panza y parece que he
recuperado algo de vitalidad, voy a seguir fisgoneando y luego me voy a la
cama, me duelen los pies y la cabeza. La siguiente puerta es un precioso
despacho, repleto de estanterías con libros, paso las yemas de los dedos por sus
lomos mientras voy leyendo algunos títulos sueltos. Impresionante, si se lo ha
leído todo es un hombre con un gusto literario inclasificable, hay de todos los
géneros y tanto de artistas consagrados como auténticos desconocidos. Puedo empezar
a describir a Mike, al que intento conocer ahora, ya que siempre le consideré
como el novio de mi hermano y no como un ser humano independiente, es de un
gusto exquisito y un lector empedernido, y un ladrón de guante blanco porque
tiene pasta para aburrir.
Me he dado cuenta al pasar mi mano sobre las
estanterías que faltan objetos, se ve la usencia de un polvo fino que cubre el
resto, no es que la casa esté sucia, huele todo a recién fregado y en el suelo
ves tú reflejo igual que en los muebles de madera, pero se sienten los huecos
entre los libros o el espacio vacío que espera restablezcan el objeto guardado.
Abro los cajones y en el tercero del escritorio veo una serie de marcos
amontonados con sumo cuidado para que no se rayen. Son fotos de mi hermano,
algunas solo y otras con Mike, entiendo porque lo ha hecho, ver su imagen sonriente
me ha puesto triste, no puedo evitar
llorar, no puedo evitar sentirme sola. Estoy sola. Es duro pensarlo, es duro
asumir que tu vida está llena de ausencias, las cuales no volverán por mucho
que lo pida o lo rece. Visualizo una vela porque si no mi corazón un día sale
de mi pecho camino hacia ninguna parte.
He colocado los marcos donde Dios me dio a
entender, cuando duela cerraré la puerta, como ahora, y cuando tenga valor
entraré para estar con él. Ahora que salgo me doy cuenta que hay una puerta que
no había visto al entrar. No encuentro el interruptor, parece un enorme salón.
Intentaré buscar otra entrada y dar con el endiablado interruptor.
Sinceramente parezco una perturbada, siento
un escalofrío en la nuca y unos ojos que
me observan, me he girado antes de salir del despacho y no había nadie pero yo
creo haber escuchado una respiración o un resoplido. No me atrevo a apagar la
luz del despacho, tengo la sensación de que alguien saltará sobre mí desde la
sombras, he cerrado tan deprisa que he escuchado caerse un marco y hacerse
añicos el cristal. Mañana con la luz del sol entrando por todas las rendijas
limpiaré el estropicio, ahora quiero ducharme y meterme en la cama, estoy
asustado. ¡Seré imbécil!